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482 mil hogares tamaulipecos, encabezados por mujeres

Por Benny Cruz Zapata

Ellas no la tienen fácil, son las primeras que se levantan y las últimas que se acuestan; son el soporte financiero y emocional de su hogar; de hijas e hijos, maridos y hasta nietos. Cargan sobre sus hombros un peso que en ocasiones ya no aguantan:

«Pero qué le vamos a hacer, si mi marido esta desempleado y por más que le busca no encuentra nada para llevar a la casa; ni modo que deje que mis hijos se mueran de hambre. Por eso ya llevó el año trabajando en la maquiladora; no me pagan mucho, pero cuando menos la comida no nos falta», externa Mariana Zúñiga López, quien afirma no tener vergüenza de ser quien mantenga su casa y a los de su casa, incluyendo a su marido:

«No siempre fue así; por muchos años mi esposo fue el único proveedor de la familia, pero ahorita la situación de la construcción esta bien fregada y él, como albañil, no encuentra trabajo fijo».

No se necesita ser estadista para comprobar que el esquema de muchas familias ha cambiado en lo que a las jefaturas familiares se refiere; las muestras son diversas.

A Ramiro no le causa mayor pena ser quien atiende a sus hijos, prepara la comida y hace los quehaceres de la casa. Sabe que no es por gusto: la necesidad de tener un ingreso seguro para sobrevivir la familia entera llevó a su esposa a convertirse en la única proveedora del sustento familiar.

«Mi enfermedad me tiene postrado en cama desde hace seis meses; a duras penas me levanto para hacer la comida y medio recoger la casa para cuando llegan los niños y mi mujer, quien trabaja de sirvienta y llega bien cansada para todavía hacerse cargo de la casa. Por eso yo hago un esfuerzo para hacer los quehaceres y atender a mis tres hijos. No me da vergüenza, porque es por necesidad».

Ana, la esposa de Ramiro, de 36 años de edad; es una de las 482 mil personas tamaulipecas que pertenecen a hogares con jefatura femenina; esto, en términos relativos, significa el 17.7 por ciento de la población estatal.

Lo anterior tiene su contraparte: en cuatro de cada cinco hogares tamaulipecos, la jefatura es asumida por un hombre. A estos hogares pertenecen cerca de dos millones 238 mil personas, de acuerdo con cifras proporcionadas por el Instituto Nacional de Estadística,
Geografía e Informática (INEGI)

Adán es un hombre de 46 años. Desde que se acuerda ha trabajado como albañil, sin embargo, desde hace ocho meses no ha logrado un contrato permanente que le permita costear con seguridad los gastos que su familia tiene; por eso, desde esa misma fecha, doña Fela, su esposa, se vio orillada a emplearse en un taller de costura, donde también le dan Seguro Social como parte de sus prestaciones.

«Mi sueldo es lo que nos ha salvado todo este tiempo del hambre, aunque una de mis hijas se tuvo que salir de la secundaria para trabajar de dependienta y ayudarme a sostener la casa; por más que mi marido ha buscado, no ha logrado encontrar trabajo estable: cuando mucho hace un piso o pega block a los vecinos y conocidos, pero no tiene un ingreso seguro que nos permita vivir como antes; por eso tuve que meterme a trabajar y no me pesa, ser yo, junto con mi hija, quien lleve los gastos de la casa»

LAS JEFAS DE FAMILIA

Si 482 mil tamaulipecos viven en hogares encabezados por una mujer, bien vale la pena adentrarse en esta realidad y en el papel de las mujeres como jefas de familia. Independientemente del recuento inicial de testimonios, vemos que la integración de las mujeres en campo laboral es afortunada para aquellas que pueden desempeñarse en el área que les agrada.

En contraparte, hay un núcleo mayoritario en que las jefas de familia tienen una condición laboral que se ve limitada por el tiempo, pues tienen que dividir su actividad como mujeres, como madres, como esposas y, en algunos casos, como enfermeras familiares. El poco tiempo que les resta lo dedican al área laboral.En muchas ocasiones, estas jefas de familia se vuelven las proveedoras de bienes, supliendo una función que tradicionalmente había sido de los hombres.

Si nos vamos a los datos oficiales disponibles, se calcula que en el país hay entre seis y siete millones de jefas de familia. Este es un problema que algunas estudiosas califican como «grave» por las características que tienen las familias comandadas por mujeres; una de ellas es la pobreza.

Los hogares comandados por mujeres son de tres tipos: cuando la mujer vive sola; cuando vive sola con hijas e hijos, y cuando tiene una pareja que carece de ingresos sea por desempleo, alcoholismo o drogadicción.

CUANDO EL ANIMO NO ALCANZA

Por más que Elisa quiera enfrentar su situación actual con ánimo, su realidad no la deja ni pensar en otra forma de vida; madre de cuatro hijos, esta sufriendo las consecuencias del desempleo y la enfermedad de su marido. A su hijo de cinco años lo acaban de operar de apendicitis y sus otros tres hijos ya sufren los estragos de no tener ni para lo indispensable.

«Por trecientos pesos a la semana trabajo tres días en una casa; con eso muy apenas me alcanza para las tortillas, el transporte, frijoles y sopa. Ahora que mi niño se me enfermó, le doy gracias a Dios que las autoridades de la Secretaría de Salud se apiadaron de mí y me ayudaron con la cuenta, de lo contrario, no se qué hubiera hecho, pues mi esposo no puede trabajar y lo que yo gano muy apenas alcanza para sobrevivir.

Entrevistada en los pasillos del hospital, la mujer es un retrato fiel del creciente incremento de mujeres que se suman al sostén de su familia: no sabe ni leer, pero la necesidad le puso las palabras para conseguir trabajo al saber que de ello dependía que su marido y su hijo tuvieran algo de comer.

«No me quejo de ser la única que trabaja en la casa, pues Andrés siempre nos ha mantenido, así que justo que ahora que la enfermedad lo ha tumbado yo trabajo para salir adelante»

TODAVIA NO ME ACOSTUMBRO A LLEVAR SOLA EL PESO DE LA CASA

Josefína no se queja: le va bien en el trabajo, tiene una familia que la admira y dos hijos varones a los que no les pesa ayudarle a barrer, trapear o a hacer la comida; sin embargo, ello no evita que en más de una ocasión haya pensado en dejar a su marido.

«La verdad que yo siempre soñé tener un esposo en quien respaldarme, quien me diera dinero y me quitara las mortificaciones de la casa, pero no ha sido así, yo siempre he ganado más que él y, por más que quiero justificarme con eso de la liberación femenina, no estoy contenta: me canso de ser quien paga el agua, la luz, el teléfono, la renta y comprarle hasta su ropa. Con lo que el gana, muy apenas acompleta para el mandado; estoy cansada y desde hace tiempo el divorcio ya no se me hace tan peor».

Y agrega: «Yo no tengo la culpa, a mí mi mamá me enseñó que los hombres son los fuertes de la casa, que no tiene nada de malo que nos mantengan de todo a todo; por eso me duele que en mi caso sea al revés…»

06/BC/YT

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