El bienestar es imaginado por las mujeres como la superación de los obstáculos vitales y el logro de metas personales concordantes con la época en la que vivimos. Eliminar la injusticia y los conflictos desgastantes, gozar y disfrutar de la vida, vivir en libertad, son los más caros anhelos de autoestima de más y más mujeres cada día.
Por ello las marcas de la desigualdad, la inequidad y la falta de libertades impactan profundamente el desempeño de mujeres que, en su modernidad, aspiran a la realización personal ubicadas en un conjunto de experiencias, prácticas y relaciones ambivalentes, que en parte siguen siendo conservadoras y opresivas.
Para la antropóloga y feminista Marcela Lagarde y de los Ríos «El sincretismo de género», nos obliga a movernos entre lo público y lo privado, entre la tradición y la modernidad, con algunos poderes limitados y al mismo tiempo, con déficit y brechas sociales.
De acuerdo con la moral tradicional actualizada, todo esto debe ser vivido por las mujeres contemporáneas de manera simultánea y sin inmutarnos. Las ideologías del siglo XX convierten en un valor y un deber ser la capacidad de las mujeres de compatibilizar estos antagonismos en nuestras vidas y así «ser felices y exitosa».
En su libro Claves feministas para la autoestima de las mujeres, la especialista en temas de género abunda en que las mujeres nos movemos entre exigencias, alabanzas y reprobaciones que son función de contenidos existenciales modernos y tradicionales. La autoestima femenina derivada de esto es muy compleja.
Se caracteriza en parte por la desvalorización, la inseguridad y el temor, la desconfianza en una misma, la timidez, el autoboicot y la dependencia vital respecto de «los otros». Y también por la sobre-exaltación y la sobrevaloración en el cumplimiento de la cosificación enajenante, de la competencia rival o de la adaptación maleable.
Paradójicamente, abunda Lagarde y de los Ríos, la autoestima de las contemporáneas se caracteriza por la seguridad, la autovaloración, la confianza en las capacidades y habilidades propias, en los saberes y en las cualidades, destacando la independencia y la autonomía en varios planos. No corresponder con los valores hegemónicos se concibe como un valor positivo.
«Vivir así conduce a las mujeres a experimentar sensaciones, afectos y pensamientos de escisión, al menos en hitos claves de la vida».
La composición contradictoria de la identidad de las mujeres contemporáneas hace de la autoestima un conjunto de experiencias antagónicas que les producen inestabilidad emocional y valorativa, además refuerza formas de dependencia vital aun cuando los afanes personales sean por la autoafirmación.
Mientras más binarias sean la composición de género y la vida cotidiana, las mujeres experimentan más la sensación de estar partidas y contrariadas por necesidades e intereses opuestos pero imprescindibles.
La disyuntiva es entre «yo y los otros», o entre unas necesidades y otras, unas actividades, unos espacios, un uso del tiempo y de los recursos, y otras actividades, otros espacios y otro uso del tiempo y los recursos.
La experiencia de escisión vital integra el núcleo del conflicto interior que sintetiza las contradicciones externas producidas en las relaciones, en los ámbitos y las esferas de vida, en las ideologías y la política.
Así, cada mujer debe enfrentar en el mundo las contradicciones entre modernidad y tradición y, al mismo tiempo sus propias contradicciones internas producto de esta escisión entre valores, estilos y decisiones personales basadas en la dimensión subjetiva, tradicional o moderna y en el modo de vivir, que reproducen o replican las condiciones externas.
No es extraño pues, detalla el documento, que la mayoría de las mujeres afirme tener la sensación de inestabilidad y experimente a menudo cambios notables de estado de ánimo y de autopercepción.
Muchas mujeres no logran salir de esta problemática, porque no tiene recursos para hacerlo, lo que las mantiene en condiciones de sujeción, mala vida y daño.
Otras logran destrabar el conflicto por breve tiempo. Pero el conflicto reaparece y se actualiza en cada crisis vital. La pérdida constante de energías vitales hace que no fluya la experiencia y que los avances no fortalezcan de manera permanente la autoestima femenina.
Esta manera de vivir no es adecuada para las necesidades de las mujeres que se esfuerzan en preservar su integridad en estimular el amor así mismas y la seguridad personal: por más esfuerzos que hagan no obtienen las respuestas anheladas. Por el contrario, sus condiciones de vida o sus relaciones no mejoran, se dificulta el desarrollo de su asertividad y se lesiona la conformación de una autoidentidad positiva y de una autoestima sólida.
Pese a todo ello, hay mujeres de edades y estados sexuales diversos y que pertenecen a una amplia gama de culturas, nacional y étnica, que han enfrentado los conflictos del sincretismo y la escisión vital y se han movilizado para enfrentar las crisis y solucionar su problemática vital.
«Han convertido cada contradicción en recurso vital dinamizador y han potenciado sus alcances. Han suturado y cicatrizado la escisión al integrar todas sus dimensiones y moverse sin antagonismos internos y sin sentirse partidas. Ha prevalecido en ellas el Yo, y desde él se relacionan con los otros».
Se valoran, reconocen su propia autoridad y no se colocan en posición de subordinación. Redefinen, a pulso, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad, su lugar en las relaciones en el mundo, desde la centralidad de su propia vida.
«Son mujeres libres aunque la sociedad no legitime sus libertades».
08/GT/GG