Nada más hermoso que ese paisaje de volcanes y nubes que se te caen encima. Se llama neblina. Así son los pueblos bajo el Pico de Orizaba: Mendoza, Nogales, Río Blanco, Córdoba. Nada me gusta más que la jarana, el arpa, el tono jarocho y sus estrofas, el baile donde se confunden los flanes y los encajes de amplias faldas.
El pretexto fue una reunión de periodistas en la que me dieron un premio. Ahí en las faldas de la sierra de Zongolica, Beatriz Torres me hizo recordar claramente la tragedia de Ernestina Ascencio, cuya muerte, por tortura sexual, quedó diluida en la impunidad.
Lo que Beatriz Torres presentó fue una investigación que demuestra cómo las mujeres de las altas montañas de Veracruz, sufren y viven violencia; cómo son asesinadas y torturadas. Un estudio regional que confirma que se vive crudamente la persecución femenina, y cómo la presencia militar es un factor que la agudiza.
Beatriz Torres representa al Colectivo Feminista Cihuatlahtolli, de Orizaba. Ella intentó, en medio del caos de los periodistas, de su machismo, de su masculinidad antigua y viciada, presentar el estudio.
En la reunión se habló de la responsabilidad social de los periodistas. Pero en realidad no les entró un milímetro el discurso. Ni siquiera por la audacia con que comenzó la jornada el sábado. Las mujeres responsables de los institutos de las mujeres de Veracruz y Chiapas, les recetaron a estos periodistas que se caen de antigüedad, lo que es la transversalidad de género.
Claro que tampoco pasó nada. Pero me divertí muchísimo pensando en esas dos periodistas que armaron el programa. Laura Castro, de Orizaba, y Tina Rodríguez, de Chiapas. Lo disfruté.
Algún día se romperá esta inercia tradicionalmente priista de la Federación de Asociaciones de Periodistas Mexicanos AC que vive en el pasado.
En la región de Zongolica se asesinan mujeres, pero hay guerrilla, no hay paz social, como se espera, ni Estado de derecho, la impunidad es más fuerte que cualquier intención.
Por eso me acordé de Ernestina Ascencio, a quién la mató, además del abandono y la pobreza, la impunidad. Porque entre poderosos trataron de ocultar y difuminar lo que ahí realmente pasó.
Y pasó. Los militares están en la sierra, porque los necesitan. Los necesitan para combatir a la guerrilla o para dejar paso libre al narcotráfico. Así me dijo una amiga, que conoce muy bien la región, al grupo de poder y que razona que hay quien necesita a los militares claramente: o el Estado para protegerse de la guerrilla, digo el gobierno, sus socios, los empresarios del café, y de otras ramas. O bien, es un asunto de narcotráfico.
Y debía movernos el alma en un gremio donde a las mujeres empezamos a ser mayoría. Y ahí no estuvo el espíritu de Ernestina como debiera. Nadie la mencionó y en cambio los elogios al gobierno en turno se desparramaron por todas partes.
Era como entrar en un remoto pasado, donde se contentaba a los periodistas en una gira, con un six-pac de cervezas y dos palmadas, un sobre miserable ¡y ya!
Mirando el Pico de Orizaba me acordé de mi infancia, de la cortinilla de lluvia que te manda a meditar, si se puede, con un buen pambazo de frijoles con queso. Me acordé de Tezonapa y los matones que persiguió el gobierno de Gutiérrez Barrios al final de los años 80 y cómo continuó en ello su suplente, Dante Delgado.
Me acordé de cómo el Toro Gargallo tomaba a sus víctimas, cómo las tiraba en unos tambos, cómo en su machismo infinito conquistaba y se robaba a las mujeres de la región, y cómo lo acribillaron en un recodo del camino, una tarde lluviosa.
Ahora la guerrilla fue el pretexto para la impunidad o fue el narco o simplemente fue la inercia. Pero no hay suficientes ojos y oídos que sigan investigando, que digan qué pasó. El periodismo, así, languidece.
* Periodista y feminista mexicana, fue reportera en los periódicos El Día, unomásuno, La Jornada y directora del suplemento Doble Jornada, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC).
08/SL/GG