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El peso que el poder infunde a las palabras

Por Cecilia Lavalle

No es lo mismo la gimnasia que la magnesia, ¿verdad? Tienen las mismas letras, pero el orden de los factores altera el producto, ¿verdad?

No es lo mismo que yo, humilde ciudadana, diga que la guerra en Irak es un fracaso, a que lo diga, por ejemplo, una congresista norteamericana, ¿verdad? Las palabras pueden ser las mismas, utilizadas en el mismo orden, pero la jerarquía hace toda la diferencia, ¿verdad?

Disculpe que lo entretenga con eso que parece una obviedad. Pero es que la Procuradora de Justicia del estado de Puebla no ve la diferencia.

El pasado 23 de mayo, Blanca Alicia Villeda dijo a medios de comunicación de ese bellísimo estado que las grabaciones telefónicas entre el gobernador Mario Marín y el empresario Kamel Nacif –en las que, usted recordará, se habla de darle un escarmiento a la periodista Lydia Cacho- «son simples baladronadas de personas que hicieron alarde de influencias y que a final de cuentas usaron su libertad de expresión al manifestar ideas que no llegaron a concretarse en hechos».

Habría que recordarle a la procuradora Villeda que su gobernador, mejor conocido como «el gober precioso» y el empresario, mejor conocido como «rey de la mezclilla» no son «personas que hicieron alarde de influencias», son personas con influencias, enormes influencias, diría yo. Y eso hace toda la diferencia.

No es lo mismo que un ciudadano común y corriente diga, refiriéndose a Lydia Cacho, «ayer acabé de darle un pinche coscorrón a esta vieja cabrona», a que lo diga el gobernador constitucional de Puebla, ¿o si?

No es lo mismo que un ciudadano común y corriente diga «ya le mandé un mensaje, a ver cómo nos contesta», a que lo diga el gobernador de Puebla, ¿o si?

No es lo mismo que un ciudadano común y corriente diga «… es que nos ha estado jode y jode, así que se lleve su coscorrón y que aprendan otros y otras», a que lo diga el gobernador de Puebla, ¿o si?

No obstante, la procuradora de Justicia Blanca Villeda no ve la diferencia. Y ya encarrerada afirma que su gobernador y el empresario «usaron su libertad de expresión para manifestar ideas que no llegaron a concretarse en hechos».

La señora Villeda, cuyo jefe, dicho sea de paso, es el mismo gobernador de Puebla, quiere que supongamos que las palabras pesan lo mismo sin importar quien las pronuncie.

En su lógica, da igual que usted le declare la guerra a Irak, a que lo haga el señor George Bush. Da igual que usted opine que el ejército debe continuar en tareas de combate al narcotráfico, a que eso mismo opine el presidente de la República. Son, según Villeda, simples manifestaciones de ideas.

Para su desgracia, parece que no coinciden con esa visión los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, ya que a pesar de que legalmente no pudieron hacer uso de las conversaciones telefónicas entre Marín y Nacif, les pareció que debía investigarse más a fondo para determinar si desde el poder se violaron las garantías individuales de Lydia Cacho.

Y eso es lo que está detrás de las declaraciones de la Procuradora. Porque en un documento de 27 cuartillas que envió a los medios de comunicación de Puebla el 23 de mayo, dijo: «Estoy conciente que la decisión de la Suprema Corte de Justicia de la Nación me puede ser adversa y que provocaría en mi contra la actuación en cadena de las demás autoridades encargadas de investigar los hechos denunciados por la señora Lydia Cacho Ribeiro, lo que eventualmente provocaría que sea privada de mi libertad» (Cimacnoticias, mayo 25).

En el texto, que tituló «Para tomarse en cuenta», Villeda afirma que la autoridades poblanas corren riesgo de que «se fabriquen pruebas» en su contra, dada la «marcada parcialidad con la que están actuando algunas autoridades federales y algunos medios de comunicación».

Sí, no es lo mismo que usted o yo pensemos que se han violado las garantías de Lydia a que lo piensen ministros de la Suprema Corte de Justicia, ¿verdad?

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07/CL/GG

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