Si alguien le hubiera dicho al doctor Mitchell L. Gaynor que algún día iba a enseñar a sus pacientes a utilizar los cuencos de cristal para curarse, «hubiese pensado que esa persona estaba loca», reconoce este médico especialista en la prevención del cáncer en el Strang Cancer Prevention Center de Nueva York, en su libro Sonidos que curan (2001).
Formado en la medicina alópata en la Facultad de Medicina de la Universidad de Texas y luego de una práctica clínica de oncología y medicina interna en el New York Hospital y en la Rockefeller University, Gaynor inició un nuevo proceso de tratamiento combinando lo que él llama «terapias complementarias» –meditación, cánticos, visualizaciones, suplementos nutricionales, acupuntura— con regímenes alopáticos como la quimioterapia y la radioterapia.
Les denominó complementarios por considerar que «los enfoques no tradicionales y holistas son una necesidad –y no sólo opciones potenciales— que han de integrarse en el cuidado y tratamiento de mis pacientes», señala.
Tenía la mejor formación en medicina occidental, «lo cual me dio una base, sólida como el granito», en técnicas complejas para salvar vidas de la ciencia médica en la última década del siglo XX. Sin embargo algo faltaba, cuenta, «la amalgama de psicología y espiritualidad que me hiciera posible satisfacer la necesidad de mis pacientes de ser tratados como seres humanos».
Así emprendió un proceso que lo fue llevando poco a poco a reconocer la importancia de los sonidos para estimular la curación, a través del canto, escuchar música, tocar campanas y/o címbalos manuales, gongs de viento, tambores, silbatos y entonar (tarareo con vocales para cambiar las vibraciones del cuerpo).
Todas estas modalidades están unidas por ciertos principios básicos, dice, el más importante de los cuales es la tendencia a la armonía en la naturaleza, que los investigadores han confirmado, en efecto como una ley universal.
«Había llegado a entender la enfermedad como una manifestación de la falta de armonía dentro del cuerpo, un desequilibrio de las células o un determinado órgano, como el corazón o los pulmones. Y en ese sentido, los cuencos cantores, con sus tonos resonantes distintivos, no sólo me permitían acceder a la ‘sinfonía cósmica’, sino que también me ofrecían un medio para restaurar la armonía en el cuerpo, tanto en el terreno fisiológico como psicoterapéutico».
Para comprender mejor estos principios y apoyar su trabajo en el campo clínico, Gaynor investigó cómo los cambios energéticos y fisiológicos provocados por las intervenciones sonoras actuaban en las células, los tejidos y los órganos del cuerpo, encontrando que otros médicos tenían ya un campo experimentado en este sentido.
Estos médicos fueron David Simon (efectos fisiológicos de los cánticos curativos y la música), Mark Rider (influencia de la música combinada con visualización, sobre las células protectoras del sistema inmunológico), Jeffrey Thompson (efectos físicos de los cuencos cantores y otras frecuencias de sonido), Helen Bonny (visualización guiada con música).
Esta búsqueda le permitió a Gaynor desarrollar enfoques específicos para la curación y el bienestar usando los principios de la resonancia y la sincronía, tales como: la canción de la vida, meditación con sonido esencia y la recreación energética.
El sonido y el tono de la voz son la clave de estos tres ejercicios y los cuencos cantores los instrumentos para que una persona aprenda a trabajar con su aliento, el sonido, los tonos y la resonancia.
Finalmente, la intensión de este trabajo la resume Gaynor como sigue.
«Mi esperanza y creencia es que todos podamos encontrar los ritmos armónicos de nuestra música celestial, y que nuestros esfuerzos nos permitan vivir vidas extraordinarias –nuestras auténticas vidas— llenas de paz, pasión, salud y un sentimiento de integración en el universo».
* Periodista mexicana, facilitadora de grupos, terapeuta con Enfoque Centrado en la Persona y Gestalt, instructora asociada de Tao Curativo (www.taocurativomexico.com).
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