La clase política mexicana está muy inquieta por la visita a nuestro país de Barack Obama, presidente de Estados Unidos, y no es para menos, la grave crisis, la alta dependencia económica, los indocumentados, los derechos humanos, el narcotráfico y el Tratado de Libre Comercio serán los grandes temas a los que deberá dar respuesta.
Sin embargo, Obama trae agenda propia. El desempleo creciente en su país, el cierre de grandes empresas y el desajuste financiero lo obligará a buscar, en los acuerdos bilaterales, amainar la tormenta propia o evitar que la nuestra los agrave más.
Un tema punzante será precisamente el del narcotráfico que ha sido demandado por Felipe Calderón como problema común. Se sabe que su atención es un arma de doble filo porque el incremento de la vigilancia en la frontera norte, buscará no solo contener el tráfico de armas y drogas, sino también impedir el paso de indocumentados. Esa solución sería reprobable.
La migración es uno de los grandes problemas de nuestro país y porque no decirlo de la humanidad entera. En esta región son miles de hombres y mujeres que huyen hacia Estados Unidos en busca de un paraíso incierto ante la miseria y abandono de sus países de origen.
Cuando migrantes pretenden traspasar la frontera estadounidense, a riesgo de sus vidas, se enfrentan a detenciones arbitrarias, sin garantía de audiencia ni derecho a defensa alguna. Son constantes los atropellos de la policía fronteriza (la Border Patrol) a quienes se les tolera todo, torturas, golpizas, vejaciones y hasta el asesinato de migrantes, bajo el pretendido argumento de la defensa propia.
La reforma migratoria que Obama ha prometido discutir en mayo próximo en su país podría beneficiar a 12 millones de indocumentados para legalizar su estancia, pero ésta debería alcanzar también un gran acuerdo de políticas migratorias con México para lograr un paso ordenado por la frontera con respeto a la dignidad y los derechos humanos de quienes buscan un trabajo y salarios justos.
Los gobiernos históricamente han dado prioridad al libre comercio y a la ganancia como fin último de cualquier acuerdo binacional; los intereses de las multinacionales se han privilegiado a los derechos humanos y laborales y esto ya no es posible.
La reforma migratoria debe incluir derrumbar los muros fronterizos que son una de las mayores vergüenzas de la humanidad.
Existen indignantes bardas metálicas con alambres de navajas y hasta cerros partidos en dos en la frontera norte; equipos sofisticados de persecución: cámaras de gran alcance, sensores de movimientos, equipos de visión nocturna, perros de ataque, vigilancia permanente con automotores y helicópteros artillados para sellar cualquier posibilidad del cruce de migrantes.
La agresión a los migrantes representa una lucha cruenta de todos los días, es una verdadera guerra contra ellos.
No se perdona ni a mujeres que cruzan con sus menores hijos en busca de empleos decentes.
Se les trata como delincuentes; les acusan de ser «ilegales», solo porque carecen de trabajo y de ingresos seguros.
Se ha impuesto una política de fobia, racismo y odio contra los migrantes que ha justificado la existencia de caza inmigrantes como en los peores tiempos del fascismo.
El problema migratorio no se circunscribe a la problemática de los latinos que durante varios años han permanecido en Estados Unidos sin el reconocimiento de su estatus legal, incluye también a los que ahora cruzan o intentan cruzar la frontera.
La llegada del presidente Obama a nuestro país es una oportunidad para que el diálogo abra soluciones históricas de largo alcance que anteriores gobiernos nunca pudieron concretar. Los indocumentados no pueden seguir siendo presa de la corrupción, la persecución y el olvido.
* Abogado, especialista en temas de justicia, profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana. Integrante del Consejo Directivo de Comunicación e Información de la Mujer AC (CIMAC).
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