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Rosa y Jennifer, recuerdos de una infancia en situación de calle

Por Redaccion

El problema de la niñez en situación de calle es alarmante. Se calcula que actualmente hay más de 100 millones de niñas y niños que viven en la calle en todo el mundo, 1.33 por ciento de la población global, producto de las grandes urbes modernas de la era industrial y de la sociedad capitalista, donde inexorablemente hay gente que «sobra», donde el mercado laboral siempre necesita ejércitos de desocupados, informa Argenpress.

En este problema confluyen una serie de factores, cuyo telón de fondo básico es la pobreza. En familias especialmente pobres, numerosas, en muchos casos desintegradas, condenadas a vivir en las peores condiciones en las grandes ciudades, sin mayores expectativas de mejora social, signadas por la violencia cotidiana, es más probable que surjan situaciones en que alguno de sus integrantes (en especial los más débiles, que son las y los niños) sea expulsado a la calle.

Ya en la calle, la niña o el niño termina siendo un marginal, usa drogas, tiene conductas reñidas con la ley, es rechazado luego por su propia familia, terminando finalmente rechazado por la sociedad en pleno. Recuperarse es sumamente difícil. Sólo una cantidad extremadamente pequeña lo logra. Pero la gran mayoría no tiene un gran futuro: si no muere en el camino, producto de sus terribles condiciones de sobrevivencia o manos de la policía o de otros habitantes marginales de la calle, está condenado a ser un marginal crónico.

Según los datos aportados por agencias de Naciones Unidas, se producen 3 nacimientos por segundo en el mundo. Y 2 de ellos son de niñas y niños de barrios marginales de las grandes ciudades del Sur. Por tanto, ahí hay una bomba de tiempo: está creciendo la pobreza así como la marginalidad.

ROSA Y JENNIFER

Algunos pocos logran salir de ese mundo, mujeres más que varones. Y para conocer en detalles ese sub-mundo, Argenpress habló con dos jóvenes recuperadas que por años vivieron en las calles de la ciudad de Guatemala, uno de los países con mayor diferencia entre ricos y pobres, según los datos de los Informes de Desarrollo Humano de la ONU.

Rosa (25 años) y Jennifer (24 años), ahora ya lejos de las drogas y de conductas delictivas, vendedoras ambulantes, dialogaron con su corresponsal Marcelo Colussi.

Argenpress: Rosa y Jennifer: ¿cómo fue que llegaron a vivir en la calle? ¿Y cómo lograron salir?

Rosa: Vivir en la calle es triste. Fui violada de niña. Cuando años después tuve mi hija, entré en un hogar como madre soltera, y estando ahí falleció mi nena. Entonces agarré para la calle, me fui a vivir a la calle. Primeramente estaba en el sector de La Parroquia. Ahí pasé casi cinco años. Ahí estuve drogándome, conocí el solvente, la piedra, la marihuana. Mi vida fue muy distinta a la anterior que tenía.

Con mi nena no conocía nada de la vida de la calle; pero muriendo ella fue que comencé a conocer esa otra vida. Eso es horrible: ahí son puros golpes, la gente lo golpea a uno, nos lastimaban. Entre los mismos que estábamos en la calle nos quitábamos la droga, violaban a las mujeres cuando estábamos durmiendo a la noche. Recuerdo que asesinaron a un amigo nuestro en esa zona, entonces decidí cambiarme de sector y me vine para el Parque Central.

Aquí pensé que iba a consumir menos, pero fue peor: vine a consumir más. Y ya no sólo vivía de las limosnas que pedía sino que aquí empecé a robar. Fue entonces que caí detenida. Después que salí de la cárcel de nuevo decidí cambiar de lugar y me fui para la Terminal. Pero ahí seguí siempre con lo mismo, con la droga, la marihuana y el solvente. Estando ahí intentaron abusar de mí sexualmente.

Después de un tiempo ya me vi perdida, porque era sólo estar drogada, andaba toda sucia. Así me la pasaba todo el tiempo, ya no tenía ni fuerzas para levantarme, no comía nada. Hasta que entonces decidí dejar las calles. Fue ahí que me puse de novia con un muchacho que también era de la calle, y entre los dos decidimos dejar ese tipo de vida.

Producto de ese noviazgo nació mi bebé, que ahora tiene ya cuatro años. Desde que nació mi hijo yo me dije que iba a dejar las calles. Eso fue lo que me dio fuerzas para salir adelante. Y así pude salir de todo eso.

Ahora vendo golosinas para mantener a mi hijo. Me gano la vida honradamente, ya no robo. Ahora tengo a mi hijo en una guardería estudiando. Alquilo mi cuarto. Tengo mi vida independiente. Ahora ya no recibo los golpes que antes recibía. Fue muy duro al principio, cuando salí de la calle. Viví un año en un hogar para madres solteras con mi hijo. Fue por él que dejé las drogas.

Jennifer: Yo, de pequeña, sólo en la calle me mantenía. Eso por culpa de mis abuelos, con quienes yo vivía, porque ellos sólo peleando se mantenían. Ya ni quería estar con ellos, porque siempre peleaban. Entonces yo llegaba a la casa sólo a comer, y después todo el día en la calle. Y después regresaba a dormir.

Cuando mis abuelos se murieron mi tía me llevó con una señora, que era donde trabajaba mi abuela como empleada doméstica. Esa señora me puso a trabajar, y la verdad que me explotaban. Y me pegaba todo el tiempo. Me pegaba sartenazos, o con una cuerda. A mí no me dejaba salir a la calle; sólo dejaba que salieran sus hijos, pero a mí no. Me mandaba a la escuela, de noche. Pero siempre maltratándome.

Después de recibir tantos golpes decidí irme para la calle. Y me fui caminando y caminando. Y sin saber para dónde iba fui a parar a la ciudad de Chimaltenango, y de allá me volví caminando hasta Guatemala. Y cuando estuve de nuevo en la ciudad fui a parar al Parque Central. Ahí conocí un muchacho al que le dicen Monroy, y me hice novia de él. Luego quedé embarazada de él. Tuve el nene y me fui del Parque Central para el Parque Concordia. Ahí me encontré otro muchacho que le dicen Oliver, y también quedé embarazada de él. Para esa época me drogaba mucho. Y por mis hijos luego comencé a cambiar. Me fui alejando de la vida en la calle. Comencé a vender golosinas.

NUEVA VIDA

Argenpress: ¿Cómo se sienten en esta nueva vida, fuera de la calle y sin drogas?

Jennifer: Me siento bien, ya no estoy toda destruida como estaba antes. Una se siente más alegre trabajando, vendiendo estos dulces por la calle. Ahora estoy más contenta, porque voy bañada y con ropa limpia. Porque cuando una está en la calle va toda sucia, y siempre con sueño. Ahora ya no volví a consumir ninguna droga. Hace como un año y medio que cambié de vida.

Rosa: Yo me siento muy contenta. Ahora tengo cómo decirle a mi hijo que le puedo comprar honradamente un plato de comida ganado con el sudor de mi frente. Anteriormente lo hacía robando. Ahora estoy feliz porque tengo cómo pagarle la guardería a mi hijo y puedo ayudarlo a estudiar a él.

Ahora puedo comprarle sus zapatos y su ropa sin andar dañando a la gente por ahí. Ahora puedo pagar un techo donde vivir con mi hijo, y eso me hace sentir muchísimo más feliz. Yo estoy sola, porque el papá de mi nene me dejó hace como tres años. Estuvo conmigo un tiempo y yo nunca lo supe, pero después me enteré que él era bisexual. Y eso creo que no le hace bien a mi hijo.
Entonces le dije que yo no quería seguir y que me quedaba con el niño. El aceptó, pero me dijo que no me iba a pasar un centavo ni que lo iba a reconocer al muchachito. Con mi propio esfuerzo y con la ayuda de la Asociación Casa Alianza (institución que atiende niños de la calle en varios países de Latinoamérica y en Estados Unidos) pude lograr reconocer a mi hijo.

Ahora cada quien lleva su vida, pues yo no necesito nada de él. Yo no quiero que mi hijo agarre esos malos ejemplos, porque tanto el padre como la madre hemos tenido vida de calle, y además él es bisexual. Por eso yo quiero que él no salga para nada así, con todos esos malos ejemplos.

Jennifer: En mi caso el segundo muchacho que se juntó conmigo reconoció al niño. Pero yo ahora estoy sola y no quiero dejarle el niño a este muchacho, porque él es muy mujeriego. Y eso también es un mal ejemplo. Me parece que ver eso no le conviene al niño; él es muy mujeriego, y trata mal a las mujeres, les pega. Yo ahora vivo en la casa de mi suegra.

08/GG

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