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El pacto entre mujeres

Por Guadalupe Cruz Jaimes

Las mujeres han pactado desde diferentes grupos feministas, distintas clases sociales y posiciones ideológicas. Los cuales han permitido la organización de actos y manifestaciones, así como importantes alianzas políticas, en las que la relación política-poder por un lado y mujeres por otro se logra a favor de los intereses femeninos.

Acerca de esto, la doctora en filosofía Luisa Posada Kubissa, cita un claro ejemplo en su estudio teórico sobre el Pacto entre mujeres.

Ocurrió a mediados de los años setenta, en Noruega, durante la elección de los llamados Consejos de Comunidad (estructuras mínimas de poder) que permitía legalmente tachar nombres de los partidos que las representaban y añadir otros nuevos, las mujeres feministas de diversos partidos decidieron hacer un pacto tratando así de conseguir su entrada en dichos consejos.

Mujeres del Partido Laborista, las del Socialista, las del Liberal e, incluso, las del Christian’s People Party utilizaron la estrategia de tachar nombres de candidatos masculinos en sus papeletas e incluir los de aquellas mujeres que aparecían en las listas, aun cuando fueran de otro partido.

Con este pacto entre mujeres, las noruegas obtuvieron en la primera mitad de los años setenta una amplia mayoría en tres Consejos de Comunidad, el de la capital, Oslo, entre ellos.

En 1975, las disposiciones de la ley electoral fueron alteradas para atajar la inclusión femenina, sin embargo ante el riesgo de la pérdida de votos un año después los partidos se vieron obligados a presentar a mujeres como cabezas de las listas electorales, señala la doctora en filosofía.

Posada Kubissa destaca la importancia de recordar que nuestro derecho a ocupar puestos de responsabilidad, a tener estudios y poder ejercer libremente una profesión o tener derecho al voto se ha logrado gracias a la lucha del movimiento feminista.

Al respecto, la doctora en ciencias políticas y sociología, Rosa Cobo considera que es necesario crear un espacio político feminista vinculado directamente con el desarrollo de la democracia, ya que si las mujeres no se apropian de la mitad de los recursos políticos, las sociedades occidentales, no serán plenamente democráticas.

La sororidad, hermandad entre mujeres, como suceso histórico es tan antigua como la fraternidad, si bien no se retoma políticamente hasta la segunda ola del feminismo, en los años sesenta y setenta, cuando impera la idea de que la opresión común sufrida por todas las mujeres está más allá de clase, raza, religión o cultura.

La conciencia colectiva que han ido tejiendo las mujeres sobre la necesidad de «hermanarse» con otras mujeres confiere al término «sororidad» un eco positivo, también históricamente detectable, de irse poniendo al lado de «la otra» para cuestionar y modificar su rol destinado para su género, diseñado por el dominio patriarcal, asegura la filósofa Luisa Posada Kubissa.

07/GCJ/CV

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