La autoestima, como amor a sí misma y como amor propio, es el respeto a una misma, la capacidad de recavar para una misma todo lo bueno, y de cuidar de forma vital el propio Yo en su integridad, desde el cuerpo hasta las emociones como ser y como mujer en el mundo.
La estima propia tiene una conciencia, una identidad de género y un sentido propio de la vida, de acuerdo con la antropóloga y feminista, especialista en temas de género, Marcela Lagarde y de los Ríos, en su libro Claves feministas para la autoestima de las mujeres.
Desde un enfoque intelectual, la autoestima está conformada por los pensamientos, conocimientos, intuiciones, dudas, invenciones y creencias acerca de una misma, pero también por las interpretaciones que elaboramos sobre lo que nos sucede, lo que nos pasa y lo que hacemos que suceda, afirma la especialista en temas de género.
En la dimensión afectiva, la autoestima contiene las emociones, afectos y deseos fundamentales sentidos por una misma, sobre la propia historia, los acontecimientos que nos marcan, las experiencias vividas y también las fantaseadas, imaginadas y soñadas, anota Marcela Lagarde en la segunda edición de su libro, publicado en 2001.
«Lo que en realidad constituye la autoestima son percepciones, pensamientos y creencias ligados a deseos, emociones y afectos. ¿Qué nos enoja o entristece de nosotras mismas? ¿Qué nos enternece y conmueve, y que nos moviliza para darnos apoyo? ¿Qué tanto conocemos nuestras necesidades más urgentes, y cómo reaccionamos ante ellas? ¿Por qué posponemos lo que más necesitamos o qué nos hace anticipar la necesidad misma? ¿Dónde radica el goce de ser? ¿En qué reducto anidan el desánimo, el abandono y el desaliento? ¿En qué signos depositamos nuestra confianza? ¿Qué valoramos de nuestra persona?».
Cómo práctica de vida, la autoestima es la manera en que vivimos y convivimos y también en la que experimentamos nuestra existencia, corporalidad, intimidad, en nuestras formas de reaccionar y de relacionarnos y «la incidencia de nuestros haceres en el mundo».
Es una experiencia de fidelidad a una misma, simboliza la máxima trasgresión del orden prevaleciente que prohíbe la autoestima a las mujeres. «Construir la autoestima es vivir, de hecho, bajo las pautas éticas del paradigma feminista, es ser libre. La política feminista plantea como aspiración que, además de ser libres, las mujeres vivamos en libertad», asevera Lagarde.
Nuestra autoestima se ve afectada por la opresión de género y los estereotipos de la mujer instaurados en la sociedad actual. «La cultura y las normas sociales del mundo patriarcal hacen mella en nosotras al colocarnos en posición de seres interiorizadas y secundarias, bajo el dominio de instituciones y al definirnos como incompletas», agrega.
Este daño se convierte en una marca de la identidad femenina, ya que la autoestima se integra también con la valoración, la exaltación y la aprobación adjudicadas a las mujeres cuando cumplimos con los estereotipos patriarcales de ser mujeres vigentes en nuestro entorno, y además aceptamos el segundo plano, la subordinación y el control de nuestras vidas ejercido por los otros, advierte Lagarde y de los Ríos.
«Corresponder a los estereotipos y ser valoradas como bien portadas, muy trabajadoras, jóvenes eternas, bellas escultóricas, silenciosas admiradoras de los hombres, obedientes e inocentes criaturas en las parejas, las familias, las comunidades y el Estado, produce por la mayoría de las mujeres estados subjetivos de goce y autovaloración por el cumplimiento del deber y por la aceptación social y personal», explica.
Por lo que «el prestigio de género, sintetizado como ser una buena mujer o estar muy buena, es una fuente muy importante de la autoestima femenina», afirma la feminista mexicana.
08/GCJ/GG