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Pausas

Por Cecilia Lavalle

Reviso mi agenda —que es una libreta un poco más chica que media carta— y me doy cuenta que entré en pausa hace más de una semana. La cinta que deja señalada la página se encuentra varios días atrás del día en que escribo este texto.

Ha escuchado la frase: “Si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Bueno, yo no creo que Dios se ría cuando no podemos cumplir nuestros planes. Pero yo sí que me reí, porque me recordó que la vida también tiene cartas.

Yo creo que, a veces, la vida se parece a un juego de póker. Una hace planes con las cartas que tiene y aspira a ganar la partida o, al menos, a tener un buen juego y «no perder la mano», como se dice en el argot de este juego de mesa. Pero a menudo se nos olvida que la vida también tiene cartas, también juega y, claro, puede tener un mejor juego y ganar la partida.

Eso pasó. La vida me ganó la más reciente partida.

Tenía planeado preparar dos conferencias y un taller (debería verme ahorita trabajando a contrarreloj). También estaba anotado: viajar para llevar a mi madre —que vino a visitarnos— de regreso a su casa. Programé, asimismo, unos análisis médicos de rutina y una comida con queridas amistades.

Total, una semana completa bien planeadita, con viaje y todo, y lo que en realidad he hecho ha sido cuidar a mi madre y cuidarme yo.

Resulta que la visita de mi madre ha sido de lo más grata. Nos hemos dedicado a consentirla y a disfrutarla. Y ya preparando su viaje de regreso, además de los gratos recuerdos y unas cuantas compras, adquirió COVID.

Pánico inicial. Calma obligada tras recordar que tiene cuatro dosis de vacunas (igual que mi esposo y yo) y preocupación disimulada al recordar, también, que tiene 84 años, hipertensión, arritmia.

Cuando yo entro en modo “preocupación” me pongo en acción automática. Eso quiere decir que pienso con rapidez y claridad, planeo acciones inmediatas, tomo decisiones puntuales y actúo en consecución de lo planeado como ingeniera que se ciñe al plan de la arquitecta. 

Hasta ahí llega mi claridad. Porque, para todo lo demás que requiere la vida cotidiana, mi cabeza se mueve en piloto automático que —he de agregar— no siempre es muy eficiente.

Un día, por ejemplo, al cocinar olvidé freír previamente unos ingredientes y los agregué tal cual al caldo. No quedó tan mal, pero… Otro día puse la lavadora y la olvidé; mi ropa quedó como si un gigante hubiera dormido sobre ella. Pero lo peor fue que una noche di por hecho que me había tomado mis medicamentos y tras pasar “inexplicablemente” una noche miserable (que, claro, atribuí al estrés), me di cuenta que dejé mi pastilla, muy bien acomodadita, lista para tomarla. Piloto automático descompuesto, le digo.

Eso sí, mi cabeza ha funcionado de maravilla en la atención a mi madre.

Cuando escribo estas letras mi madre ya va de salida, y yo quito a ratos la pausa para ponerme a escribir.

He llenado de nuevo mi agenda con lo mucho que debo hacer en los siguientes días. A sabiendas que, esta vez también, la vida tiene sus cartas. Veremos si le puedo ganar esta mano.

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