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Navegan entre el mar de adversidades las mujeres tuxtlecas

Por Román González

Las comunidades rurales de Los Tuxtlas (Santiago y San Andrés) son las más pobres de la región sur del estado de Veracruz, tercera entidad más poblada del país y con mayor índice de marginalidad: 60 por ciento de los municipios están clasificados con los índices de alto y muy alto nivel de marginalidad.

Por lo mismo, desde hace 15 años la Organización de Mujeres de Santiago (Omsa) se ha abocado a instruir a las mujeres tuxtlecas en formas de organización y capacitación a fin de impulsar proyectos productivos (molinos de nixtamal, cría de animales y tienda de verduras, entre otros); sobre todo en los municipios de Santiago Tuxtla, San Andrés Tuxtla y Catemaco.

Las investigadoras Sandrín Iceta y Guadalupe Abdó Infante rescatan las experiencias de la región en su estudio Proyectos de resistencia de mujeres en los tuxtlas –concretamente de la Organización de Mujeres de Santiago (OMSA) y del Comité para la Educación y el Desarrollo Integral de la Mujer (CEDIM)–, como una manera, dicen, de responder a las condiciones adversas que viven las mujeres en la región.

En su trabajo las estudiosas explica que en la zona de Santiago Tuxtla participan 248 mujeres en la OMSA, pertenecientes a 22 grupos de 19 comunidades y tres barrios; y en la de San Andrés Tuxtla385, divididas en 28 grupos de 27 comunidades y un solo barrio.

LAS MUJERES Y SU FUERZA

Una de las conclusiones a la que llegan Iceta y Abdó es que las 54 mil 218 mujeres de la región tuxtleca son las que más sufren los efectos de la crisis, ya que ellas padecen la doble explotación de pertenecer a la clase más baja del capitalismo y al género femenino: social e históricamente subordinado al varón.

En la investigación del Centro Regional para la Educación y la Organización Popular (CREO), el ya mencionado CEDIM y el Programa con la Mujer en Educación Solidaridad y Autogestión (Promesa), efectuado entre 1997-1998, quedó reflejado que la mayoría de la población tuxtleca es campesina con fuerte raíz indígena.

Además, el estudio da cuenta que en Santiago Tuxtla y San Andrés Tuxtla, 62 por ciento de las 517 mujeres entrevistadas estaban casadas por lo civil y por la iglesia, en tanto 15.66 por ciento vivían en unión libre, 5.6 por ciento se habían casado por lo civil y 2.7 por ciento sólo por la iglesia.

El contenido del estudio señala que las mujeres abandonadas, separadas o divorciadas son muy pocas. Una característica relevante es que las divorciadas eran mujeres golpeadas y maltratadas.

Las organizaciones encargadas del estudio aseguran que en su mayoría las mujeres de las dos zonas de los tuxtlas padecen problemas semejantes y viven de manera similar; no obstante, a lo largo de los años los dirigentes de la zona de San Andrés Tuxtla han demostrado ser más abiertos y más progresistas que los de Santiago Tuxtla, al grado de que a la zona se le conoce como tierra de caciques y sus pobladores suelen ser más tradicionalistas y cerrados.

LA SOBRECARGA DE TRABAJO

Para Guadalupe Abdó Infante y Sandrín Iceta las mujeres campesinas se han visto precisadas a aumentar su carga doméstica, su trabajo agropecuario no remunerado y sus tareas de autosubsistencia para satisfacer las necesidades de consumo de los hogares y contrarrestar la ausencia de los varones que han emigrado principalmente hacia los Estados Unidos.

Como consecuencia, eso ha significado para ellas un cambio en su papel tradicional y la búsqueda indispensable de trabajo retribuido. Asimismo, las mujeres rurales se han insertado de manera creciente como trabajadoras en los cultivos comerciales y agroindustriales, y en el florecimiento de la mediana agricultura comercial (sobre todo en el cultivo de las hortalizas y los frutales).

Por lo tanto, las condiciones de pobreza y subordinación de las mujeres rurales en lugar de disminuir han adoptado nuevas formas.

De esta manera, Abdó e Iceta señalan que se ha vuelto costumbre que en Los Tuxtlas la mayoría de las mujeres tengan una jornada diaria de 15 a 18 horas de trabajo arduo: acarrean agua y lavan la ropa de ellas y de toda su familia en los ríos, por lo regular a largas distancias de sus casas, recolectan leña para cocinar, muelen el maíz, cuidan a las y los hijos y le llevan la comida al campo a sus maridos entre otras muchas actividades más.

UNA CONSECUENCIA DE LA CRISIS

Con la crisis de la economía rural y la baja de productos para el autoconsumo, como verduras, maíz o frijol, los niveles de desnutrición han generado graves problemas de salud en la mayoría de las mujeres rurales.

En Los Tuxtlas, dicen Abdó e Iceta, llama la atención la raquítica cantidad de dinero que las familias destinan a la alimentación.

«Es indignante aceptar que en una comunidad las familias tengan un gasto promedio de 6.5 pesos diarios, equivalente a 80 centavos de dólar. Las demás comunidades, aunque se encuentran un poco mejor, ninguna rebasa los 31.18 pesos diarios, o sea, 3.89 dólares americanos.»

Esta situación, concluyen las investigadoras, se explica ya que cada familia después de la cosecha almacena los granos básicos necesarios para subsistir (maíz y frijol), de manera que los escasos ingresos los usan para pagar el jabón, la medicina, las cuotas comunitarias, la escuela, el insumo para la producción.

Así, la alternativa del desarrollo de proyectos pretende fortalecer la subsistencia familiar al tiempo que van creando lazos de solidaridad, lo que les permite a las mujeres tuxtleñas enfrentar el embate de la globalización capitalista.

       
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