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En voz alta

Por Socorro Chablé*

Sus derechos les han sido arrebatados, sus voces se han convertido en apenas un perceptible murmullo y sus propias historias se desdibujan en el horizonte de un dramático paisaje de marginación y desamparo.

Quienes trabajan en las maquiladoras del país son hombres y mujeres arando en la vida la sobrevivencia, rostros de mirada triste y cuerpos encorvados, como cargando sobre sí el peso de los años entregados al trabajo, sus manos y pies callosos y la piel curtida los delatan.

Obreras y obreros que viviendo en pequeñas y lejanas comunidades madrugan para llegar a tiempo a otra larga y extenuante jornada en las maquiladoras. Saben que la acumulación de unos cuantos retardos podría costarles una reducción en sus ya de por sí precarios salarios.

Madres trabajadoras que deberán levantarse más temprano para cumplir con las labores de su casa, llevar a los hijos a la escuela y dejar los alimentos preparados.

Empleadas, oficinistas, dependientas, que ante las escasas guarderías o la falta de acceso a ellas se la rifan para encomendar a los hijos con quien se pueda.

Niñas y niños trabajadores, la mayoría incluso mal alimentados, que obligados a obtener ingresos para ayudar a sus familias han sacrificado su niñez, y todo porque el estado se olvidó de protegerlos y salvaguardar sus derechos.

Lo mismo que se olvidó de empleadas domésticas, sexo servidoras, albañiles, afanadores, jornaleros y muchos más, que relegados ya de por sí en su condición de marginalidad y pobreza, parecieran no pertenecer al universo laboral.

Para las y los demás cubrir las necesidades básicas, quienes aún podemos hacerlo, se convierte en la preocupación fundamental de nuestras vidas, no importa el costo. Tal vez por ello ya no cuestionamos dónde quedan nuestros derechos, a pesar de haber cumplido con nuestras obligaciones.

Por si no fuera suficiente, y como resultado de la inserción de nuestro país a las economías globalizadas, se hace hincapié en la importancia de la «competitividad»: hay que superarse y ser mejores, deben ser responsables, eficientes y sobresalir en lo que hagan. Es el mensaje a una población mayoritariamente trabajadora, para inducirla a ser mas productiva, entonces ¡a trabajar se ha dicho!

La realidad es que en los sistemas capitalistas neoliberales, como es el caso de nuestro país, ser competitivos significa trabajar mucho, descansar poco y ganar menos, a diferencia de los dueños de los grandes capitales que compiten entre sí para aumentar sus ganancias y expandir sus mercados. Nuestra máxima preocupación es tener comida y techo, la de ellos es ganar más, invirtiendo menos. De ahí que una maquinaria poderosa, en un entramado de complicidades, se eche a andar para lograrlo.

Con el aval de gobiernos sumisos y la inmoralidad de sus intereses oscuros, se firman tratados internacionales y acuerdos multilaterales que benefician a unos cuantos (los amos y dueños del capital), a costa del empobrecimiento de más de la mitad de la población.

En el poder legislativo las complicidades no son menores, bajo el argumento de ser nuestros representantes en el Congreso (nada más falso que eso): algunos diputados sin escrúpulos terminan por someterse a los designios del gobierno en turno, legitimando y defendiendo lo indefendible, al fin que ya saben, serán bien recompensados.

La maquinaría no estaría completa de no ser por otro gran poder: el de los ya conocidos monopolios en los medios de comunicación (televisión, radio y prensa escrita) puestos al servicio de quien les garantice salvaguardar sus privilegios.

Sin importar las formas y sin evidenciar sus intereses promueven una versión hecha a modo de sus secciones económicas. Voceros al fin de los dueños del capital (grupo elitista del que ellos ya forman parte), resaltan las bondades de liberar los mercados, de promover la inversión extranjera y la necesidad de que el gobierno privatice los servicios para que el país pueda ser competitivo.

La realidad es que en la actualidad el grueso de nuestra población paga los altos costos de un tratado de libre comercio que a más de veinte años no cumplió con las expectativas. Atrás quedaron las promesas de mayor generación de empleo, desarrollo y mejores condiciones de vida.

Ni el autonombrado presidente del empleo podrá cumplirnos su palabra. En apenas unos cuantos meses Felipe Calderón nos ha dejado claro que seguirá impulsando una política de subordinación ante el capital financiero internacional. Las declaraciones durante su reciente gira por Europa no dejan lugar a dudas, al expresar en ese continente que el capital tiene manga ancha en México.

Con la complicidad de algunos partidos políticos, empezando por el suyo, de algunos diputados y de una elite de empresarios favorecidos, vemos con gran preocupación como se da continuidad a las políticas que privilegian los intereses de inversionistas extranjeros, por encima y a veces en contra de los intereses de la mayoría de la población.

Dar manga ancha en nuestro país a capitales fortalecidos por países más desarrollados que el nuestro es poner a nuestra gente frente a una competencia desigual, donde además se brindan todas las facilidades a los otros que no se brindan a los nuestros.

Es frente a esta realidad que tendríamos que voltear hacia nosotros mismos y reconocer que los millones de trabajadoras y trabajadores de este país somos la verdadera fuerza y motor de las riquezas que otros disfrutan. Solo recuperando el valor de defender lo que por ley nos corresponde podremos evitar seguir siendo tratados como ciudadanos de segunda. Ningún poder por encima de nuestros derechos, ningún poder por encima de la ley.

El respeto a los Derechos Humanos Laborales debería ser el principio que rigiera el desarrollo de nuestros pueblos, de nosotros depende reivindicar este derecho, sin olvidar que la impunidad persiste en la medida que una sociedad calla.

Bienvenidas pues, en voz alta, historias reales de historias laborales.

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* Defensora de los derechos laborales en las maquiladoras en México, periodista colaboradora del diario Por Esto! E integrante de la red Internacional de Periodistas con Perspectiva de Género.

07/SCH/GG

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