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El México que quiero

Por Cecilia Lavalle

«El México que tú quieres, es el México que nosotros queremos». Eso dicen los anuncios con los que la Cámara de Diputados promociona el trabajo de la actual Legislatura. Pero algo debe estar mal, porque si así fuera, la mayoría de mis legisladores ya hubiera renunciado.

El México que yo quiero no es uno donde más de la mitad de la población está sumido en la pobreza. No es uno donde millones de compatriotas ganan menos de un dólar al día. No es uno donde hombres y mujeres del campo a duras penas sobrevivan de sus cultivos. No es uno donde pueblos enteros se quedan vacíos porque sus habitantes han decidido pagar el precio del sueño americano.

El México que yo quiero es uno donde las desigualdades económicas no marquen destinos. Es uno donde la pobreza no sea inevitablemente hereditaria. Es uno donde las políticas económicas miren, efectiva y eficazmente, la manera de apoyar a quienes menos tienen para que la esperanza de una vida mejor no sea mera retórica.

Y por eso, nunca se me hubiera ocurrido subir el precio de la gasolina. Un diputado trajeadito, con carita de no haber pasado un solo día angustia por la comida del día siguiente, sonríe y dice a la prensa que no habrá mayor impacto inflacionario por subir 36 centavos la gasolina magna y 29.88 el diesel, porque esto se hará a lo largo de 18 meses.

¡Ah, menos mal!, debieron pensar los miles de taxistas que en unos días pagarán dos centavos más para ponerle el mismo combustible al mismo vehículo de donde obtienen los ingresos que sustentan la economía familiar.

¡Ah, bueno!, debieron pensar las señoras que viven en cualquier estado de la República que no sea productor de verduras y que a partir de ahora tendrán que pagar más por el mismo jitomate, la misma cebolla, la misma calabaza, el mismo chayote, porque todo eso llega en inmensos camiones que pagarán más por la gasolina o el diesel que requieren.

El aumento de 36 centavos a lo largo de 18 meses no representa nada, absolutamente nada, para diputados y senadores que ganan más de cien mil pesos mensuales. Pero sin duda hará una diferencia para millones de personas en nuestro país.

¿Y qué van a hacer con el dinero que se obtendrá del aumento? El 80 por ciento entregarlo a entidades federativas, y el 20 por ciento restante a las 10 entidades más pobres. ¿Cuándo? Como dentro de cuatro años. ¡Ah!, imagino que respirarán aliviadas las personas que el próximo enero van a pagar centavo a centavo el costo de esta medida.

El México que yo quiero tampoco es uno donde los partidos políticos controlen toda la vida del país. No es uno donde los «representantes populares» en realidad sean representantes de sus partidos políticos.

No es uno donde las y los legisladores sólo tengan que rendir cuentas a sus partidos políticos. No es uno donde sea posible chantajear la reforma fiscal con la reforma electoral. No es uno donde la partidocracia cancele la posibilidad de una efectiva democracia.

Y por eso, nunca se me hubiera ocurrido, por mucho que no me gustara el resultado final, por mucho que me cayeran mal, por mucho que me pareciera cuestionable su desempeño, vulnerar la fortaleza del Instituto Federal Electoral al modificar la Constitución con tal de deshacerme de los consejeros incómodos.

Otros diputados y senadores, igualmente bien trajeaditos, sonríen y dicen que los relevos serán escalonados.

¡Ah, menos mal!, pienso. ¿Y por qué empezar con el consejero presidente? ¿Y cómo van a seleccionar a los tres que despedirán antes de que termine este año? ¿Y cómo, a los que despedirán en agosto del año que viene? ¿Y cómo van a garantizar que no se partidice la selección del nuevo consejero presidente o del resto de consejeros y consejeras? ¿Y cómo van a garantizar que en las próximas elecciones, si no les gusta el resultado, no van a volver a modificar la Constitución, o no van a despedir a las y los magistrados del Tribunal Electoral?

No, el México que yo quiero evidentemente no es el mismo que quiere la Cámara de Diputados ni, evidentemente, la de Senadores.

Porque, para empezar, el México que yo quiero está exento de hombres y mujeres que teniendo la oportunidad y el poder para cambiar las cosas, no son capaces de mirar más allá de sus narices, más allá de los intereses de los partidos políticos a los que pertenecen, más allá de sus intereses personales o de sus aspiraciones políticas.

El México que yo quiero está exento de legisladores y legisladoras que ganan cien veces más que cualquier profesionista o trescientas veces más que cualquier campesino/a u obrero/a de mi país y todavía tienen la desfachatez de decirnos que el aumento de la gasolina no significa nada.

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07/CL/GG

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