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El malestar psicológico de las cuidadoras primarias: una condición ignorada y pocas veces atendida

Por Natalia Ximena Ruiz Rivera

Las mujeres cuidamos, a nuestras y nuestros hijos, enfermos y adultos mayores, ya sea de nuestras familias o de otras. Las razones por las que lo hacemos son varias, desde “el amor” hasta la concepción errónea de que nos corresponde hacerlo solo por ser mujeres. Sin embargo, el trabajo de cuidados merma distintas áreas de nuestra vida, especialmente nuestra salud mental.

Desde una perspectiva clínica, el malestar psicológico es el estado que resulta de la combinación de trabajo físico, presión emocional y restricciones sociales, así como de las demandas económicas que rigen al cuidar a una o un enfermo crónico o con discapacidad. También puede definirse como los cambios emocionales relacionados con un suceso donde se experimenta incomodidad subjetiva y restricción temporal de la conciencia.

De acuerdo con la psicóloga Lizzet Ulloa Lozano, existen ciertos factores que influyen en el malestar psicológico de una cuidadora informal: la cantidad de estrés que causan las demandas de la o el paciente, la manera en la que maneja y enfrenta dicho estrés, la cantidad de ayuda social y familiar que recibe, el nivel negativo de interacción social y cantidad de actividades suspendidas, la percepción de su propio agotamiento y la propia apreciación de la calidad de la relación entre cuidadora y paciente.

Según datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), la cifra de personas dependientes por discapacidad en México—producida por vejez, enfermedad crónica, accidentes o congénita— asciende al 6 por ciento de la población total, es decir, 7.1 millones de habitantes.

De esta cantidad de mexicanas y mexicanos que no pueden o tienen mucha dificultad para hacer algunas de las actividades de la vida diaria como caminar, subir o bajar escaleras, aprender, recordar o concentrarse, escuchar, bañarse, vestirse o comer, 5 por ciento vive en la capital del país.

Esto quiere decir que en la Ciudad de México viven 481 mil 847 personas con dependencia por discapacidad: 273 mil 986 mujeres y 207 mil 861 hombres. Por lo tanto, la entidad federativa ocupa el cuarto lugar a nivel nacional con población que requiere una mayor cantidad de cuidados debido a su condición de discapacidad.

Al ponerlo de otra manera: en la capital hay miles de hogares donde el trabajo de cuidados es indispensable. Hogares en donde las mujeres, en su mayoría, destinan tiempo, recursos económicos y ponen en riesgo su salud física y emocional a raíz de largos periodos de cuidado de personas dependientes.

Fotografía: Pexels

Mujeres que cuidan de otras

La mayor parte de quienes son catalogados como dependientes por discapacidad y requieren de mayores cuidados pertenecen al grupo de la tercera edad. Por tal razón, es común que las mujeres que son cuidadoras informales estén a cargo de ancianas o ancianos.

Ese el caso de Martha Lara, quien tiene 53 años, es maestra de educación especial y se dedica al cuidado de su madre, Yolanda, desde el 2016. En ese año, tras la muerte del esposo de la mujer de 78 años, Martha asumió las tareas de cuidadora primaria: “La estoy enseñando a ser autónoma porque las personas que ya son grandes sienten que ya no son útiles, que ya no pueden hacer las cosas por ellas mismas y quiero que ella se sienta suficiente y autónoma, pero sí me cuesta trabajo”, comenta Martha en una llamada telefónica.

Cuando Yolanda comenzó a requerir de cuidados de tiempo completo, sus familiares pensaron que llevarla a una casa para adultos mayores sería la mejor opción. Sin embargo, Martha se resistió: “¿Por qué tenía que irse de su casa cuando podía seguir viviendo ahí?”, pensaba. Se convirtió en su cuidadora, en buena parte por el amor que sentía hacia ella y la responsabilidad que considera tener por ser su hija.

A diario, Martha se enfrenta al carácter un tanto complicado —según describe— de su madre. A pesar de contar con una red de apoyo que incluye a sus hijas, casi toda la responsabilidad ha recaído en la mujer de 53 años. Su madre vive con distintas lesiones que han dificultado su movilidad y también se ha enfrentado a episodios depresivos.  

El cuerpo de Martha ha resentido la carga de hacerse responsable del cuidado de alguien más y ha experimentado fuertes cambios, por ejemplo, en el peso. En el área de salud mental, admite haber vivido un estrés severo a raíz de sus tareas como cuidadora en combinación con sus demás responsabilidades. Además, todo se complicó con el aislamiento social derivado de la COVID-19.

Durante el 2020, cuando la población adoptó el aislamiento social como parte de la campaña “Quédate en casa”, Martha se enfrentó a ser cuidadora de tiempo completo. No había a dónde salir para distraerse, el estrés y la sobrecarga escalaron al punto de hacerla querer abandonar a Yolanda; pero no lo hizo. Sin embargo, consideró que necesitaba ayuda de un profesional de la salud mental.

A la fecha, Martha no ha recibido atención clínica y ha desarrollado un mecanismo para lidiar con su malestar: constantemente ve videos en YouTube y aprende de manera autodidacta cómo sentirse mejor.

En el 2019, el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) realizó un estudio sobre las necesidades de las cuidadoras informales en la Ciudad de México. En él se da cuenta de la situación en la que viven 100 cuidadoras que residen en las alcaldías Azcapotzalco, Cuauhtémoc, Coyoacán, Gustavo A. Madero, Tlalpan y Venustiano Carranza.

Sobre el estado psicoemocional y sobrecarga de las mujeres cuidadoras, el estudio arrojó que el 95 por ciento de ellas siente un profundo agotamiento al momento de terminar sus actividades. Aunque el 58 por ciento de estas mujeres manifiestan que, a pesar del cansancio, se sientes satisfechas.

Asimismo, se identificaron algunos síntomas, actitudes y sentimientos que se derivan de su labor de cuidado: tensión muscular, irritabilidad, presenta de fatiga crónica, dificultad para concentrarse, desórdenes del sueño, tristeza y una constante conexión con sentimientos negativos.

Respecto al síndrome de «burnout» debido a un nivel de sobrecarga —cuyos síntomas incluyen agotamiento, baja autoestima, estado permanente de nerviosismo, poca realización personal, dificultad para concentrarse, comportamientos agresivos, dolor de cabeza y taquicardia—, el estudio indicó que el 58 por ciento de las cuidadoras de personas dependientes lo presentan.

Además, el 34 por ciento está en un nivel intermedio de carga de trabajo y solo un 8 por ciento se encuentra en los niveles más bajos.  Sin embargo, y pese a estas condiciones de malestar, ninguna de las entrevistadas expresó algún deseo de dejar de cuidar.

Este malestar es evidente en casos como el de Fabiola Ramírez, quien es cosmetóloga y decidió emprender un negocio durante el 2020, año en el que también empezó a hacerse cargo de Belén Espinoza, una mujer adulta de 91 años que es su suegra y con quien comparte hogar.

“Mi salud empezó a afectarse porque yo tengo problemas, me duele la cabeza desde siempre y eso se fue acrecentando con esta situación, el estar al pendiente de ella”, recuerda Fabiola. “No es fácil porque yo soy una persona muy aprehensiva, entonces no descanso bien porque estoy con la tensión de si necesita algo”, agrega.

 “Vives con la tensión de que tienes que cuidarla a ella, cuidar a tu esposo, cuidar a tus hijas. Todo eso te lleva a no cumplir con tu rutina, a la que ya estabas acostumbrada. Realmente cambió todo”, afirma.

Para Fabiola, la situación resulta complicada al no sentir el apoyo de su pareja o el de la familia de su suegra, quienes constantemente hacen comentarios respecto a su forma de cuidar a Belén, así que la relación y la dinámica en casa se ha visto altamente afectada.

“Mi cuidado personal se vio afectado. Hasta la gente que me conoce, mis amigas, me dicen: ‘Oye Fabiola, te ves acabadísima. No eres tú’. Y es hasta perder el ánimo. Ahí sentí que ya estaba perdiendo el control”, expresa Fabiola. “Me sentía triste, desganada, me encerraba un ratito y me decía que tenía que agarrar fuerzas para seguir adelante”. 

A raíz de la situación que vive, Fabiola considera importante consultar a un especialista en salud mental, pero todavía no ha acudido a alguna valoración profesional.

Cuidar a quienes cuidan

En el 2014, la psicóloga Lizzet Ulloa Lozano, egresada de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dedicó su tesis de licenciatura a estudiar el malestar psicológico en las y los cuidadores primarios de niñas y niños con enfermedades renales crónicas.

El documento recoge la experiencia de 40 cuidadores que asistieron a una consulta externa de Nefrología en el Hospital Infantil de México “Federico Gómez” y arroja algunas conclusiones interesantes sobre la vivencia de las y los cuidadores informales.

Según el texto, las enfermedades crónicas afectan la salud psicológica tanto del paciente como de quien lo cuida. Sin embargo, es difícil tratar estos padecimientos porque las y los cuidadores rara vez identifican que viven con ese malestar y buscan ayuda profesional.

“A muchas de las personas se les ha enseñado que, por ser mujeres, deben de cuidar a los demás, llámese adultos o niños. Por lo tanto, cuando se quiere hacer investigación de su estado de salud dicen de una manera muy coloquial que ‘están bien’, sin hacer realmente una evaluación. No hay herramientas psicológicas para poder tomar en cuenta su propio estado emocional porque es algo que no te enseñan”, explica la especialista durante una videollamada. 

Los resultados de la investigación que realizó Lizzet Ulloa también muestran que hay algunos factores que agravan este hecho, como el nivel socioeconómico y de estudios de las personas cuidadoras: “Con personas adultas que no tienen una escolaridad básica, en muchos casos, es mucho más difícil que tomen en cuenta que también es importantísimo cuidar su propia salud”, afirma la psicóloga.

Cuando en la familia hay personas que requieren de un cuidado constante, existen ciertos ajustes en la dinámica de interacción de las y los miembros de la familia, como la distribución de roles y funciones; normalmente es aquí en donde se les asigna a las mujeres la tarea de cuidadoras. Por esta razón,  pensar en una redistribución más equitativa de estas tareas es vital para mejorar la salud mental de las mujeres que cuidan.

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