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Orgullosamente mexicana

Por Marta Guerrero González

Irene Velásquez gana ocho dólares la hora, algo mas cuando rebasa el turno de ocho horas. Entra a las dos de la mañana y a veces, si tiene suerte hace hasta doce horas seguidas. Los martes viene a Davis, a las afueras de Sacramento, a ayudarnos con la limpieza y a platicar. Pensarán qué puede tener de interesante lo que una obrera cuente y dejar de leer la columna.

Para los que sigan, les diré que es una mujer de 38 años, casada, cuatro hijos y un nieto, LLeva más de quince anos fuera de su país. Su yerno fue enviado a Irak, es un soldado americano y no le teme a la guerra. Ella, en cambio, teme que le encomienden misiones peligrosas por su origen mexicano, como fue el caso de los primeros soldados en caer. Se tranquiliza con eso del fin de los bombardeos.

Su esposo cuenta con un buen trabajo y su hijo el mayor, reparte pizzas. Pero Irene me cuenta que necesita tener mas dinero, porque los quinientos que juntó, otra vez, se los mandó a su mamá. Pero ahora no son para el refrigerador ni nada de esas cosas, pues ya todo lo tienen. ¿Entonces? Me mira y suspende el lavado de los vidrios. «Me da vergüenza», me dice. No tengas pena, que andas conspirando.

Es algo muy feo y triste. No importa puedes decirme todo lo que quieras. Bueno, con una condición. La que quieras. Que nunca diga el nombre de mi pueblo. Cuenta con ello, ¿qué es lo que te avergüenza? En mi pueblo todavía hay muchos que no tienen zapatos, yo aquí como y ceno todos los días, veo la televisión y tenemos dos carros, afirma.

Allá quedan muchos miserables, es increíble pero está lleno de pobres. Bueno, Irene, ya se los mandaste, no metas tantas horas que verás muy poco a tus hijos. Tengo que seguirle nada mas un tiempito; en diciembre me van a dar vacaciones pagadas, y, voy a ir a México por un mes, quiero ver que todos traigan zapatos, no como la última vez que fui; no podía disfrutar los guisos, ni el campo, ni a la familia.

Traía el corazón descalzo, desnudo y me dio muchísima vergüenza. Irene, no vas a poder tu sola con esa tarea. Pero con uno que empiece… los demás se arriman. Ahí tiene el caso de un compañero, el inocente se quemó con ácido la cara y casi se quedo sin lengua, estamos todos «colectando» y de algo le va a servir.

Y le aviso que cuando vea gente en los llanos vendiendo fresa o cereza deténgase y compre, porque para que hagan eso quiere decir que tienen mucha necesidad, pues si los atrapan los encierran y hasta los retachan para el otro lado, pobrecitos. Irene Velásquez, mexicana. Simplemente, agradecerle la lección.

2003/MGG/MEL

       
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