Porque la religión es un factor importante que determina la cultura de un país, resulta relevante conocer la penetración que ha tenido en la población femenina y masculina a lo largo de las últimas décadas del siglo pasado en nuestro país. Una constante ha sido que la población femenina ha observado una mayor proporción de población practicante que la masculina. Sin embargo, las personas ocupadas en actividades religiosas, en todas las entidades el porcentaje de población masculina es superior al de la femenina.
Esto refleja la tendencia de preferencia hacia los hombres para los cargos eclesiásticos, destacando Sinaloa y Tlaxcala por tener el mayor porcentaje de población masculina que se ocupa de actividades religiosas, seguidas de Zacatecas y San Luis Potosí. Las únicas entidades que se distinguen por tener más de 20 por ciento de población femenina ocupada en estas actividades son, Baja California Sur, con 30 por ciento; Guerrero, con 25 por ciento; Querétaro, con 24 por ciento; siguiendo: Guanajuato, Michoacán, Estado de México, Colima e Hidalgo.
En el último censo de población levantado en el país, se registran 43.6 millones de mujeres, contra 41.2 millones de hombres de cinco años y más, de las cuales 88.3 por ciento son católicas, y 87.6 por ciento católicos; 7.7 por ciento están congregadas en alguna iglesia de tipo evangélica, contra 6.8 por ciento de hombres; 0.4 por ciento de ambos profesan otras religiones, y el 2.8 % por ciento de mujeres no tiene creencia religiosa, contra un 4.3 por ciento de hombres.
En el año 2000 las distintas corrientes religiosas registradas como «otras», se agrupan en: otras cristianas, espiritualistas, judaica, de origen oriental, musulmana y otras religiones. Con excepción de la judaica, es mayor el número de hombres que de mujeres que practica otras religiones, al contrario de lo que sucede en la población católica, y la protestante o evangélica. Sin embargo, resulta evidente que las actividades religiosas las ejercen mayoritariamente los hombres con 83 por ciento, y la femenina con 17 por ciento, estando los altos cargos de la jerarquía eclesiástica vedados para las mujeres, independientemente del tipo de religión que se practique.
Aunque la Biblia está repleta de relatos de mujeres que enseñaron, profetizaron y llevaron mensajes de parte de Dios, hoy día muchas iglesias cristianas enseñan que las mujeres no pueden ministrar públicamente, u ocupar posiciones de sacerdotisas o pastoras, porque hay un dogma al respecto, y se ha interpretado lo que el apóstol Pablo dijo en el versículo de 1 de Corintios 14.34-35 que dice: < Es justo reivindicar al gran apóstol, aunque pequeño en estatura, ya que debemos ver el contexto cultural de la época en que se dijo. Recordemos que la cultura griega y la del Medio Oriente del primer siglo, las mujeres no tenían oportunidades de educación, y de hecho, se consideraba vergonzoso que aprendieran. Los filósofos griegos, incluyendo a Aristóteles, sostenían que la mujer era ignorante, imposible de educar y provocadora de distracción debido a su sexualidad. Por lo que sabemos del mensaje general de La Biblia, este mensaje no tuvo la intención de ser una orden general para mantener la boca de las mujeres de todo el mundo, cerradas en todos los tiempos. Pablo estaba llamando a las mujeres a escuchar y a aprender y esperaba de ellas que enseñaran y predicaran una vez terminado el proceso de discipulado. Este versículo del «silencio femenino» es más una actitud reverente y respetuosa. E investigando las circunstancias históricas del momento, se interpreta que se está haciendo referencia a la forma de hablar que estaba trayendo problemas en la iglesia de Corinto. De hecho, había creado tanta perturbación que los líderes de la iglesia recurrieron a Pablo para una medida correctiva del problema, ya que la palabra griega utilizada para En el libro «No hago sufrir a la mujer», de Richard y Catherine Clark Krogeger, explican que ciertas prácticas sobre cultos de adoración que involucraban el sacerdocio femenino de Diana, la diosa griega de la fertilidad, habían invadido la iglesia de esos tiempos. Estas mujeres celebraban ritos en los que pronunciaban maldiciones sobre los hombres. Ciertamente esta doctrina alimentó actitudes malsanas entre las mujeres de la iglesia de Éfeso, estas mujeres estaban esparciendo falsas doctrinas. Si esto fue así, la seriedad del problema exigía una respuesta fuerte para quienes usurpaban la enseñanza con esas doctrinas, no se relacionaban tanto con el género sino con el hecho mismo. En Tito 1.10-11, Pablo da la misma solución para los hombres que difundían falsas doctrinas. ¿Sinceramente, creemos que este versículo refleja el corazón de Dios? Si el mensaje cristiano entró en escena en Grecia con una nueva idea radical que el mismo Pablo resumió muy bien en Galatas 3.28 < *Senadora e integrante de la Comisión de Equidad y Género y de la Comisión Especial que dará seguimiento a los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez. 2004/BJ