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Cristal de Roca

Cristal de Roca es una columna sobre participación política de las mujeres, y sobre temas cotidianos abordados desde los Derechos Humanos de las mujeres

Hace más de 40 años yo estaba donde ustedes están. Dije eso y respiré para que la emoción no se me desbordara. Y es que nunca imaginé regresar y menos con tan feliz motivo.

Ahí estaba yo en el auditorio Pablo González Casanova de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Estaba ante un grupo de jóvenes que escuchaban con atención y miraban con esa luz en la que me reconocí a los 20 años.

Estaba para presentar el libro El deber de la memoria. Del derecho al voto a la paridad en todo, que escribí en coautoría con Teresa Hevia. Era de tarde, pero en mi interior amanecía.

Presidía este acto mi admirada Gloria Ramírez, quien dirige la cátedra Unesco de derechos humanos de la UNAM. Y desde que nos extendió la invitación para presentar el libro, mi corazón brincó de alegría y un alud de recuerdos comenzó a tocar a mi puerta. Y es que yo estudié en esa facultad de la UNAM.

Martha Tagle, destacada política mexicana, compañera de Mujeres en Plural, como Gloria, al presentar el libro desmenuzó lo que en su opinión es lo más destacable de forma y fondo.

Carla Filipa y Daniela Lemus, académicas de la facultad hicieron un interesante análisis con comentarios llenos de entusiasmo. Y, finalmente, Gloria cerró con algunas reflexiones. De todas recibimos, Tere y yo, elogios y palabras muy halagadoras.

Me conmovió mucho ver que Gloria había hecho suyo -literalmente- nuestro libro. Estaba subrayado, con anotaciones al margen en distintos párrafos, con páginas dobladas una o dos veces, pequeños post it salpicados por aquí y por allá. Y me conmovió porque eso hago yo con los libros que me resultan indispensables.

Mientras las escuchaba, veía los rostros de muchas jóvenes ahí presentes. Y me vi en ellas con enorme claridad. Vi a la joven Cecilia llegar a la FCPyS con un puñado de sueños y un hambre voraz de conocimientos.

Recordé a las maestras y maestros que supieron sacar lo mejor de mí, que me exigieron lo necesario y me mostraron el horizonte. Aprecié que ahí se forjaron los cimientos de lo que ha sido toda mi vida profesional.

Ahí aprendí a cuestionar, a reflexionar de manera crítica, a debatir, a argumentar. Ahí conocí el feminismo y pasé de ser una rebelde sin causa a una rebelde con causa.

Ahí amé la historia de México gracias al maestro Sergio Colmenero. Contrasté idas con el maravilloso Juan Brom que impartía Historia Mundial. Pude dotar de orden y método mis trabajos con Rosa María Lince. Aprendí a argumentar con Rubén Salazar Mallén.

Y al recordarles me llené de gratitud.

Dice el filósofo Paul Ricoeur que el deber de la memoria es hacer justicia mediante el recuerdo a quienes ya no están, pero estuvieron; y que también es someter la herencia a inventario.

Por eso Tere y yo nombramos así nuestro libro. Lo que nunca imaginé es que cumpliría mi propio deber de la memoria al regresar más de 40 años después a mi universidad. Y hacerlo presentando el que muy probablemente sea el libro más importante que escriba en materia de derechos políticos de las mujeres.

Fue un feliz regreso. Fue como tener la oportunidad de decirles a mis maestras y maestros: Su esfuerzo no fue en vano. Entrego buenas cuentas. ¡Gracias!

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Tengo el corazón lleno. Esa es la palabra. Y es que sé lo que es sentirlo vacío, como desierto. Por eso sé que mi corazón florece como jardín tropical.

Termino una agenda de trabajo y actividades que me llevó lo mismo a Sinaloa que a la Ciudad de México que a Costa Rica.

Lo mismo di cursos que conferencias, que presenté libros, que marché el 8 de marzo.

Lo mismo compartí reflexiones con mujeres y hombres respecto al camino pendiente para construir igualdad, que ofrecí estrategias para comunicar poder a mujeres electas en Costa Rica donde, en las pasadas elecciones, alcanzaron un número histórico.

Lo mismo compartí claves a mujeres en cargos de toma de decisiones para que su voz tenga el mismo valor y el mismo poder que la de sus compañeros, que presenté mi libro Claves para atravesar la tormenta. Mis aprendizajes para vivir el duelo, en Culiacán, Sinaloa.

Ahí, donde se acumulan los duelos, lloré y abracé a otras personas que transitan el camino de las lágrimas. Conocí a mujeres resilientes y hablamos de cómo recuperamos el sentido de nuestras vidas, cómo recuperamos la alegría y la felicidad.

En la ciudad de México, lo mismo abracé con el corazón a familiares de víctimas de violencia machista, que marché con miles y miles de jóvenes rumbo al Zócalo gritando con ellas a voz en cuello ¡Ni una más ni una más ni una asesinada más!

Lo mismo miré conmovida lo jóvenes que son las mujeres que marcharon, que admiré su arrojo, su osadía, su fortaleza, su claridad. “No somos una, no somos cien. Pinche gobierno cuéntanos bien”. “El patriarcado se va a caer, se va a caer… y el feminismo que va a vencer, que va a vencer”.

Con mis compañeras de Mujeres en Plural celebré nuestros 15 años de incidencia política. Nos dimos cita en el bellísimo Claustro de Sor Juana ¿Qué mejor lugar que ese para mirar atrás?

Ahí, entre las paredes que cobijaron a la genial insumisa mexicana del siglo XVII, recordamos nuestros inicios, nuestros intensos y, a menudo, acalorados debates.

Y también hicimos recuento de nuestros principales logros: La demanda que dio lugar a la histórica sentencia SUP-JDC-12624/2011[1], que marca un antes y un después en materia de derechos políticos de las mujeres (2011); las reformas constitucionales por paridad (2014) y por paridad en todo (2019), las reformas legales para atender, sancionar y erradicar la violencia política contra las mujeres en razón de género (2020).

Lo mismo celebramos que trabajamos; reímos que cantamos; debatimos que cuestionamos; bailamos que nos abrazamos.

Y con ellas (no podía ser de otro modo) arrancamos Tere Hevia y yo las presentaciones de nuestro reciente libro: El deber de la memoria. Del derecho al voto a la paridad en todo, con los espléndidos comentarios de nuestras compañeras: Margarita Dalton (Oaxaca), Claudia Alonso (Chihuahua) y Milagros Herrera (Yucatán).

Pero de todo este abanico de experiencias me quedo con los abrazos compartidos. Abrazos amorosos. Abrazos solidarios. Abrazos llenos de gratitud. Abrazos de reencuentro. Abrazos tejidos en la complicidad de la causa. Abrazos que acompañan el dolor o las alegrías. Abrazos, abrazos, abrazos.

Eso es lo que tiene mi corazón lleno. Como un jardín tropical.

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@cecilavalle


[1] La sentencia SUP-JDC-12624/2011 establece los criterios aplicables para el registro de candidaturas a distintos cargos de elección popular instaurando cuotas de género que cancelan la posibilidad de las llamadas “Juanitas” en las próximas elecciones.

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Así nos llamamos entre nosotras, integrantes de Mujeres en Plural, la red sororal por los derechos políticos de las mujeres más importante de lo que va del siglo XXI.

¿Qué es una red sororal? Voy por partes.

Una red es una forma de organización colectiva en la que todas sus partes tienen la misma jerarquía, su voz y su voto valen igual.

Este esquema es opuesto al esquema tradicional con jerarquía vertical: alguien toma las decisiones (una persona o un comité) y el resto acompaña o ejecuta.

La horizontalidad de las redes ha sido diseñada por mujeres y casi me atrevo a decir que se practica en todo el mundo.

Sororal viene del concepto “Sororidad” que, de acuerdo con mi maestra Marcela Lagarde, es “un encuentro entre mujeres investidas de derechos, que dialogan, suman, sustentan y, sobre todo, disienten sin exclusión ni exclusividad, porque saben que construyen juntas y que, al hacerlo, convergen para consolidar la herencia de la que somos portadoras”.

La sororidad es una alianza política entre mujeres para conseguir la plena garantía, goce y ejercicio de nuestros derechos como humanas.

(A estas alturas puedo imaginar a más de una persona pensando: “sí, suena bien, pero no hay organización que aguante ese esquema”).

Pues le cuento que Mujeres en Plural acaba de cumplir 15 años de incidencia política.

Nació tras el fraude que cometieron los partidos políticos en 2009, cuando, para cumplir con la ley de cuotas, postularon a mujeres en candidaturas propietarias y en cuanto ganaron pidieron licencia para que lo ocuparan los suplentes, hombres en todos los casos.

Eso significó un ¡hasta aquí! El 29 de octubre de ese mismo 2009, convocadas por Patricia Mercado, tuvo lugar la reunión de un grupo de mujeres militantes de distintos partidos políticos para pensar en los “comos”, porque el “qué” lo tenían clarísimo.

Muy pronto nos fuimos sumando mujeres de distintas entidades del país, periodistas, académicas, funcionarias públicas, mujeres con o sin militancia partidista, que ocupaban o habían ocupado cargos públicos o de representación popular… Todas con un mismo ideal: ¡Paridad!

Mujeres en Plural nació con una sola agenda política: trabajar por los derechos políticos de las mujeres. Nada más y nada menos. Y nos dimos muy pocas reglas: esquema organizacional de red, decisiones por consenso, nadie es vocera.

En 15 años hemos sido las protagonistas de varias acciones que han abierto nuevas páginas en materia de derechos políticos de las mujeres.

Algunas de ellas son: Interponer un juicio que dio lugar a la histórica sentencia 12624, que eliminó de la ley la excepción a la que se acogían los partidos para no cumplir con la ley de cuotas (fue un parteaguas); reforma constitucional para normar la paridad en las cámaras federales y los congresos estatales; jurisprudencias para garantizar la paridad vertical y horizontal en los municipios; reforma constitucional para garantizar “paridad en todo»; reformas a para prevenir, atender, sancionar la violencia política contra las mujeres en razón de género.

El pasado 7 de marzo comenzamos a celebrar 15 años de incidencia política. Y celebramos como debe ser: haciendo un recuento de nuestros logros y trabajando en la agenda política de los próximos años.

¡Larga vida Plurales!

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Varios pendientes se acumulan en mi escritorio y en mi cabeza; pero yo solo tengo a la vista la caja en la que fue envuelta mi agenda 2024, y que me invita a abrirla con la insistencia de una niña que quiere ver sus regalos.

Hace muchos años que le compro mi agenda a la diseñadora Anahí Echeverría, una talentosa joven que siempre mete en la caja sonrisas y abrazos en calcomanías, separadores y notas.

Así que aquí me tiene, mirando el reloj para no sobrepasar la hora límite de entregar este texto, y con la cajita frente a mí haciéndome guiños para que la abra de inmediato.

Pero abrirla no representa cosa de un par de minutos, sino todo un ritual, porque es realmente la señal de que un nuevo año comienza.

Reviso, además, lo anotado en la agenda del año que terminó, no solo para anotar las fechas de cumpleaños de mis afectos cercanos, sino como un modo de hacer balance. Qué hice, qué padecí, qué quedó pendiente.

Ese ritual me detiene en meses específicos. Febrero, por ejemplo, que es cuando cumplo años y también los cumplía mi padre. Se me acumulan las reflexiones y los recuerdos.

Me para en seco en abril, cuando la vida me cambió para siempre. Ese mes de un año lejano se fue mi Alex a buscar oportunidades en Estados Unidos con su esposa. Ese mes, de otro año, consiguió su residencia oficial y un trabajo que le entusiasmaba. Y un abril de 2017 murió de cáncer.

En otros meses me recuerda cosas puntuales. Conmemoraciones por derechos de las mujeres que me obligan a mirar lo avanzado sin perder de vista los retrocesos o los enormes desafíos.

También, trabajo que disfruté mucho, logros, reuniones con amistades, ideas que no se concretaron, trámites que año con año debo anotar para no olvidar.

Diciembre, por su parte, suele ser un mes en el que procuro hacer un balance. Pero esta vez la vida decidió detenerme.

Cerré el año con toda mi atención y mi tiempo centrado en mi hija, a quien le chocaron el coche, pérdida total, fractura del brazo izquierdo (que es el dominante para ella), operación y una recuperación a la que aún le faltan algunas semanas.

Eso quedará marcado en la nueva agenda, porque me recordó la fragilidad de la vida y, por sobre todo me enseñó que está bien sentirse miserable, que acompañar a quien sufre requiere un delicado equilibrio entre la compasión y el optimismo.

Me enseñó que puedo sostener y ofrecer mi fortaleza, pero también debo dar espacio a la frustración, el enojo, la tristeza.

Es decir, aprendí que para acompañar es mejor ser “colchón” que “roca”. Y eso me lo enseñó mi sabia hija Talía. Así que claro que quedará anotado en la Agenda.

Y mire lo que son las cosas. La ilustración de la Agenda de este año (no resistí y abrí la caja) es una sirena acompañada por una mariposa, lo que en este momento representa para mí la idea de fluir ante las situaciones y recordar que todo cambia, se transforma.

Lo mejor es que Anahí complementa la ilustración con un sol que sonríe y una luna en cuarto creciente. Así que iré bien acompañada.

Deseo que nos acompañemos este nuevo año, y que su vida fluya, se transforme para bien y, como en mi caso, alumbren su camino un sol que sonría y una luna en franco crecimiento.

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¿Las mujeres son humanas? La respuesta parece obvia. Pero durante un par de siglos no fue así, y algunos derechos humanos aún se nos escatiman.

Del 25 de noviembre al 10 de diciembre se llevan a cabo 16 días de activismo contra la violencia hacia las mujeres.

No es casual que terminen ese día. Es más, por eso son 16 días de activismo y no 15 o 10 (en general, conmemoramos en múltiplos de 5).

Cuando nacieron eso que hoy llamamos derechos humanos, el documento se llamó “Derechos del hombre y el ciudadano” (Francia 1789).

Fue un gran documento. Salvo porque ninguna mujer podía tener algún derecho de los que se mencionaban ahí.

¿Derecho a la propiedad? No. ¿Derecho a ejercer cargos públicos? No. Para acabar rápido, se precisaba que todos los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Así que nosotras ni libres ni iguales en derechos.

En ese mismo instante nació el feminismo como un movimiento por la igualdad de derechos. Y, como no les hizo gracia alguna, subieron la apuesta con el Código Napoleónico (que tuvo una enorme influencia en las leyes de casi toda Europa y sus colonias, entre ellas lo que hoy es México). Ahí quedó establecido legalmente que no éramos dueñas de nada, ni de nuestro cuerpo.

Entonces doblamos la apuesta: Los movimientos sufragistas exigían derecho a la educación, a la propiedad, pero sobre todo al voto, porque queríamos cambiar esas leyes tan opresivas e injustas.

Ante eso, la filosofía y la naciente ciencia moderna (de las que igualmente estábamos excluidas, salvo excepciones) tuvieron el atrevimiento de asegurar que ni humanas éramos. Bestias tampoco (poco les faltó), pero quedábamos en una especie de término medio entre las bestias y los verdaderos humanos (que, claro, eran los hombres).

En ese debate, acciones de las mujeres y reacciones de todo el sistema (que años después llamamos patriarcal), cuando tuvieron lugar las dos guerras mundiales. Y al término de la segunda, ante los horrores vividos se decidió convocar a las naciones para crear un nuevo “contrato social”.

¿Y cómo cree que se iba a llamar ese documento? ¡Declaración Universal de los Derechos del Hombre!

No fue así, porque en la naciente ONU había ya varias mujeres y la mayoría eran sufragistas (o lo había sido, porque su país ya reconocía ese derecho).

Ese grupo de mujeres consiguió, entre otras, que el documento se llamara Declaración Universal de los Derechos Humanos, y que quedará establecido en el artículo 1, que toda persona tiene todos los derechos y libertades sin distinción de sexo.

De modo que un 10 de diciembre de 1948 conseguimos nuestra acta de nacimiento legal como humanas.

Por eso desde aquí honro y agradezco a: Eleanor Roosevelt (Estados Unidos), Hansa Mehta (India), Minerva Bernadino (República Dominicana), Marie-Hélène Lefaucheux (Francia), Shaista Ikramullah (Pakistán), Bodil Begtrup (Dinamarca), Bertha Lutz (Brasil), Amalia Castillo (México), Wu Yi Tang (China), Eudokia Uralova (Bielorusia), Jessie Street (Australia), Lakshmi Menon (India), Isabel Sánchez (Venezuela), Isabel de Vidal (Uruguay), entre otras de cuyos nombres apenas vamos teniendo noticia.

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¿Está preparado México para que lo gobierne una mujer?, me pregunta el reportero. Le cambio la pregunta, contesté, ¿está preparado México para que lo gobierne otro hombre?

Permítame aclarar que de ninguna manera creo que el solo hecho de ser mujer te haga mejor o peor que un hombre. El sexo con el que nacemos no determina si tendremos honestidad, respeto por los derechos humanos, empatía, inteligencia. Nada. No determina nada. Pero muchísimas personas sí lo creen.

No es algo nuevo. En la Antigüedad y en la Edad Media se sostuvo que el sexo con el que se nace viene en paquete con una serie de cualidades y aptitudes. Sin embargo, esas ideas comenzaron a cuestionarse desde el siglo XVII. Leyó bien: siglo diecisiete.

En esa época, se plantea que teníamos inteligencia, Razón (así, en mayúscula), lo cual abrió la puerta a poderosos conceptos como: igualdad, libertad, universalidad, ciudadanía y a la democracia moderna, que terminaba con la creencia de que el gobierno le correspondía a una familia -el rey y su descendencia o parentela masculina- por designio divino.

Y ahí estaban mujeres pariendo también esas ideas. Marie le Jars de Gournay con su texto Sobre la igualdad de hombres y mujeres (1622) critica la jerarquía sexual desarrollada a partir de la falta de formación y conocimientos de las mujeres (recordemos que teníamos prohibido aprender a leer y escribir).

Años más tarde, François Poullain de la Barre, proclama que “la mente no tenía sexo” (1673) y que, salvo diferencias genitales, no había ninguna diferencia sustancial entre los sexos.

Eso abrió un debate que, por increíble que parezca, llega a nuestros días. Y aparece con toda claridad cuando una mujer, la que sea, se postula para gobernar lo mismo un municipio, un estado, un país o una empresa.

Se parte del supuesto que los hombres, solo por nacer hombres, son capaces de gobernar. Y, por el contrario, las mujeres, solo por nacer mujeres, no lo somos.

Por eso, nadie se preguntó si después de Hitler deberíamos dejar un gobierno en manos de un hombre. O después de Mussolini o Stalin o Trump o… piense usted en cualquier apellido de gobernantes mexicanos.

Sin embargo, basta que una mujer tenga posibilidades de llegar al poder para que surja la pregunta.

Y en México ahora surge a menudo, porque obligamos legalmente a la paridad (2014) y ensanchamos el camino con la paridad en todo (2019), que obliga a los partidos políticos a postular por igual mujeres y hombres a gubernaturas.

Lo que hay de fondo en esa pregunta y en muchos cuestionamientos que se hacen a las mujeres que quieren gobernar (o que ya gobiernan), es que no se termina por reconocernos como iguales. Igualmente humanas. Igualmente personas.

Porque, si partiéramos de la idea de que somos igualmente humanas que los humanos, daríamos por supuesto que podemos ser tan buenas o tan malas, tan honestas o tan corruptas, tan capaces o tan incapaces como cualquier señor que aspire a gobernar.

Pero, si se insiste en pensar que el sexo es lo que define la capacidad para gobernar, diría que: a) la evidencia en nuestro país muestra lo contrario, y b) aunque sea para variar, a partir de ahora todos los cargos de poder deben quedar en manos de mujeres, hasta que la evidencia muestre lo contrario ¿Probamos?

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Escribo estas letras mientras bebo mi café en una taza negra en forma de caldero, que me regaló mi hija con estas bellas palabras: “las buenas brujas necesitan un buen caldero”.

Las brujas tienen mala fama. Y no es casual. En Europa, la iglesia católica de la Edad Media creó esa imagen, en parte para imponer esa religión -por las buenas o las malas- y en parte por razones económicas.

¿Quiénes eran llamadas brujas? 

Para empezar las mujeres que curaban, que habían aprendido a utilizar hierbas, flores para curar distintos malestares o enfermedades; que sabían calmar un dolor de estómago con manzanilla, ayudar a dormir con valeriana, curar la tos con salvia o menta.

Y eso, en un tiempo en el que todo se debía al designio de Dios, debe haberse considerado muy peligroso. Es decir, no curaban los rezos, las penitencias, la fe, sino ¡una mujer! Eso solo podía deberse al diablo, y por eso fueron catalogadas de brujas y quemadas vivas.

A esa idea también contribuyeron los médicos -todos hombres- a quienes debe haber parecido terrible (en especial para su prestigio y su economía) eso de que mujeres curaran con hierbitas.

Pero también hubo poderosas razones económicas. Resulta que la cerveza la crearon mujeres en la Antigüedad. Y para la Edad Media era un negocio exclusivo de mujeres.

La preparaban en sus sótanos y en calderos. Además, cuando la vendían en la calle llamaban la atención con sombreros altos, puntiagudos, que podían ser vistos a distancia. Con una escoba barrían el espacio en el que elaboraban la cerveza y sí, los gatos servían para mantener alejadas a ratas y ratones de la zona.

Cuando la abadesa Hildegarda de Bingen (1098-1179), descubrió que el lúpulo permitía conservar la cerveza por largo tiempo, fabricarla se volvió un gran negocio.

Entonces, muchos monasterios se dedicaron a ello y, para sacar a la competencia, convirtieron todas las características de las mujeres que hacían cerveza en algo diabólico, y a ellas las pintaron como mujeres feísimas. La imagen que se tiene de ellas aún ahora, pues.

Hidelagrada, por supuesto, no fue considerada bruja. Sino sabia, y sí que lo fue. Ella estudió, documentó y catalogó muchos usos de la herbolaria y abrió las puertas de sus conventos a mujeres a quienes enseñó a leer y escribir.

Vindicar el concepto de bruja es reciente. Por un lado, porque diferentes historiadoras han documentado lo que brevemente he contado aquí. Y, por otro, porque se ha querido recuperar la palabra para darle el estatus de sabiduría en las mujeres.

Una de las autoras que lo hace magistralmente es Jean Shinoda Bolan, sabia mujer que ha escrito varios libros. Uno de mis favoritos: Las brujas no se quejan.

Ahí habla de las cualidades que debemos cultivar las mujeres en la vejez. Y afirma que las ancianas que confiamos en nuestra sabiduría interior, que elegimos el camino con el corazón, que poseemos fuerza y compasión, conocemos nuestras necesidades y saboreamos la parte positiva de nuestras vidas, podemos llegar a ser brujas; es decir, sabias.

Así que aquí me tiene, en víspera del Halloween, tomando mi café en el caldero, dispuesta a mirar la luna para honrar a todas las brujas y  decirles que trato de aprender y practicar esas cualidades para estar a su altura.

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Hoy, 17 de octubre se conmemora el 70 aniversario del derecho al voto de las mujeres en México. Y este año cobra especial relevancia porque estamos ante la probabilidad de que, por primera vez en México una mujer sea presidenta.

Es cierto que hemos tenido seis candidatas previamente: Rosario Ibarra de Piedra, por el Partido Revolucionario de los Trabajadores (1982 y 1988); Marcela Lombardo, por el Partido Popular Socialista (1994); Cecilia Soto, por el Partido del Trabajo (1994); Patricia Mercado, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina (2006); Josefina Vázquez Mota, por el Partido Acción Nacional (2012) y Margarita Zavala Gómez del Campo, como candidata independiente (2018).

Pero, salvo en el caso de Josefina, ninguna tuvo posibilidades reales de llegar, dado que sus partidos no tenían fuerte presencia nacional.

Esta vez, al parecer -porque aún no ha iniciado el registro de candidaturas- tanto el partido en el poder como los partidos de oposición en coalición, postularán a mujeres.

¿Cómo llegamos a este punto?

No fue porque un buen día los líderes partidistas amanecieron inundados de espíritu igualitario y democrático y dijeron: “Sería buena idea postular a una mujer esta vez”.

Así como tampoco fue cosa de encontrar de buen humor a Adolfo Ruiz Cortines y pedirle que fuera tan gentil de enviar un decreto que reconociera el voto de las mujeres en nuestro país.

Hay una larga y fascinante historia de las acciones de las mujeres mexicanas por conseguir primero el voto (acciones que van de 1824 a 1953); luego para obligar a los partidos políticos a que nos postularan a cargos de elección popular mediante cuotas (1993-2008) y después por la paridad (2012-2019).

Y todo ese camino ha sido abierto con alianzas entre mujeres, particularmente feministas. Con organizaciones formales o informales. Estableciendo pactos entre organizaciones feministas y mujeres políticas, en especial legisladoras -feministas o no-.

Abrimos ventanas y luego puertas contra viento y marea, incluso contra viento huracanado. Porque las resistencias de muchos hombres a que las mujeres tengamos poder en pie de igualdad siguen vigentes como en el siglo XVIII.

Y, sin embargo, hoy tenemos más que nunca en nuestra historia, gobernadoras, presidentas municipales, síndicas, regidoras, diputadas federales, senadoras, diputadas locales, consejeras electorales, magistradas en los tribunales.

Es decir, hemos abierto puertas en lo federal, en lo estatal, en lo municipal y en organismos autónomos.

Y no hemos terminado. Porque la paridad no ha echado raíces, porque se aprovecha la menor oportunidad para querer dar marcha atrás. Y eso sin contar con la enorme piedra en el camino que representa la violencia política contra las mujeres en razón de género.

Por eso hoy, más que nunca, se hace necesario recordar y hacer inventario de lo que hicimos con la herencia que nos dejaron las sufragistas.

Y por eso al respecto escribí un libro junto con mi socia Teresa Hevia, que pronto saldrá a la venta en forma digital. ¡Ya le contaré!

Recordar, honrar a las sufragistas, someter la herencia a inventario, nos permite entender el presente, saber cómo llegamos hasta aquí, dónde es “aquí”; pero también nos ayuda a mirar el horizonte, a trazar el futuro.

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Un día amanecimos con la noticia. Unos señores en cargos muy importantes habían hecho un pacto para transformar el sistema democrático de nuestro país. Y transformar no necesariamente implica mejorar. Lo sabemos.

Los coordinadores parlamentarios de todos los partidos en la Cámara de Diputados -con la notable excepción y oposición del partido Movimiento Ciudadano- en menos tiempo de lo que me toma escribir estas letras (imagino) redactaron, acordaron, firmaron.

Ese pacto le quitaba el silbato a uno de los árbitros fundamentales de nuestra democracia: El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) y, a cambio (por supuesto), les daba manga ancha a las cúpulas partidistas, con lo cual se ponían en riesgo avances democráticos conseguidos en las últimas décadas.

Acto seguido celebraron (supongo) y ordenaron “hágase nuestra voluntad”. 

Ignoraron o minimizaron –algo que suelen hacer señores poderosos- que, en medio mundo, feministas hemos ido mejorando las reglas de la democracia moderna desde hace como dos siglos y medio. 

Para empezar las sufragistas que nos consiguieron derecho al voto. Para seguir, un movimiento amplio de mujeres nos aplicamos para obligar a los partidos políticos a postular a mujeres mediante acciones afirmativas. Porque, claro, lo de votar lo fueron digiriendo, pero eso de que las mujeres también tuvieran poder se les atoraba.

Y yo puedo entender que los señores poderosos que pactaron, tan ocupados ellos en defender privilegios, no sepan de historia de los derechos de las mujeres. Pero hay hechos recientes.

Por ejemplo, en 2009, tras la enésima trampa para que llegaran hombres en lugar de mujeres a la Cámara de Diputados, se conformó la Red Mujeres en Plural, actualmente la más grande y sólida organización de la sociedad civil que trabaja por los derechos políticos de las mujeres.

Desde esa Red y en alianza con otras organizaciones de la sociedad civil, con legisladoras, juristas, académicas, periodistas y un amplio etcétera, hemos conseguido ensanchar las puertas democráticas de México. 

Botones de muestra: La sentencia 12624 del TEPJF, la reforma Constitucional por la Paridad (2014), Jurisprudencias del TEPJF por la paridad vertical y horizontal (2015), reforma Constitucional por la Paridad en Todo (2019), reformas para tipificar la Violencia Política contra las Mujeres por Razón de Género (2020), entre otras.

Con esos cambios, con disposiciones del INE y con sentencias del TEPJF, hoy las mujeres ocupan la mitad de las Cámaras y de casi todos los Congresos estatales, hay siete mujeres gobernando el país al mismo tiempo, y por primera vez hay minorías con asientos en la toma de decisiones del Poder legislativo.    

Todo eso ignoraron, minimizaron, o no les quedó claro. Muchos señores poderosos ven borroso cuando se afectan sus privilegios.

En cuestión de horas, ciudadanía organizada (de manera destacada Mujeres en Plural) les obligó a ponerse lentes. Muchas legisladoras resistieron la presión de las cúpulas de sus partidos y honraron el legado. 

Los señores poderosos deben haberse preguntado ¿Qué pasó aquí? La respuesta, en voz de mi querida Lucía Lagunes, es: Rompimos el pacto patriarcal. 

Y, por si aún no está claro, ni es la primera vez, ni será la última.

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Hubo una vez un grupo de mujeres que se rebelaron ante la imposición de vestir de negro y sin joyería. Se organizaron y desfilaron por las calles con la ropa más colorida que encontraron y portaron tantas joyas como tenían. Fue en Roma, cuando era un imperio. 

Hubo otra vez en que, ante la prohibición para las mujeres de aprender a escribir, un grupo de campesinas inventaron su propia escritura. La bordaban o pintaban en distintos objetos. El Nüshu fue transmitido de madres a hijas a sobrinas a nietas. Fue en China, en el siglo I antes de nuestra era.

También, más de una vez, mujeres israelitas han llevado a la playa a mujeres palestinas pese a la guerra entre sus países. En este siglo.

De igual modo, en este siglo, mujeres iraníes se quitan el hiyab y se cortan el cabello, en protesta por la opresión y en un grito por la vida y la libertad. 

En todas las épocas, en todos los rincones, podemos encontrar mujeres organizadas o desorganizadas, en pequeños grupos o en grandes colectivas, exigiendo que ser mujer no signifique opresión, exclusión, discriminación, violencia, muerte; y construyendo igualdad y paz.

Por eso y para eso mujeres de otros tiempos eligieron el 8 de marzo para hacer un corte de caja, ver que se ha sumado y que se ha restado en materia de derechos de las mujeres.

Hace más de un siglo, durante la Segunda Reunión Mundial de Mujeres Socialistas, llevada a cabo en Copenhague, Dinamarca, en 1910, se aprobó adoptar el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer.

Hace casi 50 años, que la ONU conmemora el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer. Desde 1975.

Y hace algunos años que cientos, miles, millones de mujeres marchan en las principales calles de sus ciudades, para exigir un alto a la violencia, para exigir justicia, para dejar en claro que nuestros cuerpos son nuestros, no de las iglesias, no del Estado, para exigir paridad, para, en fin, denunciar las opresiones y exigir los derechos que nos escatiman por ser mujeres. 

Pero, sobre todo, nos convocamos para sabernos juntas.

Este 8 de marzo mujeres de todo el mundo estaremos unidas. Algunas reflexionaremos los por qués y los para qués. Otras traeremos a la memoria algunos hitos de la historia de los derechos de las mujeres para, como hicieron campesinas chinas, trasmitir el mensaje de generación en generación.

Acaso algunas estarán unidas en silencio o en solitario, porque hablar o reunirse puede costar la vida.

Es posible que otras utilicen discretamente algo morado, color del feminismo, y con solo eso nos reconoceremos. 

Y también habrá quienes exijan por todas las que no pueden, y griten a voz en cuello, utilicen pancartas y la pañoleta morada con el símbolo del feminismo, o la pañoleta verde con el símbolo del derecho al aborto.

Distintas serán las formas, pero nos sabremos juntas.

Porque no hemos terminado. Y algunas han tenido que volver a empezar. 

Porque ningún derecho de las mujeres está garantizado, aún, de una vez y para siempre.

Porque en el mejor de los casos tenemos algunos derechos. 

Porque la meta es: todos los derechos para todas las mujeres en todas partes. 

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