Ciudad de México.- Aunque suele imaginarse como un lugar de libertad, en la pista también se imponen roles de género que rara vez son cuestionados. Por eso, dos veces al mes, Viviana, Ana y Paola imparten clases de salsa solo para mujeres donde el baile se convierte en un acto de resistencia: desmontar estereotipos, habitar el cuerpo con autonomía y moverse sin miedo desde un espacio seguro.
La iniciativa surgió a partir de la experiencia de Viviana, quien a sus 31 años de edad comenzó a tomar clases de salsa en una academia mixta. Ahí noto que los hombres eran quienes guiaban el baile por defecto, sin importar si las mujeres tenían la habilidad o el deseo de liderar. La estructura tradicional del baile relegaba automáticamente a las mujeres en el papel de seguidoras, perpetuando jerarquías basadas en el género más que un consenso.
En busca de un espacio distinto, Viviana compartió su inconformidad con Ana y Paola, a quienes conoció a través de la Barra Feminista, una colectiva que apoya el futbol femenil dentro y fuera de la cancha. Pronto descubrieron que, además de ideales afines, compartían el gusto por la salsa. De esa coincidencia surgió la idea de crear un proyecto propio: crear un espacio donde las mujeres pudieran aprender a bailar en igualdad de condiciones.
Así, su propuesta busca recuperar la autonomía de las mujeres al bailar y desafiar normas no escritas que persisten en los salones tradicionales, como la idea de que ellas deben esperar a ser invitadas a la pista y luego ceder el control del movimiento a su pareja. En este espacio, en cambio, se baila para reapropiarse del cuerpo y moverse con libertad sin miedo.

Los preparativos para la primera clase comenzaron a través de llamadas telefónicas, Por esa vía, Viviana, Ana y Paola definieron la estructura de las sesiones, el método de enseñanza y los pasos que compartirían. Una vez resuelto los aspectos logísticos, lanzaron la primera convocatoria a mediados de junio de 2025 y desde entonces han recibido una respuesta entusiasta por parte de las mujeres interesadas en aprender a bailar salsa en un ambiente distinto.
Las clases se llevan a cabo cada quince días, los domingos por la mañana, a un costado de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Para acceder a las clases, las asistentes deben registrarse a través de un formulario y proporcionar una cooperación voluntaria.
La acción comienza a las 10 en punto, pero ante la creciente demanda, las organizadoras decidieron abrir un segundo horario. Durante dos horas, la dinámica inicia con una rutina de calentamiento, seguida de la enseñanza de pasos básicos que primero se practican de forma individual, hasta que el cuerpo se familiariza con ellos; después, se integran en parejas.
«Lo que hemos escuchado de las morras que vienen a nuestra clase es que les gusta bailar, que se divierten haciéndolo y que quieren aprender más. El que puedan hacerlo en un espacio en donde no va a haber presiones lo hace perfecto, porque no hay presiones por que te salgan las vueltas a la primera. Es un espacio amable y libre de aprendizaje»
Según comentaron en entrevista para Cimacnoticias, notaron que sus clases se transforman en un espacio colectivo para «bailar, saltar y aprender juntas», donde cada mujer se convierte en dueña de su movimiento, cuerpo y conocimiento. Esta apropiación motica a muchas a pararse a bailar en fiestas, invitar a sus amigas, madres u otras mujeres en su vida que también desean moverse. A través de esta experiencia. mujeres que no se conocían entre sí se encuentran para construir una comunidad de morritas salseras.

El baile en la salsa, un territorio dominado por hombres
De acuerdo con el articulo «Heteronormatividad y rareza en comunidades transnacionales heterosexuales de salsa», este estilo musical surgió en un espacio transnacional entre el Caribe y Nueva York. La salsa siempre ha estado desterritorizada, ya que su historia implica diferentes conexiones, lo que dificulta precisar su ubicación original. Aun así, en muchos contextos occidentales, se construyó como una actividad latina, por lo que está marcada por roles de género heteronormativos.
Uno de los aspectos esenciales es la jerarquización de los roles de género en el baile de pareja. En estos espacios el hombre ocupa la posición de líder, mientras que la mujer asume el rol de seguidora. Esta estructura implica que el primero propone los pasos y guía los movimientos y la segunda responde a estas señales. Esta división se enseña y se reproduce como parte integral de la técnica de baile.
Además de los movimientos en la pista, existen otras prácticas sociales que refuerzan las jerarquías. Por ejemplo, la mayoría de las mujeres sueles esperar a ser llamadas. Esta dinámica se extiende al ámbito del espectáculo; en competencias, los jueces suelen evaluar más al líder que al seguidor, lo que posiciona al primero como el centro de atención.
El texto también documenta cómo el cuerpo y la apariencia de las mujeres juegan un rol importante en la práctica de la salsa. En los clubes nocturnos, se espera que las mujeres utilicen vestuarios ajustados, escotes y tacones, y que adopten posturas y movimientos considerados sensuales. Estas normas sobre la feminidad son reforzadas y forman parte de un conjunto de reglas no escritas que regulan el comportamiento de la pista.
Asimismo, la forma en que se valoran distintos estilos de baile y corporalidades, ya que la jerarquización favorece un estilo “correcto” de salsa, asociado a cuerpos estilizados, movimientos largos y una apariencia visualmente atractiva. En contraste, se considera “incorrecto” un estilo vinculado a cuerpos no normativos, pasos de cumbia, rebotes o movimientos que se alejan del estándar técnico y estético dominante. Esta distinción tiende a excluir corporalidades mexicanas, centroamericanas o indígenas.
La salsa en sus vidas más que un género musical
Para Viviana, la salsa es una parte de su identidad como mujer mexicana de bario, ya que creció en medio de fiestas familiares en el patio donde este tipo de música no podía faltar. Desde pequeña ha estado rodeada de salsa y sus recursos están marcados por sus tías bailando felices en las fiestas o su madre poniendo a Margarita la diosa de la cumbia durante los quehaceres del hogar.
Más adelante, en la preparatoria y universidad, recuerda que entre sus amigas y amigos era común bailar salsa, incluso sin saber hacerlo del todo. Por eso, afirmó sentirse cercana tanto a la música como a los movimientos, los cuales hoy comparte y enseña a otras mujeres en sus clases.
Algo similar ocurre en la vida de Paola, quien también creció con la salsa y, con el tiempo, desarrollo un cariño profundo por el baile y la música en general. «Está presente tanto en momentos donde se puede bailar o como cuando vas en el carro o estás haciendo el quehacer. Es parte de mi vida, de mi historia», señaló. En el caso de Ana, lo que más valora es la posibilidad de hacerlo sin seguir los roles de género, algo que también busca transmitir a través del proyecto.
En las clases también procuran trabajar aspectos que van más de la técnica como la conciencia corporal y el respeto durante el baile. Por ejemplo, hay ocasiones en que las maneras de quien lleva pueden resultar incomodas como movimientos bruscos o rápidos, por eso, Viviana, Ana y Paola prevén que en las clases se reflexione sobre estos gestos y que las mujeres sean conscientes de como interactúan con el cuerpo de la otra.
