Dentro de las crisis económicas la principal, y quizá la que más estragos hace contra la recuperación del país, es la de la educación. Quien no tiene para comer no puede mantenerse en una escuela, no sólo por su rendimiento académico –que también importa– sino porque significa una mano de obra más que consigue un tanto más para el bolsillo de la alimentación diaria.
Esto es un terrible fenómeno que ocurre en todos los niveles de enseñanza y en todas las culturas y pueblos, pues lo primero que se abandona siempre es la escuela y lo más arduo para retomar es el estudio. Sin preparación, sin capacitación y sin enseñanza no hay progreso y el país no avanza.
Por eso muchos jóvenes se sienten frustrados frente a un futuro plano. ¿Qué caso tiene terminar el bachillerato si no podrán continuar estudios superiores? Claro que hay carreras técnicas, pero no todos ni todas las muchachas tienen esa vocación. Hemos llegado a un punto donde la discusión debe centrarse en las políticas de educación en sistemas abiertos que procuren oportunidades de superación para aquellos que así lo elijan, lo mismo que carreras universitarias que se compaginen con los horarios de trabajo; incluso que sean a título de suficiencia.
El proyecto de universidad en línea es una idea que promete funcionar. Sin embargo, dada la crisis, precisamente los equipos son caros y la renta de la red es un lujo para millones e imposible de costear. La Secretaria de Educación debería de dar crédito al saber, ya sea en becas o en renta o préstamo de equipos de cómputo.
Por desgracia no podemos contar con que los mexicanos y mexicanas acudan de noche a estudiar. Primero por las distancias y la falta de transporte nocturno eficiente y seguro; luego, por el problema de la delincuencia, y tercero, por la ausencia del hogar y la pérdida de contacto con la familia.
Óptimo sería que cada quien pudiese estudiar en sus casas en el horario que mejor les acomodara y encontrar un sistema de exámenes donde no hubiera coyotes que te pasan, terceros que te cobran extra, trámites engorrosos, trampas, corrupción…
Insisto en el tema, sobre todo por las mujeres que permanecen en sus casas al cuidado de los hijos, de los padres o de los abuelos, o que por alguna razón no pueden acudir a un plantel. Encontrar, pues, mecanismos que contribuyan a la superación de la población, vieja o joven, es tarea de la autoridad. Detenerlos en el camino es una responsabilidad que compartimos todos.
Impulsarlos, promoverlos y animarlos es algo que se merecen ellos y México; pensemos que cada vez más personas tendrán que trabajar, y con más turnos e incluso dobles jornadas. Necesitamos abrir caminos, que nunca más sean las políticas arcaicas y controladoras las que detengan el porvenir de la superación; que nunca más se cierre una puerta a un estudiante.
Cuanto más ricos sean unos cuantos ricos, más pobres serán los nuevos y multiplicados pobres.
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