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Dolores del Río

Por Erika Cervantes*

Dolores Asúnsolo López Negrete, mejor conocida como Dolores del Río, fue la primera y más grande Diva que el cine mexicano dio al mundo.

No sólo abrió la puerta del cine internacional a las actrices mexicanas, también se dio tiempo para aportar al país el reconocimiento y defensa de los derechos de las mujeres trabajadoras de la industria cinematográfica, al promover la creación de la estancia infantil Rosa Mexicano para brindar protección y apoyo a las hijas e hijos de las actrices y actores mexicanos que han muerto.

Su enorme aporte a la cultura cinematográfica mexicana motivó que, en noviembre de 2005, sus restos fueran trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres.

Dolores nació en Durango en el seno de una familia con suficientes recursos económicos. Su padre fue Jesús Leonardo Asúnsolo, prominente ganadero y gerente bancario, y su madre Antonia López Negrete, reconocida en los círculos sociales.

La infancia de Dolores trascurrió tranquila, hasta el estallido de la Revolución Mexicana, cuando su familia tuvo que disolverse y emigrar para evitar la persecución de los revolucionarios, para quienes el enemigo eran las personas «ricas».

Su padre emigró a Estados Unidos. Dolores y su madre se fueron a la ciudad de México.

Ya establecidas en la ciudad, Dolores estudió en el Colegio Francés de San Cosme. Tomando clases de danza con la maestra Felipa López. Y a la edad de 15 años, durante un baile a beneficio, conoció a Jaime Martínez del Río, su primer esposo, con quien contrajo nupcias en 1921.

Vivieron en el rancho algodonero de Las Cruces, que al poco tiempo perdieron junto con su fortuna.

Como actriz, Dolores fue descubierta por Edwin Carece, famoso productor de películas, en una reunión organizada por Adolfo Best Maugard en la casa de Salvador Novo. Carece invitó a los del Río a viajar a Hollywood, lo que se convertiría en el inicio de la prolífica carrera cinematográfica de Dolores.

Ella aceptó la invitación a actuar en una película por curiosidad, como una simple aventura para satisfacer un capricho, pero recibió posteriormente nuevas y apremiantes solicitudes para intervenir en sucesivas producciones cinematográficas.

Los papeles que otorgaban a Dolores eran en su mayoría para «decorar» el filme, destacando su origen étnico y el carácter apasionado atribuido a la mujer latina. Aún así, su éxito fue tal que se estableció en Estados Unidos, donde permaneció desde 1925 hasta 1942.

Durante la época del cine mudo, intervino en películas como El precio de la fama (1926), Resurrección (1927) y Ramona (1928).

Dolores del Río fue una de las pocas artistas que transcurrió una transición tranquila y sin conflictos al cine sonoro, época en que filmó El malo (1930), Ave del paraíso (1932), Volando hacia Río de Janeiro (1933) y Madame Dubarry (1934).

Más tarde incursionó en el cine europeo con Acusada (1936) y Estambul (1941), después de lo cual regresó a México.

En 1942, Dolores inició su trabajo en México al lado de Roberto Gavaldón. Y el año siguiente fue decisivo para consagrarse como primera figura en México, de la mano del director cinematográfico Emilio «El Indio» Fernández, con películas como Flor Silvestre y María Candelaria consideradas clásicas del cine mexicano.

Su talento y desempeño le valieron premios y reconocimientos, el Ariel por Las abandonadas (1946), Doña Perfecta (1952) y El niño y la niebla (1954). Fue homenajeada por la Organización de los Estados Americanos (OEA), en 1967, y por el presidente norteamericano Jimmy Carter, en 1978.

Hacia el año de 1983, Dolores empezó a experimentar problemas de salud derivados de complicaciones hepáticas. Fue entonces trasladada a la ciudad de Newport Beach, California para su atención.

Murió a la edad de 79 años en La Jolla, California, el 12 de abril de 1983.

*Periodista mexicana, fotógrafa y Coordinadora de Redes de Periodistas en CIMAC.

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