Rubí de María Gómez Campos*
En una sociedad que es machista,
todo el mundo es machista,
incluidas las mujeres;
y todos resultamos víctimas del machismo,
incluidos los hombres.
Marina Castañeda.
México, DF 2 mar 10 (CIMAC).- Escribir consiste así, para un varón, en ir más allá del entorno privado, convirtiéndolo en ideas que comunica a otros por mor de su habilidad. Las mujeres en cambio son reducidas al aspecto privado de su condición humana, y no se juzga su escritura por el significado público que posea, ni por la trascendencia social que contenga. El significado colectivo de sus ideas, y aun la calidad de sus formulaciones, son sometidos a criterios machistas (de hombres o de mujeres) que acaban reduciendo el discurso de mujeres a las supuestas intenciones que las fundan, o a ciertos rasgos personales que caracterizan a sus autoras.
Respecto a las acciones es igual. Por más esfuerzos que una mujer haga por desplegar sus dotes personales en el ámbito público (sea éste el laboral, empresarial, escolar, social, comunitario, o institucional) acostumbra juzgársele por su supuesta emotividad y no por el impacto hacia el colectivo que generan sus acciones. A pesar de los magros avances en términos de igualdad, las mujeres que se ocupan de alguna responsabilidad pública sólo son consideradas como «buenas» o «malas»; perversas o sinceras; y no como gloriosas o peligrosas.
Esto último significaría que son juzgadas con un criterio público de humanidad, y no reducidas a su condición de género o a su singularidad, que termina definiéndolas en torno a su mera feminidad. No obstante, a pesar de los intentos machistas (de hombres y de mujeres que confunden el feminismo con «mujerismo») por reducirlas a la dimensión privada de su experiencia, las mujeres son en el siglo XXI capaces de alcanzar niveles insospechados de gloria y trascendencia, tanto como de bajeza y peligrosidad -debido al reconocimiento que han obtenido, pero sobre todo debido a la amplitud de su experiencia; que hoy se despliega hacia la esfera pública de la vida social.
Los seres humanos de género femenino son tan humanos como los de género masculino; y eso significa tan heroicos como monstruosos, tan portentosos como defectuosos; por lo que ambos deben ser sometidos a los mismos criterios de valoración social. Esto significa que se les puede exigir a las mujeres, como se les debe exigir a los varones, un compromiso ético con la función que desempeñen en la sociedad.
Seguir juzgando a las mujeres del ámbito público con criterios privados, sean éstos de excepción o de intimidad, es seguir abonando por la desigualdad. Por ello es necesario que; más allá de la condición de género de quienes ocupan cargos públicos, y más allá de las circunstancias particulares que rigen en la vida de cada quien; nos mostremos capaces de cumplir con eficiencia y con honestidad las responsabilidades que a cada quién le toca cumplir. A las y los funcionarios públicos no les es permitido robar ni dilapidar, ni menos hacer uso de los recursos materiales o humanos de que disponen para diseñar el mundo a su ventaja y necesidad. A las y los ciudadanos críticos nos toca vigilar, y tenemos el deber moral de cuestionar, a pesar de posibles venganzas o acciones provenientes de la impotencia y el resentimiento que sustituye al verdadero poder.
El valor de lo público es su transparencia; su utilidad deriva del hecho de que se produce ante la mirada de los otros, quienes siempre pueden juzgar lo que escuchan o ven. Ojala se usara el espacio público para fortalecer y elevar el nivel de la crítica y no para la mera expresión de limitaciones culturales y hasta materiales y morales. Sin embargo, aun en el espacio público y anónimo de los blogs, es bienvenida la crítica por más limitada que sea en su profundidad. Los fieles lectores que a veces comparten la perspectiva crítica que esta columna adopta valen soportar la injuria que se muestra dispuesta a exhibirse bajo el disfraz de crítica reflexiva. Seguramente hoy también habrá quien diga que es más grave reflexionar y cuestionar los hechos que los hechos mismos.
Yo no lo creo. Y para seguir en la línea crítica que nos propusimos como compromiso, comparto algunas perplejidades sobre algo más importante que las opiniones de incógnito: la corrupción cómplice de instancias públicas como la que lleva a la Secretaría de la Mujer a colocar a la Rectora de la Universidad Michoacana como defensora de las mujeres. Para resolver este enigma podemos preguntar: ¿Será verdad que la secretaria de la mujer ha sido inscrita en la Facultad de Derecho sin contar con el certificado de Bachillerato? ¿O le creemos a la funcionaria que presume haberle tramitado, y recibido de manos de la propia rectora, un certificado apócrifo con puros dieces?…
* Académica y ex directora del Instituto michoacano de la mujer
10/RMG/LR
Históricamente a las mujeres escritoras se les ha juzgado no por lo que escriben y piensan sino con relación a su vida personal. Los hombres, dice Gisela Ecker, escriben sobre temas eróticos o personales sin que sus ensayos o novelas signifiquen más que su capacidad de disertar filosóficamente o de llevar su vida cotidiana a la ficción.