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Las mujeres de Marruecos

Por Fabiola Calvo

Leila Chafai, periodista, feminista e investigadora marroquí, teje la realidad de las mujeres de su país en estudios que plasma y luego presenta y difunde en diferentes lugares del mundo. En su último viaje por España, platicamos sobre su actual trabajo al norte de Marruecos, con la tribu Beni Weryaghel, en la región de Rif, en dos lugares diferentes: Ajdir y Charran.

Adjir se encuentra al lado de una carretera, y Leila pudo constatar que «las mujeres se encuentran incomunicadas al lado de la comunicación». Sólo trabajan en casa, no salen y tiene tan asimilado que es malo mirar por la ventana que no lo hacen y reproducen la misma actitud con sus hijas.

En Adjir, la mayoría de los hombres emigran pero llegan al pueblo cada nueve meses, dejan embarazadas a sus mujeres y se regresan. Se quedan definitivamente cuando se jubilan. Ellas son vigiladas por quienes las rodean pero tiene tan incorporada la opresión que ya no necesitan ese control. El dinero que envían sus maridos, padres o hermanos para comer no lo reciben directamente sino a través de uno de los hombres de la familia.

En Charrán, un lugar incomunicado, las mujeres trabajan dentro y fuera de casa: hacen las labores domésticas, buscan el agua y la comida para el ganado, y mientras sus manos están llenas de rajas sin sangrar, como si estuviesen resignadas a la tarea de cargar las plantas con espinas, los hombres van al supermercado a comprar lo que hace falta y el resto del tiempo fuman y descansan.

En verano ayudan en la cosecha. Leila me aclara que en Rif la tierra no es fértil pero se produce trigo, nueces, almendra y legumbres.

Con la migración se produjo otro fenómeno que nada tiene que ver con el amor o el derecho a las mismas oportunidades entre hombres y mujeres. Ellos esperan al padre de alguna de las muchachas del pueblo, que se encuentra en el extranjero, para pedir la mano y así obtener sus papeles y marcharse fuera de Marruecos.

Abrí mis ojos cuando escuché que en Charrán las mujeres casadas no pueden salir hasta después de su segundo parto. En fin, cuánto tenemos por hacer las mujeres en el mundo, comenté en ese momento.

Continúo escuchando a Leila, tomo un sorbo de café y pienso que muchas conquistas del movimiento feminista sólo llegan a una mínima parte de las mujeres en el planeta.

Leila toma su té y me aclara que en Marruecos hay muchos perfiles de mujeres: solas, con marido, profesionales, dedicadas al servicio doméstico, la mayoría sometidas pero también un pequeño ejército de feministas que luchan por sus derechos.

«Durante los años 70 fuimos un movimiento por la defensa de los derechos humanos, a principio de los 80 ya aparecimos como feministas y en 1985 creamos la primera asociación. Desafortunadamente el movimiento se ha quedado en las ciudades. Uno de los aportes ha sido la creación de Centros de Acogida para Mujeres con dinero procedente del exterior».

Y desde 1985, los partidos crean su propio movimiento feminista, el que a su vez revoluciona las filas de la organización política. «Entre todas logramos unificarnos alrededor de un plan sobre la integración de las mujeres en el desarrollo que presentó un gobierno de transición creado por Asan II en 1999».

Sin embargo, los integristas recogieron firmas contra el plan por considerar que quienes estaban allí no eran musulmanas y generaron un movimiento contrario. «Las feministas hacemos una gran manifestación en Rabat en el 2000 y los integristas hacen una mayor en Casablanca. Ya no se habla del plan, sin embargo se están construyendo colegios de secundaria en el campo, centros de salud y educación para mujeres adultas».

       
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