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Reconocer lo común

Por Lucía Melgar Palacios

En una época en que hablar de feminismo en singular resulta problemático dada la diversidad de enfoques y posturas ante la variedad de condiciones y problemas que atraviesan la vida de las mujeres en el mundo, postular la necesidad de adoptar un “feminismo universal” puede resultar provocador. Este es sin embargo el propósito de “Por un feminismo universal” (2020) de la feminista francesa Martine Storti, disponible ahora en español.   

El título en sí puede levantar suspicacias, dado el abuso de términos como “global” o “universal” en discursos que afirman el valor “para todo el mundo” de un legado cultural o una innovación tecnológica. La propuesta de Storti, merece una seria consideración en cuanto se opone a dogmatismos, destaca los problemas comunes a las mujeres en el mundo y reivindica la posibilidad y necesidad de luchas compartidas por la igualdad y la libertad.

Militante del legendario Movimiento por la Liberación de la Mujer (MLF) francés, profesora de filosofía, periodista, escritora, observadora de las luchas de las mujeres en distintas regiones del mundo a través de su trabajo en proyectos de educación en situaciones de emergencia, Storti  escribe desde su experiencia y en un contexto francés atravesado de “falsos radicalismos” y de corrientes de extrema derecha, nacionalistas y racistas.  Su discusión del feminismo actual apunta a la vez  a los riesgos de la fragmentación – y descalificación- entre posturas feministas y a la manipulación de la causa de las mujeres por la extrema derecha y su política identitaria.

Storti inscribe entre los “falsos radicalismos” los ataques al feminismo “blanco” desde otras corrientes ancladas en la interseccionalidad o en la lucha antirracista. Para ella ese “feminismo blanco” es una entelequia aun cuando se argumente que se alude a relaciones de poder y no al color de piel. Si bien reconoce la validez del concepto original de “interseccionalidad”, plantea que también ha servido para relegar la causa de las mujeres detrás de la lucha contra el racismo.

Atribuye también un sesgo ideológico deformante a un “feminismo decolonial” que, a sus ojos, centra su explicación de las desigualdades en la colonización y el colonialismo y llega a culpar a las mujeres europeas de éstos, cuando ellas tampoco tenían derechos o se opusieron y se oponen a la explotación racista. Critica así mismo las posturas anticapitalistas que suponen que con el fin del capitalismo se acabarán las desigualdades machistas cuando éste las dinamizó pero se enraizan en el patriarcado. 

Las manipulaciones del feminismo por la (extrema) derecha y sus políticas identitarias representan, por otra parte, un enorme riesgo para las causas de las mujeres. Pretender que la igualdad y la libertad de las mujeres es una seña de identidad francesa es un burdo medio de apelar a una esencia nacional para construir un ficticio “nosotros” opuesto a un “otros” (machistas) que correspondería, principalmente, a la población musulmana o de color en Francia.

Esta distorsión también atraviesa el discurso “antineoliberal” de la extrema derecha que así oculta su oposición al liberalismo social ( a los derechos de las mujeres y de las diversidades, por ejemplo) y su afán de control de las mujeres mediante la exaltación de la maternidad (y la protección que debe darle el Estado) y una falsa defensa ecologista que llegaría al extremo de rechazar los métodos anticonceptivos, por ser químicos. 

Si bien en el contexto mexicano algunas de las tajantes críticas de Storti pueden parecer caricaturas de posturas complejas, en lo que se refiere al feminismo decolonial, por ejemplo,  sus advertencias contra la cerrazón y el ascenso conservador, su valoración del #MeToo como ejemplo de un movimiento universal, su reivindicación de las demandas de transformación en el ámbito “privado” y contra las violencias, no menos importantes que las mejoras socioeconómicas y, sobre todo, su llamado a reconocer en las desigualdades, la explotación  y las violencias machistas una causa común a todas las mujeres, merecen una lectura atenta.

En el contexto actual de las mujeres de Irán (que para ella constituyeron el primer movimiento de oposición al régimen islamista en 1979 – y lo son hoy) y de los aberrantes atentados contra los derechos humanos de mujeres y niñas en Afganistán, o el uso continuo de la violación como arma de guerra en Ucrania o en Haití, entre otros, su llamado a una organización internacional de mujeres en defensa de quienes defienden sus derechos, invita sin duda a la reflexión y la acción.

Lejos de ser utopía o ilusión ”bienpensante”, el  ”feminismo universal” – diverso y dialogante-  que propone recupera el sentido de la sororidad como construcción de alianzas, tan necesarias en un mundo donde los derechos de las mujeres están siempre amenazados. 

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