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Rosario Ibarra de Piedra: emblemática

Por Sara Lovera López*

Rosario Ibarra de Piedra transformó el dolor en lucha y en esperanza. Al cumplir sus 80 años, y más de 30 como abanderada de la defensa de la vida y la libertad de todas las personas, es una luz de verdadera esperanza.

Es un ejemplo a seguir, un modelo para las mujeres contemporáneas, una muestra de que es posible convertir el coraje, sin ánimo de venganza, en aliento para el futuro.

Su cumpleaños nos da pretexto para reconocerla y seguir sus pasos. No es Rosario, por suerte, la encarnación de la madre sacrificada, sino de la madre como nos la describió Gorki, adherida a los ideales de su hijo que, nacido de sus entrañas, sintetizó los ideales de una generación reprimida por un régimen sin ética. Un régimen carente de principios y usurpador de la voluntad del pueblo.

Su permanente optimismo que lleva en la mirada, en las acciones, como dijeran sus amigos, en los surcos de su cara, inauguró una nueva forma de hacer política.

Su fuerza vital ha hecho posible para muchas mujeres saber cuál es el valor de estar en esta tierra, sin lloriqueos inútiles y sin sacrificios sin chiste. Ella no necesita la agresividad masculina, ni la violencia que alguna vez justificamos para hacer justicia.

Rosario Ibarra ha venido a esta tierra a cumplir con un cometido básico: la defensa de las libertades y los derechos.

El festejo de sus amigos, como ella me contó la mañana de su aniversario, que se llaman «los niños de Rosario», es el de una familia sin ligas sanguíneas, enredada por el amor y el reconocimiento de las y los otros. Es respuesta a su desmedida generosidad, es abrigo para quienes necesitan del calor humano, cuando se está a punto de perder el rumbo.

No es la madre Teresa de Calcuta, ni la imagen de aquélla que va dos pasos atrás del burro, cargada y frágil. Ella es el faro constante que no deja dormir bien a los ricos, poderosos señores del poder y del fusil.

Coincide su aniversario número 80 con el demoledor informe de José Luis Soberanes, titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, cuyo reporte formal muestra que el régimen es represor e injusto.

El recuento de Soberanes se quedó corto, es necesario añadir al abuso policíaco en Atenco, a la trampa contra los trabajadores en Las Truchas, a la ceguera para comprender el movimiento en Oaxaca y al crimen industrial de Pasta de Conchos, el robo electoral del 2 de julio, la violación tumultuaria en Castaños, Coahuila, el control sobre viudas y familias en la región carbonífera, la persecución a la libertad de expresión y la desaparición inopinada de los periodistas: año negro para ellos, para nosotros, como dijo Soberanes.

Pero hay algo en el fondo de todo, lo más grave, como dijera en su celebración cumpleañera doña Rosario: la pobreza y la desigualdad ingentes e inaceptables entre mexicanos y mexicanas. El error perverso de pretender militarizar el país, la mano dura que, semejante a la de Luis Echeverría Álvarez, el autor de la guerra sucia, está en la cabeza de Felipe Calderón, que un día aprueba la persecución como medida del miedo a todas y todas, y otro muestra una cara confusa de bienhechor que ya no cabe en esta tierra.

A Soberanes se le olvidó el crimen contra las mujeres, feminicidio que enluta a cientos de hogares anualmente; se le olvidó que Calderón es un administrador del ejecutivo bajo sospecha, se le olvidó que la impunidad no sólo se finca en la complacencia del crimen organizado, sino en la complacencia hogareña y familiar de los torturadores de casa.

Quizá la figura emblemática de Rosario Ibarra de Piedra debiera erguirse, en esta hora de Reforma del Estado y cambio Constitucional, para reiniciar la lucha feminista de izquierda que tanto nos obliga. Y es Rosario Ibarra, en el orden simbólico de la madre, nuestra mejor esperanza. Ahí debía estar nuestra identidad.

Habría que agregar que Rosario Ibarra entraña la consistencia, la tolerancia, la capacidad para empeñar toda una vida, a pesar de los problemas de la vida cotidiana y las necesidades humanas. Lo ha hecho sin reposo, sin cansancio, sin distracción, porque una vida no se divide en dos: es una sola, la que se enseña a los hijos, la que se comparte con el compañero, la que se invierte en la colectividad y el amor.

Rosario Ibarra es así un amor renovado, de una madre creativa y suprema.

Ella es la maternidad politizada y comprometida que debiera ser orientación para la vida de las mujeres en estos tiempos, en que la violencia, la avaricia y la mezquindad, parecen coparlo todo.
¡Felicidades, Rosario¡

*Periodista y feminista mexicana, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), con más de 30 años de experiencia como reportera en los periódicos El Día, unomásuno y La Jornada, nominada en 2005 en Mil mujeres por el Nobel de la Paz

07/SL/GG

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