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Las y los inmigrantes: en la coladera

Por la Redacción

Ocho inmigrantes indocumentados pasaron más de 14 horas metidos en la oquedad de un drenaje al intentar cruzar la frontera estadounidense el pasado sábado.

Frente a las casetas de inspección en el puente internacional de San Ysidro, que conecta a San Diego y Tijuana, México y en pleno tránsito vehicular, abrieron una alcantarilla de los carriles centrales, para ingresar con enorme rapidez, uno a uno, en búsqueda de un paraíso incierto.

De los inmigrantes se encontraban dos mujeres y un menor de edad, quienes durante varias horas arrastrándose por un desagüe de apenas 80 centímetros de ancho, buscaban vanamente en plena oscuridad el final de un canal abierto de San Diego.

Un automovilista alertó a las autoridades migratorias y de inmediato iniciaron la persecución. Los agentes se valieron de un robot para encontrarlos; ni pensar que harían lo mismo que los migrantes: exponer su vida.

La adrenalina de las y los indocumentados estaba al máximo. La policía les gritaba, la cámara del robot y las luces apuntado entre las vertientes del drenaje sin conseguir alcanzarlos.

— No hagan ruido, pronto encontraremos la salida-, murmuraba el líder del pequeño grupo de indocumentados, mientras un olor nauseabundo traspasaba su piel y grandes gotas de sudor recorrían su cuerpo.

El adolescente de 16 años, sentía que los latidos del corazón se alcanzaban a escuchar hasta afuera de la oquedad y que estos podía delatarlos. – pum, pum, pum, pum. ¿Cómo evitar que mi corazón lata tan fuerte?, se preguntaba. Nadie lloraba, pero el cuerpo de todos ellos temblaba de miedo.

Las y los indocumentados como éstos, que finalmente fueron alcanzados cerca de las 20:30 de la noche de ese sábado, hambrientos y deshidratados, tienen una fortaleza que les da la miseria de la que huyen. Su pobreza es más grande que el miedo.

Miles de latinas y latinos, la mayoría mexicanos, buscan traspasar la frontera estadounidense a riesgo de su propia vida. Ningún obstáculo les parece grande. Cruzan desiertos, ríos, saltan grandes bardas, se esconden en automóviles, tráileres, trenes y hasta en coladeras para huir de la pobreza.

Ellos no pueden esperar que los políticos pretendan resolver el problema con vanos discursos, como el de Fernando Gómez Mont, secretario de Gobernación mexicano que en diversas ocasiones ha reconocido la incapacidad del gobierno para resolver este grave problema, sin proponer alternativas. Se sigue aceptando que 42 por ciento de la población «se encuentra en situación de pobreza».

Se acepta que miles de trabajadores están perdiendo empleos en nuestro país sin ofrecer soluciones.

Mientras tanto, se sigue esperando una definición del recién nombrado Barack Obama de la política migratoria, que en sus discursos de campaña se comprometió a implantar en cuanto llegara a gobernar.

Sin embargo las deportaciones se siguen realizando ante la impaciencia de diversas organizaciones de derechos humanos que exigen se respeten las propuestas de campaña.

Las deportaciones de indocumentados son el pan de cada día y contrario a instrumentos internacionales en materia de derechos humanos, se prohíbe a éstos contar con un defensor de oficio que abogue contra su expulsión. Una decisión asumida por el Departamento de Justicia de los Estados Unidos 15 días antes de la llegada del nuevo presidente y que aún se mantiene.

Las acciones de diversas organizaciones norteamericanas no se han hecho esperar. Desde la llegada de Obama a la presidencia le demandaron judicialmente, en representación de más de 600 niños estadounidenses la suspensión de deportaciones de indocumentados que no han cesado.

Los niños siguen sufriendo al ser separados de sus padres por culpa de las deportaciones y el presidente puede suspenderlas. Para eso existen procedimientos legales dijo Nora Sandigo, una abogada de la organización Fraternidad Americana compuesta por inmigrantes en los Estados Unidos.

La crisis de estos tiempos incrementa salidas desesperadas de hombres y mujeres que abandonan sus pueblos todos los días ante la incapacidad de los gobiernos para responder a la demanda de empleos dignos, salarios suficientes, alimentos, educación, viviendas, servicios básicos (agua, luz) y centros de salud, que son para la mayoría, sueños inalcanzables.

* Abogado, especialista en temas de justicia, profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante del Consejo Directivo de Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC).
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09/MF/LAG/GG

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