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Soñé que el río me hablaba

Por Argentina Casanova Mendoza

Tú que puedes, vuélvete… 
me dijo el río llorando. 
Los cerros que tanto quieres 
– me dijo –, 
 allá te están esperando.

Tú que puedes/Atahualpa Yupanqui

Hace 11 años escuchaba esa canción de Atahualpa Yupanqui, una voz triste cantaba los versos del argentino, la conocí en esa versión como herencia de una amiga muy querida, y hace unos días la canción apareció en mi recuerdo, con ella vino una oleada de pensamientos y recuerdos, añoranzas que vivas se agigantan en el corazón, en la piel y en la memoria. La memoria de una que alguna vez fui.

La frase que retumba con más fuerza “los cerros que tanto quieres, allá te están esperando”, me devolvió con mucha fuerza la añoranza de mi tierra, allá en la Península, en el corazón de una ciudad puerto fantasma.

Así me da sentido esa frase que dice que las mujeres tenemos una relación profunda con la tierra, también con los ríos y con el mar, con la sierra, la montaña o esos pequeños cerros que rodeaban mi casa, la casa de mi pasado, de mi infancia. Y así se afianza esa idea con cada día, cada tarde y noche en la que me hago la pregunta que ahora parece estar de moda ¿y a ti quién te espera?

Cuando la gente se aferra a vivir donde nada crece, en medio del desierto, es porque el desierto le habla, le significa.

Cuando la gente quiere volver a ese pedazo de tierra donde crecen yerbajos y las paredes se llenan de salitre, todo lo herrumbra la brisa de ese árido mar es porque ve los caminos y las brechas que solo transitan los ojos de quienes saben andar sobre las olas, en esos caminos de mar.

Y pareciera no tener sentido esa frase “Caminos de mar”, aunque son esas sendas que solo conocen los pescadores que salen día a día y recorren una y otra vez una tierra cubierta de agua, pero de la que ellos se aprenden sus hondonadas y sus brechas, esos hombres y mujeres de mar que empujan el alijo por esos caminos para llegar a aguas más profundas y navegar, hacerse al mar.

Son palabras y caminos que solo existen para quienes han vivido junto al mar, del mar, que crecieron oyendo historias de hombres que se los tragaba el mar, de madres que lloraban a sus hijos entregados en ofrenda a ese horizonte azul que lo daba todo y al mismo tiempo lo quitaba también.

Algunas mujeres saben a mar, y otras a río dicen por ahí, pero lo cierto es que, con los años, al cumplir cincuenta años una mujer puede volver hacia atrás y darse cuenta de que no solo menstruamos con la luna y la marea, que nuestros cuerpos de mujeres también saben a agua salada y que en cada gota de sangre se guarda la memoria de una vida junto al mar.

Somos recuerdo y anhelo de volver a vivir en la tierra que nos vio crecer, que al final de cuentas eso es lo que define la relación de nuestras madres, nuestras abuelas, con la selva, con la montaña, con el mar, que no es casual que migramos buscando futuro, pero en ese andar perdemos el pasado hasta sentir que nos perdemos a nosotras mismas.

Hoy vuelvo a escribir para encontrarme, vuelvo a recordar ese viejo amor que me recuerda que las letras las tenemos y las debemos, que si no escribimos nos borramos a nosotras mismas para que alguien más llene los blancos.

Hoy vuelvo a navegar, desde estos caminos de mar, para empezar otra historia ahora que soy una mujer de 50.

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