No me pida eso, señor presidente. No ahora. Tiene razón. En parte. Pero en la parte que no la tiene, los platos rotos los pagaría yo. Y, francamente, no estoy dispuesta. Sin embargo, le propongo un trato: Cuando ustedes terminen su parte, yo hago la mía, ¿le parece?
El pasado lunes 16, usted, presidente Felipe Calderón, pidió a la ciudadanía que denunciáramos a los delincuentes para quitarles lo que calificó como cobijo social.
Así lo dijo: «La denuncia y la información son armas poderosas, y no debemos darle ninguna ventaja a los delincuentes y ninguna cobertura social… Es tiempo de quitarles la coraza de impunidad porque, sin cobijo social, los crímenes están condenados al fracaso» (Reforma, junio 17 de 2008).
Permítame ir por partes. Tiene razón: No debemos darle a los delincuentes ninguna ventaja. Tiene razón: la denuncia y al información son armas poderosas. Pero, de nada sirven si no conducen a la detención y encarcelamiento de los delincuentes. Y ahí empezamos a patinar.
Según especialistas, de cada 100 delitos, sólo se denuncian 25; de ésos, sólo cuatro llegarán a la averiguación previa, y de ésos, sólo UNO llegará a los jueces y se dictará condena.
La ciudadanía no denuncia, no porque sea una floja o cómplice ciudadanía, sino porque ha aprendido a lo largo de muuuchos años que no tiene sentido. Las instituciones encargadas de procurar y administrar justicia no gozan de ninguna credibilidad. ¿Eso ya cambió?
Si a eso le agregamos que nuestros cuerpos policíacos, de todos los órdenes de gobierno y casi a todos los niveles, están infiltrados por el crimen organizado, ¿qué seguridad tengo de que mi vida no corre peligro si, por ejemplo, denuncio una narcotiendita que opera en mi colonia? ¿Usted puede garantizar mi integridad y la de mi familia? ¿Usted puede asegurar que quien reciba la denuncia será un policía honesto sin vínculos con el narcotráfico? ¿Usted puede asegurarme que los delincuentes serán detenidos y se hará justicia?
Para acabar rápido, ¿usted podría, en este momento, poner la vida de su familia en manos de cualquier policía?
También afirma: «Es tiempo de quitarles la coraza de impunidad porque, sin cobijo social, los crímenes están condenados al fracaso».
Tiene razón: Ya es hora de quitarles la coraza de impunidad. Pero ésa no se la puso la ciudadanía. Se la puso la autoridad a distintos niveles. Luego entonces, desde ahí, en primerísimo lugar, debe quitárseles.
Y mientras eso no suceda, nada o muy poco puede hacer la ciudadanía. Por eso no estoy de acuerdo en su última afirmación: «sin cobijo social los crímenes están condenados al fracaso».
Si le damos la vuelta a esa frase podríamos decir que «los crímenes tienen éxito porque gozan del cobijo social». Y eso, usted lo sabe bien, no es cierto.
Si alguien padece la inseguridad social, la delincuencia organizada y la desorganizada, ésa es la ciudadanía. Si alguien ha pagado un alto precio por los niveles de inseguridad, ésa es la ciudadanía. Si alguien lleva años, décadas, señalando que la corrupción entre las autoridades y la altísima impunidad nos colocan en riesgo, ésa es la ciudadanía.
De ninguna manera la ciudadanía ha otorgado cobijo social a la delincuencia. Ha dejado de denunciar, fundamentalmente por dos razones, porque no hay consecuencias y porque, tratándose del crimen organizado, su vida y la de su familia corre peligro.
Pero el cobijo no lo coloca la ciudadanía, lo colocan autoridades incapaces, ineficientes, ineficaces y corruptas. Lo coloca el alto grado de impunidad que existe en nuestro país.
El desprestigio que tienen, sin excepción, los cuerpos policíacos, las procuradurías de justicia, los tribunales de justicia e incluso la Suprema Corte de Justicia, se lo han ganado a pulso. Y esa desconfianza no va a desaparecer, a menos que se demuestre lo contrario.
¿Puede usted asegurarme que la impunidad, corrupción, ineficacia e ineficiencia de nuestro sistema de procuración y administración de justicia ha desparecido?
Si su respuesta es No, pedirle a la ciudadanía que denuncie es temerario. Y los platos rotos que resulten de esa petición, no los pondrá la autoridad, los pondrá la ciudadanía.
Reitero mi propuesta: Cuando ustedes terminen su tarea de limpiar la casa, como usted le ha llamado a esta enorme tarea; entonces, la ciudadanía podrá contribuir a mantenerla impecable.
Pero ahorita, acaban de tomar el sacudidor, la escoba y el trapeador. Todo indica que hay más polvo del que se supuso. Y da la impresión de que los trapazos están levantando polvo, pero aún no se ha limpiado mucho. Falta barrer. Cuando empiecen a trapear, yo encantada me sumo. Mientras, como en el póker, paso y espero.
* Periodista y feminista en Quintana Roo, México, integrante de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género.
08/CL/GG/CV