¡Albricias!, ¡mi sobrina Cecilia Hernández es científica! Comparto esa noticia con enorme orgullo. Y si nuestro país se lo permite será una extraordinaria científica mexicana al servicio de México. Insisto, si nuestro país se lo permite.
Y es que ahí está el meollo, porque dedicarse a la ciencia y la tecnología en nuestro país es un reto de grandes proporciones.
Tras terminar con magníficas calificaciones sus estudios de posgrado en el Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY), el pasado sábado mi joven sobrina presentó su examen de doctorado en Ciencias y Biotecnología de Plantas.
Ya culminar el doctorado es meritorio. Según el Informe General del Estado de la Ciencia y la Tecnología 2004, elaborado por Conacyt, del total de personas ocupadas en áreas de ciencia y tecnología, 90 por ciento tiene estudios de licenciatura, 9 por ciento de maestría y 1 por ciento de doctorado.
Esto representa que en 2003 egresaron del posgrado 49 mil 508 personas, de las cuales sólo mil 683 obtuvieron un doctorado. Y le cuento que ese mismo año se graduaron del doctorado en Estados Unidos más de 40 mil, en Brasil y Corea más de 7 mil y en España más de 6 mil.
Llaman la atención las diferencias por áreas de estudio. De quienes egresaron del doctorado en 2003 la mayoría lo hizo en ciencias sociales. Apenas 100 lo hicieron en ciencias agrícolas y 249 en ciencias naturales y exactas. Calculaban que esa cifra no se movería mucho en 2004.
Pero especializarse en algún área de ciencia y tecnología es sólo el principio del reto en México. Según el estudio del Conacyt, en 2003 casi 5 millones de personas formaban parte de la población económicamente activa ocupada en ciencia y tecnología.
Según sus censos, eso representa que 4 de cada 10 personas con estudios de licenciatura o posgrado en ciencia y tecnología en México se encuentran desempleados, inactivos o laborando en actividades distintas a lo que estudiaron.
Peor aún, esa cifra se ha mantenido prácticamente sin cambio en los últimos 5 años. Lo cual, sin duda, es un reflejo del poco peso específico que se le concede a la ciencia y la tecnología.
Y sólo tomando en cuenta la población ocupada en ciencia y tecnología con estudios de licenciatura, México se coloca en el antepenúltimo lugar de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), apenas por encima de Italia, Turquía y Portugal. El primer lugar lo ocupa Canadá, seguido de Estados Unidos.
Por otra parte, si son pocas las personas dedicadas a la ciencia y tecnología en México, menos son las mujeres, aunque su presencia se ha ido incrementando significativamente.
En 2003, apunta el estudio de Conacyt, 53.8 por ciento de las personas con estudios superiores al bachillerato dedicados a la ciencia eran varones y 46.2 mujeres.
Pero en niveles especializados su presencia es menor, aunque también aumenta. De acuerdo con la bióloga Rosaura Ruiz Gutiérrez, secretaria de Desarrollo Institucional de la UNAM, mientras en 1984 sólo 283 pertenecían al Sistema Nacional de Investigadores (SNI), para 2005 ya se registraban 3 mil 322 científicas en ese sistema.
La diferencia por áreas también es notable. Por ejemplo, de mil 907 investigadores que pertenecen a la Asociación Mexicana de la Ciencia, 637 se dedican a las ciencias naturales, de los cuales sólo 146 son mujeres (Reforma, marzo 8 de 2007).
El panorama es similar en toda América Latina. Estudios de la UNESCO apuntan que la presencia de mujeres se desvanece en niveles de doctorado y posdoctorado. Y que su presencia en ciencias básicas y tecnológicas ronda entre el 25 y 54 por ciento, según el país.
En Argentina, Brasil, Costa Rica, México, Paraguay, Uruguay y Venezuela, las mujeres que egresan de la universidad promedian 56 por ciento. Pero entre investigadores de los sistemas nacionales de ciencia y tecnología la cifra cae a 39 por ciento (Cimacnoticias, agosto 30 de 2006).
Queda claro, pues, el enorme reto que representa dedicarse a la ciencia y tecnología en México, más si se es mujer. Por lo pronto su país, con una beca de Conacyt, le dio a Ceci la oportunidad de estudiar el dotorado. Ahora seguirá con un posdoctorado.
Ha sido invitada por el director del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN (Cinvestav) en Irapuato, doctor Rafael Rivera, para continuar ahí sus investigaciones sobre un virus de nombre impronunciable que afecta cultivos mexicanos como el tomate y el chile.
Dígame si no es para celebrar el hecho de que una mujer mexicana (que además es mi sobrina) se convierta en científica. Y dígame si estos datos no son lo suficientemente impactantes como para insistir en que haya más recursos para la ciencia y la tecnología en nuestro país. De lo contrario Ceci puede escribir, como otras y otros mexicanos, su historia de éxito en el extranjero para lamento de nuestro país.
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07/CL/GG