Forma y fondo

Por Cecilia Lavalle

La forma es fondo, suelen decir. Yo creo que no. En todo caso no siempre. Pero la forma no es poca cosa. Por ello celebro el primer “Grito” de Independencia de nuestra presidenta.

En mi vida he escuchado muchos “gritos” de Independencia. Desde aquellos en los que no se nombraba a ninguna mujer, hasta esos en los que se escogían “las dos de la foto”.

Esa expresión es casi un concepto, acuñado por la dramaturga mexicana Sabina Berman para designar aquellos actos en los que, a efecto de no parecer demasiado sexistas, se invitan o se nombran a dos mujeres, mientras que el resto, que pueden ser docenas, son hombres.  

Así que por años escuché “gritos” en los que, cuando mucho, aparecían las infaltables Josefa Ortíz -siempre nombrada como “de” Domínguez- y Leona Vicario, a menudo nombrada después de su ilustre esposo.

Por años no fuimos nombradas en la historia o, en el mejor de los casos, nuestro casual protagonismo era efímero y se debía a una de tres: o accidentalmente habíamos hecho algo que “por suerte” había salido bien, o éramos salvadas (por un hombre, claro) o, más frecuentemente, porque como sus parejas amorosas los habíamos acompañado sin estorbar demasiado.

En pocas palabras: ingeniosas suertudas, víctimas perpetuas o amantes leales.

La participación de Josefa Ortiz en la Independencia de México, por ejemplo, suele reducirse a la anécdota de dar un par de taconazos para avisar a su vecino que estaba encerrada y que debían alertar a los independentistas de que habían sido descubiertos. Lo que nos dicen, entonces, es que fue una ingeniosa suertuda, y no una gran conspiradora y que sin su alerta oportuna la historia sería otra.

De Leona Vicario se omite todo lo que hizo por darnos patria; pero se habla de que fue la compañera de su marido, ese sí, un héroe. Traducción: la amante fiel.

Con mucho trabajo historiadoras feministas han ido desentrañando el enorme papel que tuvieron las mujeres en la guerra de Independencia.

Y eso quiere decir, por un lado, desenterrar los nombres de mujeres que participaron en el levantamiento como espías, en el frente de batalla, como ideólogas de la nación a la que se aspiraba; y, por otro, redimensionar las tareas tradicionales que en tiempos de guerra son vitales: curar, cocinar, cuidar.

Así que celebro el cambio que dio la presidenta Sheinbaum al colocar en el centro del “Grito” a las mujeres. Mujeres militares que llevaban la bandera y se la entregaron. Mujeres que participaron en la guerra, nombradas con su apellido de solteras. Mujeres colocadas al principio del discurso. Mujeres nombradas como hacedoras, también, de esta nación que hoy se llama México.

Esa nueva forma tiene una gran importancia. Porque todo comunica.

Si, por ejemplo, en los medios de comunicación sólo vemos anuncios en los que las mujeres lavan trastes o trapean, se da por hecho que esas son tareas de mujeres.

Y eso es mentira.

Del mismo modo, si en los libros de ciencias leemos sólo nombres de hombres, se da por hecho que sólo los hombres están dotados de mente científica.

Y eso, también es mentira.

De modo que celebro las nuevas formas.

No, no es fondo. No aún. Sólo es forma. Pero eso no es poca cosa.

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