Es sorprendente la unanimidad que ha concitado el fallo de la Corte sobre la responsabilidad de Mario Marín, gobernador de Puebla, en la violación a los derechos fundamentales de Lydia Cacho.
Sorprende que en menos de 48 horas todas las voces, incluso algunas de lo más conservadoras, manifestaron su inconformidad.
Hay disgusto profundo porque el recurso de la Corte para hacer valer la ley en México se agotó. No existe ninguna instancia de justicia en el país que no esté sospechosamente enredada en los laberintos de la corrupción, el narcotráfico y la sustentación del poder a pesar de la vida, la libertad, el ejercicio de las garantías individuales y la paz pública.
La situación y respuesta de los grupos de poder me recuerdan pasajes de la historia de la humanidad donde los poderosos o los grupos patriarcales no oyeron ni vieron nada hasta que se levantaron los pueblos, la violencia lo copó todo y de nuevo se reconstruyeron las sociedades sobre las cenizas, la confusión y algunos pequeños cambios.
Parece que no hay tramo histórico donde la razón, la verdad, la justicia y el equilibrio social hayan logrado un avance verdadero. Al contrario.
El cinismo del grupo de poder en México es más que un escándalo. La Corte se agotó en 2006, cuando reconoció que había acciones graves en el proceso electoral, pero se negó a dictaminar que ese proceso carecía de legalidad.
La Corte como último recurso se agotó una y otra vez en la relación espuria y sospechosa de sus ministros con Carlos Salinas de Gortari, Vicente Fox y Martha Sahagún, cuando participó en complot orquestado por Fox para desaforar a Andrés Manuel López Obrador; cuando cerró los ojos frente a la situación del gobernador de Morelos claramente relacionado con el narcotráfico.
Y ahora es claro el mensaje. Es para quienes nos dedicamos a informar, a investigar los hechos. Ya nadie parece estar a salvo. Lydia Cacho se ha convertido en el símbolo de ese límite propio de sociedades autoritarias e impunes, donde existe, además, una sociedad inerte y confundida.
El crimen de la pederastia, el abuso sistemático contra la protesta social –más o menos en el balance de un año de gobierno de facto hay 47 presos políticos, perseguidos y desaparecidos–; hemos vuelto directamente en la rueda de la historia a, sin exagerar, situaciones propias de la inquisición, el «mátalos en cliente» de Porfirio Díaz, de Guerra Sucia y de Baja Intensidad. No cesa el hostigamiento en Chiapas, en Oaxaca, en Guerrero.
Y qué decir de la guerra contra las mujeres. Más de mil 480 ejecuciones del narcotráfico en el año uno del régimen calderonista; y mil 500 mujeres asesinadas en todo el país. La conflictividad se reproduce de la vida cotidiana a la social y económica y de la institucional a la familia.
Estamos en el dintel del precipicio y hay quienes no pueden darse cuenta que una cosa corresponde a la otra y así sucesivamente, como en una cadena donde no es posible encontrar un sólo espacio de paz. Y todavía estamos discutiendo que puede haber leyes que garanticen algo ¿qué? Me pregunto.
La clase política se hace bolas. La lucha por el poder y la ceguera lo están copando casi todo. Mientras millones no comen, sus cuerpos son mancillados, esos cuerpos de niños y niñas, de mujeres sin alternativas ni soluciones, los de muchos hombres que venden su fuerza de trabajo como en la esclavitud. No existe la ciudadanía, ni el puerto de embarque a la soñada democracia.
La revelación que hoy miramos a través del fallo de la Corte, que no es suprema ni nada, es la que pinta de cuerpo entero a una nación derrotada en sus principios y esperanzas.
Queda nada más nuestro coraje y principios para no equivocarnos. No sé si tenemos todavía otra oportunidad. Algunas amigas que intercambiamos inquietudes sólo esperamos construir la fuerza necesaria para sumar a las voces de indignación la decisión de mantener la resistencia como divisa de un futuro posible.
Necesitamos ética y capacidad para no dejarnos arrastrar por el infortunio que este fin de año nos deja con la boca seca. Hay quienes no podemos deambular en el mundo con sed de venganza, envidia, mal trato a terceros e individualismo rapaz. Somos bien poca gente, pero existimos.
* Periodista y feminista mexicana, fue reportera en los periódicos El Día, unomásuno, La Jornada y directora del suplemento Doble Jornada, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer, AC (CIMAC).
07/SL/GG