Ciudad de México.- En el marco de la conmemoración del Día de la Igualdad Salarial, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL) recordó que la pobreza extrema, las jornadas extenuantes, la división sexual del trabajo y la baja percepción remunerada, están bajo los hombros de las mujeres en México; por tanto la brecha salarial se mantiene vigente como un síntoma de las asimetrías del sistema.
Sin importar el grado de estudios, las mujeres ganan menos dinero que los hombres, pero la diferencia se recrudece con mayor grado de estudios:
- Las mujeres profesionales o con posgrado ganan 7 mil pesos; los hombres 11 mil 421 – Brecha salarial: 4 mil 416.7 pesos
- Las mujeres con educación media superior perciben 4 mil 887.4; los hombres 7 mil 964 – Brecha salarial: 3 mil 76 pesos
- Las mujeres con educación básica perciben 3 mil 789; los hombres 6 mil 392 – Brecha salarial: 2 mil 602 pesos
- Las mujeres que no cuentan con estudios -o sólo preescolar- perciben mil 957 pesos; los hombres 3 mil 857 – Brecha Salarial mil 899 pesos (el doble)
Uno de los pensamientos colectivos sobre esta materia, es considerar que las mujeres ganan lo mismo que sus congéneres, pues ya se les puede ver con mayor incidencia en el mercado laboral, y es que, es verdad: El 40% está ocupado por mujeres y su fuerza laboral está concentrada en el sector de comercio y de cuidados, según la última Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE).
A pesar de que las mujeres tengan una mayor participación laboral, el detrimento de sus derechos es una realidad que les atraviesa en todas las esferas; desde las mujeres que se desempeñan como jornaleras, hasta aquellas que cuentan con estudios de maestría. Su percepción salarial continúa siendo menor que la de sus compañeros, algo que el CONEVAL advierte es que no se ha trabajado esta disparidad de forma estructural, es decir, que este resultado es producto de pobres sistemas de cuidado, división sexual del trabajo y subordinación.

Primer obstáculo para un salario bien remunerado: División sexual del trabajo
La división sexual del trabajo es un factor estructural que implica para las mujeres una mayor vulnerabilidad de encontrarse en situación de pobreza, en tanto que restringe oportunidades para su participación en el mercado laboral mejor remunerado y en otros espacios públicos. Aunado a esto, las jornadas de empleo son menores entre las mujeres con respecto a sus congéneres.
Es decir, mientras las mujeres trabajan 36 horas a la semana, los hombres trabajan 45 horas, una diferencia de casi 10 horas. Esto, en esencia, no implica que las mujeres no deseen trabajar, sino más bien, que no existe conciliación entre sus deberes en el hogar y de cuidados con su empleo remunerado.
Pues a pesar de que los hombres trabajen remuneradamente más, las mujeres duplican este trabajo en los quehaceres domésticos. Mientras los hombres dedican 14 horas a este trabajo no remunerado, las mujeres realizan 32 horas, en resumidas cuentas, las mujeres trabajan (remunerada y no remuneradamente) el doble que sus congéneres. Esta disparidad, se agudiza aún más en mujeres que viven en contextos de pobreza.
«La acumulación de limitaciones a causa de los roles de género y de los contextos de pobreza han originado que, respecto de toda la población, las mujeres en situación de pobreza sean quienes dedican más tiempo al trabajo del hogar no remunerado (34 horas semanales) y también quienes participen menos en el empleo. Por tanto, son el único grupo poblacional que destinó en promedio más tiempo al trabajo del hogar no remunerado que al empleo (+4 horas), es decir, el resto de la población destinó más horas al empleo remunerado» (CONEVAL)
Ahora bien, desde la adolescencia se observa la manifestación de la división sexual del trabajo, principalmente en contextos de pobreza donde de 2016 a 2022 el CONEVAL observó que las principales actividades de las mujeres fue el estudio y el trabajo doméstico, estas dos actividades comen hasta un 70% de su tiempo y el otro 30% restante lo dedican a trabajar.
Los roles de género que alimenta a esta división sexual del trabajo ya ha sido advertido por el Instituto Mexicano para la Competitividad, quien refiere que las mujeres en México estudian carreras de ciencias de la salud y educación, mientras que los hombres universitarios se preparan para la tecnología e ingeniería, así, en la búsqueda de empleo las dificultades se recrudecen y los salarios se estancan para las mujeres; las condicionantes patriarcales son el motor principal de este resultado, aunado a la creencia de que es la mujer la idónea para dedicarse a los trabajos dedicados al cuidado.

Mujeres profesionales: Mayor grado de estudio, mayor disparidad
En nuestro país, las mujeres representan la mayoría universitaria (51%) de acuerdo con la Agenda Estadística UNAM 2022, sin embargo, a pesar de que las filas de educación superior superen ligeramente la paridad, el tránsito de las mujeres en este espacio es completamente diferente al de sus congéneres.
Muchas mujeres abandonan sus carreras, deciden maternar o se enfrentan a disyuntivas entre elegir su carrera o dedicarse al cuidado en su hogar a causa de situaciones ajenas a ellas, como la discapacidad adquirida de su familia o el cuidado de sus hermanas y hermanos menores.
Esta discusión la realizó el Colegio de México hace un año, en el Encuentro de Rectoras y Directoras de Instituciones de Educación Superior: Avanzando hacia la Igualdad de Género en México, donde se nombró la urgencia de implementar un sistema de cuidados enfocado a las mujeres universitarias, esto con el objetivo de que se aferren a sus estudios y tengan acceso a mejores oportunidades en el mercado laboral.
Edith Pacheco, especialista en mercado laboral y género participó en este conversatorio señalando que el trabajo de cuidados nunca se detiene para las mujeres; no importa si son niñas o jóvenes universitarias que, aún llegando cansadas de su jornada, deben pensar en preparar comida, cuidar de otras personas y cumplir con sus obligaciones escolares.
La especialista explicó que este pensamiento de cuidados está estrechamente relacionado con la edad de las mujeres; la edad reproductiva que, justamente, empata con las universitarias que, en las aulas, resisten por concluir sus carreras e iniciar su vida laboral.
Pero al no existir forma de sostener estas jornadas, muchas de ellas deciden pausar su educación para dedicarse a su trabajo de cuidados, sin embargo, muchas de ellas no vuelven a incorporarse a su escuela, como resultado, este sector se inserta en el mercado laboral bajo condiciones muy precarias, sin posibilidad de crecer profesionalmente o ejerciendo desde la informalidad a causa de sus carreras inconclusas.

Resultado de esto, advierte el CONEVAL, es que el empleo subordinado sin pago fue hasta el doble de frecuente en las mujeres (8%) respecto de los hombres (4%), en promedio de 2016 a 2022. Esto se presenta principalmente en las mujeres de 65 años o más. De esta forma, de 2016 a 2022, más de un tercio de las adultas mayores en pobreza trabajaron de manera subordinada y sin retribución económica.
Es 2024 y la brecha salarial de las mujeres trabajadoras se sigue recrudeciendo, todo, a pesar de que ocupen espacios universitarios y laborales. Este fenómeno expone que los esfuerzos para cerrar la brecha han sido escuetos, pues no sólo se trata de producir más empleos o accesibilidad a la educación; se trata de consolidar mejores oportunidades, empleos bien pagados, una reestructuración combativa contra la división sexual del trabajo y un sistema de cuidados que blinde a las mujeres para abrirse un camino laboral digno, bien remunerado, seguro y sostenible. Pues en México, la brecha salarial existe y se mantiene de la siguiente forma: