Tras esa sonrisa discreta y mirada pizpireta, Elda Peralta fue mucho más que una malvada rubia del cine mexicano, como lo establecen los estereotipados cánones de la industria, sobre todo de aquellas décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
Y aunque su iniciación en el sexo, a los 15 años, fue traumática; en el ámbito cinematográfico no dejó de ser víctima de acoso y hostigamiento, pero como buena sonorense, siempre echada para adelante, el arrojo y enorme deseo de cumplir el sueño de aparecer en la pantalla grande, la llevó a superarlo todo e incursionar en más de 40 filmes bajo diversas visiones de afamadas directoras y afamados directores de la época.
Su interés por las letras no se quedó en los guiones que interpretó. Fue una prolífica escritora y periodista, mujer preocupada por la formación de sus congéneres impulsó desde la presidencia de la Asociación Mundial de Mujeres, Periodistas y Escritoras, Capítulo México, cursos, seminarios y talleres de capacitación; promovió el colectivo literario El taller de la torre; y fue cofundadora de Editorial Morgana.
Nuestra única opción: el matrimonio
Elda Peralta Ayala fue una de las cuatro hijas que tuvo el matrimonio entre Gloria y Oscar. Con la ironía que la caracterizaba, así narra la tragedia familiar: “Todas mujeres (…) [él] hubiera preferido cuatro varones (…) continuación de su apellido [pero] con el tiempo se resignó. Con espíritu deportivo nos fue aceptando”, en “Luis Spota: Las sustancia de la tierra” (Grijalbo, 1989), de su autoría.
Dotada de un humor sutil y picoso, Elda recordaba que el afán de su padre era tener hijas “educadas y bilingües”. Sin saber don Oscar que, con la decisión de enviarla a internados en California y Texas, le inoculaba la semilla de la autonomía, pensó que la educación la prepararía para el matrimonio. “Casarnos era nuestra única opción como mujeres, ya que la aventura y la actividad estaban reservadas para los hombres. En cuestiones de machismo mi padre era un ortodoxo.”
Tres metas y una desilusión
Siendo adolescente, Elda y su familia migró a la ciudad de México. Con bajos ingresos familiares, fue la época en que la periodista sintió truncada su posibilidad de convertirse en una “ilustre polígrafa”; y decide trazarse un esquema de vida, “el de una mujer famosa, orgullo de su sexo y su especie”, el que iría cumpliendo uno a uno.
El primer tramo implicaba el baile o el tenis -que logró al ingresar a trabajar en una institución bancaria y tener acceso al Centro Deportivo Chapultepec, donde muchas jóvenes de la época solían blandir las raquetas-; deporte en el que compitió y logró varios campeonatos, incluido el de su propio club; como segundo acto, incursionaría en el cine: “sería una estrella rutilante, admirada por las multitudes”.
A la par del tenis, se enroló con un grupo de teatro experimental o de búsqueda, espacio en al que accedió sin mayores sobresaltos de su protector padre, toda vez que este tipo de arte estaba más vinculado con la cultura que con ese mundo del espectáculo donde las mujeres que incursionaban “se les llamaba ‘cómicas’ (…); forma particularmente despectiva [que] alcanzaba a las estrellas del cine mexicano”, rememora Elda en su obra citada. “Ser aspirante en el México del medio siglo equivalía, en muchos medios sociales, a ser golfa o, por lo menos, golfa en ciernes.”
No obstante, su tozudes la mantuvo y fue el ámbito en el que conoce a Luis Spota, el hombre que marca su vida y su devenir. El mismo que la impulsa y acompaña en su carrera de actriz a pesar de que Elda sabía que la “presencia, entusiasmo o capacidades histriónicas” no eran características por las que las jóvenes eran escogidas para las obras, ya que “la industria operaba entonces como una hacienda porfirista en la que el productor -por ser el patrón- y sus jefes de reparto se adjudicaban el derecho de pernada” para dar las oportunidades solicitadas.
Para el final de su vida, Elda había planeado una tercera meta: convertirse en escritora de fama.
Rebelde, franca e inteligente
A Elda la forjó la vida. Su rebeldía, el carácter decidido, la franqueza con la que se expresaba, la astucia e inteligencia con la que se movía por la vida, incluida la coquetería, todo ello lo aprendió con creces.
Creció en una familia con un padre “distante, áspero, celoso, que tendía un cerco de vigilancia en torno [a sus hijas] para impedir que cualquier hombre -de la edad que fuera- se nos acercara”.
Ello no la exentó de haber vivido violencia en múltiples ocasiones. A los 15 años no solo tuvo un primer contacto “brutal y doloroso, con un hombre veinte años mayor. Casi una violación», mismo que derivó en un embarazo y aborto, que logró al acudir con un galeno, quien, durante una semana, con engaños, “me usó sexualmente, posponiendo siempre la operación”, hasta que estalló y lo puso en evidencia ante una sala llena de pacientes.
Testiga de la historia, Elda vivió ese México en el que las mujeres no eran personas ni ciudadanas, en el que sus cuerpos eran más valorados que sus mentes y que sus conductas eran más vigiladas y valoradas que sus capacidades. “Si deseaba merecer el respeto de la sociedad, lo más cuerdo era que se mantuviera [la mujer] dentro de los límites del invisible gineceo trazado en la vida pública por los hombres.” Y perteneció a esa selecta generación que vio nacer a las nuevas ciudadanas, mujeres con plenos derechos políticos: 1953.
Adelantada a su tiempo, experimentó y llegó a gozar profundamente la adrenalina de practicar el amor al aire libre junto a Luis, el periodista casado con el que mantuvo una relación hasta su muerte; el mismo que le imponía límites en el ejercicio de su carrera como actriz o como intelectual – bajo el pseudónimo masculino de Óscar Ayala que compartía con Spota-, el mismo que la hizo sentir que vivía reducida “a su sombra, como presencia clandestina”; del mismo que tendría un embarazo extrauterino cuya operación devino en la extirpación de su órgano reproductor.
La escritora
Campeona de tenis, con casi 20 años de actuación, más de 40 películas dirigida por cineastas de éxito como Matilde Landera, Ismael Rodríguez, Julio Bracho o René Cardona; viuda del hombre que llenó su vida, su cuerpo, su alma, a Elda no le quedaba más que cumplir con su tercera meta: ser una escritora famosa.
La muerte de Luis Spota (1925-1985) sumió a Elda en una profundo duelo que exorcizó golpeando las teclas hasta conformar Luis Spota: Las sustancias de la tierra. Una biografía íntima (Grijalbo, 1989) que firma: Elda Peralta.
La Elda de los 90 es ya una mujer madura, de sonrisa suave, ojos profundos, andar silencioso y mirada coqueta. Integrante de la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras-Capítulo México (AMMPE), tiene la oportunidad de converger con periodistas jóvenes, feministas, creativas, literatas y artistas.
Si bien nunca dejó de participar en las reuniones de coordinación de diversas actividades que se organizaban para promover el conocimiento sobre los hechos de la coyuntura política, social y cultural del México de fines de siglo; cuando llegó a la presidencia de esta organización, lo primero que hizo fue incentivar el crecimiento profesional de sus agremiadas.
Así, no solo impulsó cursos y talleres sobre periodismo e investigación, sino que supo acercarse a las escritoras -algunas en ciernes- y formó el Taller de la Torre que dirigía el escritor Guillermo Samperio (1948-2016), del que surgió el libro colectivo Las mujeres de la torre (Océano, 1996), en el que convergen autoras como Beatriz Rivas, Ángeles González Gamio, Tere Ponce de Vega y por supuesto, Elda Peralta -con los cuentos El regalo de boda y El día de muertos-, entre otras escritoras.
En 1997, inquieta como era, al lado de Jacqueline Larralde de Sáenz, Martha Figueroa de Dueñas y Tere Ponce, funda la Editorial Morgana cuyo primer libro sale a la luz el 8 de agosto de ese año Veneno que fascina otro colectivo de mujeres literatas.
Entre la obra literaria de la escritora Peralta están, además de La época de oro sin nostalgia, Luis Spota en el cine mexicano (1988), Nocturno mar sin espuma (Morgana, 1997), Remedios para olvidar (1999), Vuelves… con tu esperar desnudo (2005) y Seis conjuros en un pentagrama (2010), entre otros.
Elda Peralta nació en Hermosillo, Sonora el 28 de julio de 1932 y falleció el 15 de mayo de 2024 en la Ciudad de México.