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La misoginia en la política

Por Angélica de la Peña*

Hace más de medio siglo que a las mujeres se nos reconoció el derecho al voto y a ser postuladas para puestos de elección en este país. Hace 32 años se estipuló en la Carta Magna la igualdad jurídica del hombre y la mujer.

El artículo 41 de la propia Constitución establece que la renovación de los poderes legislativo y ejecutivo se realizará mediante elecciones libres, auténticas y periódicas.

La fracción I del mismo artículo señala que los partidos políticos tienen como fin promover la participación de la ciudadanía para contribuir a la integración de la representación nacional para hacer posible el acceso de ciudadanos al ejercicio del poder público.

Hay reforma electoral en proceso que reconocerá por fin las candidaturas independientes. Aún así, el sentido democrático del acceso al poder no cambiará en estricto sentido de la disputa de la participación de las mujeres en los espacios de poder y su reconocimiento como ciudadanas.

La participación de las mujeres en los espacios de decisión y de poder, sobre todo cuando se concreta esta participación a través de acciones afirmativas como las cuotas de género ha enfrentado reacciones de todo tipo: desde inconformidades de los hombres que han tenido que dejar algunos de los espacios que siempre han devengado para que los mismos sean ocupados por mujeres y también protestas por parte de algunas mujeres cuando señalan que las decisiones que respaldan a otras mujeres, se han tomado con poca transparencia.

Recuerdo el debate de hace algunas decenas de años atrás en Argentina, que fue el primer país en la región en instaurar las cuotas, en donde diversas reflexiones de las mujeres en los partidos políticos denotaban su preocupación porque había una distorsión del sentido democrático que abrigaba esta intención política.

El cuestionamiento estribaba en que los hombres de los partidos utilizaban estos espacios para «acomodar a sus mujeres». Y la discusión era que la cuota estaba bien pero que debía utilizarse para que fuesen ocupados por quienes tenían derechos a partir de su trabajo, de su compromiso y de su experiencia política y no por la relación que mantuvieran con los hombres, ya sea por ser sus esposas, amantes, amigas, parejas, hijas, hermanas o madres, etc.

En el debate también se alertaba que esta descalificación a priori no se hacía a los hombres, por las mismas cuestiones. Y se llamaba la atención de no caer en cuestiones misóginas que derivaban en prejuicios y discriminaciones. Este debate se ha dado en todos los países a propósito del acceso de las mujeres al poder.

La cuota como acción positiva ha sido una lucha que se ha logrado por el movimiento de mujeres, tanto las que están dentro de los partidos como quienes no participan en ellos, se ha promovido también por los hombres más lúcidos y comprometidos con los derechos de las mujeres.

Y es un objetivo que las mujeres que lleguen a los espacios de poder, entre otras cuestiones, también velen por las causas de las mujeres, trabajen por sus derechos y abran el camino para que otras mujeres puedan transitar en las esferas de decisión y de definición, este es el perfil que debiese considerarse entre otras cuestiones profesionales y atributos que permitan un buen resultado del quehacer político.

Pero además de las dificultades para normar las acciones afirmativas, para conciliar los espacios entre las propias mujeres, superar discriminaciones de todo tipo, también las mujeres tienen que enfrentar otros obstaculizadores sociales y culturales derivados de una sociedad inscrita en un sistema patriarcal heredado generación tras generación y perpetuado por las instituciones formales y de todo tipo.

MISOGINIA AL DESCUBIERTO

Las mujeres, sobre todo las que ejercen el poder están expuestas a las descalificaciones, a los menosprecios y a las evaluaciones que «miden» su eficiencia, su coherencia y su compromiso. Son objeto de un sin número de prejuicios. A estas actitudes se les conoce como misoginia.

Es necesario dilucidad que no nos referimos a lo que la etimología precisa en el aspecto de las fobias, odios o factores psicológicos o patológicos. Nos referimos al elemento inscrito en el terreno de los constructores sociales característico de un sistema de dominación y que está en las relaciones personales, en las relaciones sociales, en las esferas institucionales, se convierte en razones, creencias y dan soporte a la desigualdad entre mujeres y hombres y permiten su reproducción al infinito.

Leonardo Olivos Santoyo, investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM, describe a la misoginia no como un cuerpo de ideas coherente entre sí, de hecho «el éxito en la perdurabilidad de las misoginias se relaciona con las formas en las que se expresa preferentemente».

Es decir, en lugar de conocimientos, que por otra parte los hay, disputables a través de la razón, el grueso de la misoginia anida en creencias, sentimientos y valores prerreflexivos, todos ellos situados en los intersticios del sentido común.

La misoginia pasa por todas las expresiones de abierta hostilidad hacia las mujeres, a sus cuerpos, a sus ideas, a sus obras». «La misoginia da cuenta de la relación, la crea y la refuerza a través de los claroscuros por los cuales la mujer y lo femenino se encuentran invariablemente por debajo del hombre y lo masculino…»

Viene al caso porque ha sido del conocimiento de la opinión pública comentarios de un señor perteneciente a la dirección nacional del Partido de la Revolución Democrática (PRD) contra compañeras de su propio partido que denotan una descalificación y denostación en las 13 páginas que comprenden su entrevista.

Hay elementos misóginos cuando por las mismas cuestiones y hechos disculpa y justifica a otros compañeros, incluso se muestra comprensivo en su descargo: «ya se sabía que pensaban así… ahí no hay debate»; mientras que a la compañera a la que le dedica su conferencia de prensa, la inhabilita: «ha perdido la memoria»; la desautoriza: «es incongruente y poco confiable»; la desacredita; «ahora tiene el huesito ese»; la desprestigia: «ha claudicado»; la insulta: «ha entregado el cuerpo» y en concreto cita a una conferencia de prensa para reprobarla. Esto es misoginia.

Este hecho por sí mismo puede parecer anecdótico o parte de una disputa interna por la próxima elección interna que tendrá el PRD, y ésta puede ser una razón por la que incluso algunas compañeras de este partido que no simpatizan con la compañera afectada, justifiquen o nieguen solidaridad ante un hecho que requeriría una contestación unánime y severa por parte no sólo de todas las mujeres y hombres de ese partido, sino de las mujeres en la política.

Porque esta situación no es privativa únicamente de un partido, como se ha dicho, la misoginia se encuentra estrechamente relacionada con el patriarcado y deriva en una forma de discriminación por condición de género, es un fundamentalismo que se perpetúa contra las mujeres precisamente por ser mujeres y debe ser eliminado de la sociedad, por eso es necesario felicitar al Presidente del PRD que promovió un acuerdo del Consejo Nacional de este partido, en contra de los denuestos misóginos hacia Ruth Zavaleta.

* Ex diputada federal, integrante del Partido de la Revolución Democrática (PRD), consultora de Unicef.

07/AP/GG/CV

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