Inicio AgendaPoder Historias de mujeres y metal: ni groupies ni intrusas, transgresoras de la exigencia masculina

Historias de mujeres y metal: ni groupies ni intrusas, transgresoras de la exigencia masculina

Por Laura Salgado Benítez

Hace unas semanas recordé –muy a mi pesar– la letra de una canción particular:

Women ain’t supposed to do that
Why don’t you stop do that?
Women ain’t supposed to do that
There’s something wrong with that…

(Las mujeres no deberían hacer eso
¿Por qué no dejan de hacer eso?
Las mujeres no deberían hacer eso
Hay algo malo con eso…)

La composición proviene de una de las bandas más representativas del thrash metal de la costa este norteamericana, y la letra en específico conforma una amenaza contra las mujeres que se aman entre sí. Sin embargo, además de la lesbomisoginia explícita en los versos, la canción devela una de las constantes para las mujeres que disfrutamos el metal: ser percibidas como intrusas en un espacio que los hombres consideran suyo.

De acuerdo con la investigadora Whitney Doucette, la esfera metalera ha sido conformada principalmente por hombres blancos y heterosexuales, quienes por tanto la han dominado y establecido las reglas para formar parte de ella. Esto ha ocasionado que, al valuar la hipermasculinidad, los espacios tiendan a ser homosociales, pues con base en suposiciones de género se estima que los hombres cumplirán con las características de fuerza o sexualidad, mientras las mujeres o disidencias no lo lograrán con tanta facilidad.

Anna S. Rogers y Mathieu Deflem, doctores en Sociología y autores de Doing Gender in Heavy Metal. Perceptions on Women in a Hypermasculine Subculture (Anthem Press, 2022), retoman investigaciones recientes donde se ha mostrado que las mujeres inmersas en el metal necesitamos balancear cuidadosamente la disposición de “actuar como un hombre, mientras seguimos luciendo como una mujer”.

En este sentido, los fans y músicos del género suelen esperar que las mujeres mostremos fuerza y cierto grado de rudeza para estar en sintonía con los valores apreciados en el ámbito –por ejemplo, para entrar al mosh o convivir en las tocadas–; pero al mismo tiempo, plantean limitaciones a esas expresiones estereotípicamente masculinas y asumen que necesitamos vernos guapas mientras lo hacemos, tener cuidado al hablar e incluso usar ropa que nos hipersexualice.

Así, aunque los parámetros no se hagan verbales, los conocemos, sabemos que están ahí.

Sad, but true

Lo descubrí cuando iba en la secundaria. Desde antes, en casa, había escuchado rock en inglés gracias a mi mamá: Pat Benatar, Joan Jett, Guns N’ Roses, The Police, Blondie, Pink Floyd, Queen.

Pero todo cambió un día: el día que conocí a Metallica. Estábamos en el receso, un compañero sacó su celular y Nothing Else Matters empezó a sonar. Tiempo después supe que la canción era (y es) menospreciada entre el círculo más duro de metaleros –así como la banda misma–, pero eso no impidió que sucumbiera ante el sentimiento de “Never cared for what they know, but I KNOOOOOOW!”.

A partir de ese momento comenzaron las búsquedas en línea, la descarga de canciones y el repaso constante de letras. Por supuesto, Metallica no era suficiente, quería conocer más. Así encontré bandas diversas en el amplio espectro del género: Judas Priest, Iron Maiden, Black Sabbath, Mötley Crüe, Slayer, Pantera, Megadeth, Kreator, Motörhead, In Flames. Empecé con lo mainstream.

Aunque no dejé de escuchar otro tipo de música para abocarme a mi nueva afinidad, mi mundo se había transformado: quería hacer headbanging cuando fuese posible (un movimiento característico que consiste en agitar agresivamente la cabeza al ritmo de la música, aun más icónico cuando el cabello sacudido es largo); también anhelaba adoptar el estilo, ser una auténtica metalera.

Pero ¿cómo podría saber que realmente lo había logrado? Conocía la respuesta: ellos me lo harían saber. Triste, pero cierto.

Death es una de las bandas más representativas del death metal estadounidense; su música evolucionó desde sonidos más crudos hasta llegar a composiciones limpias con mucha fuerza técnica, estas se reflejan en su último álbum, The Sound of Perseverance.
CIMACFoto: Laura Salgado Benítez

I’m a man, that’s what I am…

La historia general de este tipo de música se remonta a los años setenta. Entre las bandas que dieron sus primeros indicios a finales de la década está Def Leppard, agrupación originaria del Reino Unido que se convirtió en un emblema para el subgénero del glam, uno que incluso dentro del mundo del metal suele ser despreciado y mal visto porque los músicos adoptan vestimenta llamativa y entallada, además se maquillan y las melodías no cumplen con la brutalidad necesaria según los parámetros de la escena.

Una broma –o un insulto– para el género, pues.

Sin embargo, y pese a su semiexclusión del resto de derivados, los glammers no están exentos del entorno masculino alrededor de la música. En Make Love Like a Man, canción de la banda inglesa, una estrofa reza:

Make love like a man
I’m a man, and that’s what I am, yeah
Make love like a man
Your kind of man, and that’s what I am…

(Haz el amor como un hombre
Yo soy un hombre, eso es lo que soy, sí
Haz el amor como un hombre
Tu tipo de hombre, eso es lo que soy…)

En un ámbito creado desde y para los hombres, ¿qué significa ser uno de ellos? La maestra en Sociología, Whitney Doucette, plantea que los referentes provienen de la hipermasculinidad. Este concepto de la psicología se refiere a la “exageración de conductas estereotípicas masculinas como el énfasis en la fuerza física, agresión y sexualidad”.

Por supuesto, a los 15 años la hipermasculinidad no estaba en mi horizonte conceptual. Lo que definitivamente tenía claro era el impulso de cumplir con lo necesario para obtener mi hipotético carnet de aprobación metalera. Nadie me dijo de manera explícita los requisitos para formar parte de esa esfera y, sin embargo, reconocía que existían. Pero ¿qué implicaba eso?

¿Tú y cuántas más?

Jimena, Montserrat y Linet no se conocen. Fueron a diferentes escuelas, trabajan en áreas muy distintas y sus círculos sociales están separados el uno del otro; no obstante, comparten algo fundamental. Las tres disfrutan enormemente de la música. Y las tres están muy familiarizadas con una pregunta crucial: “A ver, si tanto te gusta el metal, dime tres canciones…”

Imagen: Facebook “Resistencia Rock Bolivia”

Jimena empezó a escucharlo alrededor de los 11 años, su puerta de entrada fue el Guitar Hero y la agrupación In Flames marcó su gusto definitivo por el género. Hoy, además de ser ferviente admiradora de escucharlo, le encanta tocarlo; es música –domina el piano, le gusta la batería– y lleva más de un año trabajando en sus guturales: quiere ser vocalista de una banda. 

Mena recuerda que en un par de ocasiones se ha encontrado con hombres que expresan emoción al saber que ella también disfruta del género, pero en paralelo lo utilizan como una oportunidad para intentar enseñarle: “Por ejemplo, en las fiestas me incluyen y comparten lo que ellos escuchan, pero no me dejan poner las bandas o cantantes que a mí me gustan. Me ponen ese límite”. 

Montserrat tuvo su etapa más fuerte como fan entre la secundaria y preparatoria. Ella quería ser una metalera auténtica y en varias ocasiones se sintió presionada a escuchar los grupos que sus amigos calificaban como verdaderamente buenos, deseaba encajar. Fue su mejor amiga del bachillerato quien le hizo ver que más allá de lo que ellos dictaran, Montse podía escuchar lo que ella deseaba sin importar qué opinaban o si estaban de acuerdo.

Principalmente invalidaban mis gustos porque a mí me encanta el glam, entonces decían: «Eso es pop, eso es para niñas». Pues sí, ni modo, me gusta, ¿qué tiene de malo? Finalmente lo pude entender, pero no fue sencillo.

Montserrat H.

Linet se adentró en el género a través del rock; sus gustos fueron escalando hasta que a finales de la secundaria comenzó a escuchar algunas bandas de thrash y death, le gustaban los sonidos específicos de ciertas guitarras y baterías. Tenía 15 años. Aunque personalmente nunca se ha sentido juzgada, reconoce las exigencias masculinas en el entorno del metal.

Para ella es evidente que como sucede en muchos niveles, el heteropatriarcado impregna los círculos de este tipo de música: «Es una cuestión de fondo, así como otros géneros, el metal se vincula con los batos. Esa visión patriarcal y androcentrista de que todo es para los hombres y hecho por ellos también: se asocia con ellos, que lo toquen ellos, que lo escuchen ellos«.

Sin darse cuenta, las tres mujeres llegan a una misma conclusión individualmente: ser metalera plantea una dualidad muy particular. Por un lado, la clara sexualización; para los hombres en la escena son como un “tesoro oculto”, pues prevalece la idea de que pocas mujeres gustamos del género. Esto conduce a que aquellas metaleras que son consideradas guapas dentro de los cánones persistentes  sean hipersexualizadas.

Como relatan textualmente Jimena, Montserrat y Linet, es común que las califiquen como “diosas”, una maravilla. El trato de los hombres se modifica y buscan relacionarse con ellas, conquistarlas. Como afirma Montse, “te vuelves un objeto de consumo ante sus ojos”.

Por otro lado, el reconocimiento lleva de la mano una puesta a prueba. Frecuentemente, las mujeres que proclamamos un gusto por el género experimentamos un cuestionamiento constante sobre qué tanto sabemos al respecto, si realmente disfrutamos de la música y no solo estamos fingiendo para llamar la atención, e incluso enfrentamos preguntas que parecen exámenes a fin de validar si nuestra pasión por el metal es genuina, si nosotras lo somos.

Las mujeres en el mundo del metal lo que más experimentamos es que nos sexualicen o nos juzguen.

LINET T.

Linet recuerda que antes de ser feminista, durante su etapa más ferviente como fan del metal, no se relacionó mucho con otras participantes de la esfera: “En el medio, sin conocimiento sobre la sororidad, en un contexto cero feminista, pues sí existía esa rivalidad implícita entre mujeres”, comparte la joven de 26 años. 

Lina agrega que el sentimiento hacia ellas era peculiar: “‘¡Ah! ¿Otra mujer metalera? Qué chido, me gustaría hablarle’, pero al mismo tiempo: ‘Mmm, hay bandas que le gustan que no son tan buenas’. Aunque no pasaba seguido, en realidad no priorizaba relacionarme con ellas, más bien socializaba con hombres, sobre todo por la presión del contexto social”.   

Estas experiencias muchas veces responden a lo que desde la sociología se conoce como defensive othering. La filósofa Simone de Beauvoir empleaba el término “otredad” (otherness) para explicar cómo en un mundo que es por sí mismo masculino, las mujeres somos definidas con base en los demás, pues nuestra existencia se construye en referencia a los hombres. Ellos son sujetos por sí mismos, mientras que nosotras somos “las otras”. 

Fotografía: Wikimedia Commons

En este sentido, el defensive othering ocurre cuando las mujeres que adoptan cualidades típicamente masculinas buscan probar que son parte del grupo hipermasculino en el que desean estar; para ello, se distancian de otras mujeres en el mismo ámbito, particularmente de aquellas que actúan de formas consideradas más femeninas: es una manera de buscar aprobación. 

Así, Linet, Montserrat y Jimena se han enfrentado a hombres que pretenden determinar si cuentan con el conocimiento suficiente para ser metaleras, si merecen estar ahí. Para los investigadores Anna S. Rogers y Mathieu Deflem, esto se debe a que en los rubros históricamente dominados por hombres –entre ellos los deportes, lugares de trabajo o las artes– las mujeres tenemos que demostrar nuestro valor o capacidades encarecidamente, pues ellos tienden a no tomarnos en serio.

A esto se suma que la escena en general se caracteriza por una separación aguda entre los “nativos” y los “forasteros”; es decir, quienes pertenecen y quienes no. En este sentido, Rogers y Deflem enfatizan que los fans del género reclaman la autenticidad del mismo y marcan la distinción entre el metal y otros tipos de música, pero también son tajantes entre los propios subgéneros: persiste una lucha sobre cuál es el mejor, el más real o verdaderamente digno de ser escuchado.

Lemmy ama a las mujeres

En una entrevista realizada al hoy fallecido Lemmy Kilmister, ex líder de la banda de heavy Motörhead, el vocalista británico afirmó que él amaba a las mujeres. Su respuesta quedó grabada en el documental Metal: a headbanger’s journey, dirigido por el antropólogo y músico Sam Dunn.

El director del largometraje –quien también es seguidor del metal– dedicó un segmento al tema de género y sexualidad en la música. Precisamente en una de sus intervenciones para ese fragmento, Kilmister declaró lo que él consideraba su amor por las mujeres: “Las amo, pienso que deberían estar desnudas en los camerinos todo el tiempo. Amo a las mujeres”. Pero su caso no es aislado.

Para Anna S. Rogers y Mathieu Deflem, esta perspectiva parte del estigma prevaleciente que, surgido en la tradición de los años setenta, posiciona a las mujeres en la música solo como groupies, admiradoras de los músicos que los seguirían a donde fuera con el objetivo de estar con ellos; mujeres que, en última instancia, son consideradas para la disposición y el placer de los otros.

Para Jimena, esto ha sido evidente a través de sus redes sociales. En ellas comparte su progreso como cantante de metal y también brinda consejos de música para quienes estén interesados. Su objetivo central es formar una banda y coordinar su pasión con su capacidad musical, pero esto no ha sido sencillo de conseguir. 

A pesar de esforzarse por dominar la técnica y demostrar su habilidad, las oportunidades que Mena ha encontrado se han quedado solo en posibilidades, ya que los músicos con los que se ha acercado se han intimidado e incluso burlado cuando se dan cuenta de que una mujer estaría al frente del conjunto.

Ellos quieren ver a una mujer delicada, bonita, ¿no? Y una mujer que hace guturales es sorprendente porque son sonidos muy graves y monstruosos. Ellos quieren mantener una imagen de “somos rudos y malos»; pero más que nada, lo que les causa miedo es que llegue una mujer, se pare al frente y lidere: les da inseguridad.

JIMENA P.

Así, por ejemplo, el death y black –en tanto que son derivados más brutales– representan un espacio donde las mujeres podemos romper con los estándares sociales de feminidad y adoptar conductas más fuertes o agresivas al moshear, escuchar las canciones, usar indumentaria característica (color negro, maquillaje cargado o accesorios con elementos como picos). No obstante, Anna S. Rogers y Mathieu Deflem destacan que incluso así persiste una necesidad de adecuar nuestro género a los términos que los hombres plantean en esta escena musical: ser rudas, pero solo lo apropiado.

Fotografía: Wikimedia Commons

Conquistar tu coraz… el escenario

La socióloga y periodista Donna Gaines resalta que el papel designado a las mujeres como groupies cambió drásticamente en la década de los ochenta: ellas dejaron de ser admiradoras y musas para las canciones, pues visibilizaron que podían ser las estrellas sobre el escenario.

Entre algunos casos representativos está la banda Girlschool –pioneras de la nueva ola del heavy metal británico–; la agrupación brasileña de thrash/death Nervosa o las Introtyl, mexicanas y también exponentes del death; la cantante alemana Doro Pesch; la antigua y la actual vocalistas de la banda de death melódico Arch Enemy, Angela Gossow y Alissa White-Gluz; la cantante Tatiana Shmaylyuk al frente de Jinjer, grupo ucraniano de groove y progresivo; y Masha «Scream», compositora y vocalista de Arkona, agrupación rusa de folk.

En Metal: a headbanger’s journey, Doro Pesch abordó su experiencia como artista musical en el metal y recordó las múltiples veces que la gente intentaba modificar quién era.

Trataban de colocarme un poco más en la imagen femenina, sexy, sin poder, y no me gustaba eso. Las personas en los sellos discográficos me decían: “Deshazte del cuero negro, sé más como una chica”. Y yo pensaba: “No, no, no puedo hacerlo. No quiero hacerlo, quiero ser yo misma«.

DORO PESCH

Con la incursión de más mujeres como fans y miembros de grupos, el fenómeno y la pertenencia en los espacios de metal se ha afianzado. Sin embargo, como señalan Anna S. Rogers y Mathieu Deflem, esto no representa la conquista total del género. Como han compartido lideresas e integrantes de bandas, persisten conductas que las ponen en riesgo o limitan, por ejemplo, el acoso y la agresión –réplicas de violencias que ocurren otros ámbitos de la vida social–.

Time: The End

Durante la secundaria y preparatoria me mantuve al margen de la escena del metal, muy a mi pesar. En parte, porque no conocí a tantas personas que compartieran el gusto conmigo; y en parte, porque aún me asustaba la idea de no ser bien recibida si lo intentaba. En mi cabeza, no era lo suficientemente “ruda” y la timidez fue más fuerte (quizás también el miedo de no tener la aprobación que deseaba).

De forma paradójica –y por circunstancias azarosas–, en la actualidad estoy más en contacto con ese medio, voy a varios conciertos y tocadas, hablo con más mujeres y hombres metaleros, conozco en mayor profundidad el ámbito. Sigo disfrutando enormemente de la música, colecciono vinilos y cada que tengo oportunidad hago headbanging como anhelaba en mis no gloriosos años de secundaria.

Pero hay algo más: hoy, la mirada con la que veo al género –y no me refiero solo al musical– ha permitido que no me sienta intimidada ante la posibilidad de no conocer tres canciones de la banda en el logo de mi playera o no saber de los verdaderos exponentes. Disfruto el metal, no sé si el auténtico, pero el que me gusta a mí. A veces no recuerdo el nombre del álbum ni el año de lanzamiento. A veces también prefiero usar ropa llamativa, delinearme los ojos y usar mis botas favoritas; otras tantas, priorizo la comodidad al agitar mi cabello en pants.

Pero hoy también –como Jimena, Montserrat y Linet–, soy consciente de que lo que ellos ven o esperan de nosotras no tiene por qué definir nuestras experiencias con el metal ni con cualquier otra dimensión de nuestras vidas.

Como entonan las Girlschool, “The Devil’s grip just won’t let go” (La garra del Diablo no te dejará ir), pero aunque ese ente materializado en imposiciones se niegue a soltarnos, podemos rebelarnos. Y unidas con un headbanging feroz, hacer de cualquier escenario un lugar para expresarnos y ser libres.

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