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7 de enero: Fecha emblemática

Por Sara Lovera López*

Carmelina López Santíz, Paulina Domínguez Gómez y Petrona López Santíz quedaron viudas el 7 de enero de 1994. Sus compañeros de vida los tzeltales Severiano Santíz Gómez; Hermelindo Santíz Gómez y Sebastián Santíz López, fueron torturados y asesinados por una partida del ejército que en esos días, como ahora lo escuchamos todo el tiempo, fueron a Chiapas a poner «orden».

Este domingo se les recordó en Morelia, como «semillas que cayeron para dar fruto en abundancia» y ahí, 13 años después, «un murmullo de plegarias tzeltales recorrían las montañas» del sureste mexicano.

Muy cerca, las mojas de Altamirano, en silencio, dentro de las instalaciones del emblemático Hospital San Carlos, también rezaron.

La sangre que se extendió por Chiapas, que sigue corriendo en la Selva y que seguramente correrá estos días en la frontera con Guatemala, militarizada, no se olvida.

En el ejido, fuente de agua, de experiencias, donde las mujeres lograron un día asistir en igualdad a las asambleas, los ojos y los sentidos de mi amigo Roger registraron con tristeza el panorama : «el mismo circulo de pobreza, con atenuantes, una escuela nueva y una clínica pero que ya cayeron en desuso y ahora son sólo de comunidad… están las ruinas de la telesecundaria, la basura en las calles, junto a la cancha de dolor y de baile, con aquella marimba que trajeron los compás de la Sinfónica…, el Ejido y sus gentes recordaron.

«Veo a Morelia que no es sólo una comunidad en resistencia, sino una comunidad en conflicto, que nunca se acaba. Seguramente las y los niños la están pasando mal y los jóvenes que miran a Cancún o Villahermosa para seguir comprando gadgets…»

No queda ahí más que el rumor detenido de otros tiempos, un lugar que dio alojamiento, cobertura, cariño y atención a las tres indias tzeltales que fueron mancilladas y violadas por una partida militar en junio de 94, retén militar que estuvo años en el camino a Altamirano.

Morelia un centro de lucha, convivencia y quehaceres colectivos donde ya no está la cocina colectiva que un día guisó kilos y kilos de frijol y miles de tortillas, ni el sillón de dentista, que ha quedado detenido por el tiempo y la guerra.

Esas son las historias de enero 7 emblemático. La misma fecha en que se recuerda a Lucrecia Toríz defendiéndose de otros soldados, en 1907, que fueron a poner orden en la huelga de la textilera de Río Blanco en Orizaba, Veracruz, que hoy es una cita cívica en el calendario, antecedente de la Revolución Mexicana.

Los tres tzeltales que dejaron viudas a Carmelina, Paulina y Petrona, cuyos cuerpos fueron hallados en enterramientos clandestinos, que hicieron los soldados, también dejaron una huella para no olvidar el significado de una violencia que se destruye yendo adelante, caminando, por la misma anchura de los sueños.

De esas mujeres, muchas van adelante, ellas, las mujeres de las bases sociales del zapatismo dijeron su palabra de libertad y siguen en el camino, haciendo eco para todas.

Hay situaciones inolvidables, como ésta, porque aquel 7 de enero muchos hombres del pueblo fueron apresados, llevados en vehículos a las cárceles pueblerinas, tan frías y húmedas como las que ahora se atestan de dirigentes sociales y de mujeres que pasaban por la calles cuando llegó el montaje policiaco a Oaxaca, a Atenco, a Lázaro Cárdenas, o que están paradas en una esquina por casualidad hoy, hoy mismo, en Tijuana o en Michoacán o en Sinaloa.

Hace dos años todavía Altamirano era «una ciudad sitiada, por el ejército mexicano (EM). Los poderes civiles desaparecidos. Arnulfo, el presidente municipal, obedece a los militares, alienta a los delatores, promueve las marchas contra el hospital, manipula a los desplazados para que se manifiesten a favor del EM a cambio de despensas, persigue a los del Ejido Morelia, y por las noches se va a dormir a Ocosingo

El EZLN, en esas comunidades, en 1994 prohibió el trago, y quería crear sociedades y comunidades distintas. Este domingo los ojos que recorrieron el recuerdo, vieron a sus habitantes tomados, en juerga, como sucede cuando se arranca la esperanza, con la sistemática intervención de quienes van a poner «orden y seguridad», y se han olvidado los requisitos, el buen trato a los fuereños, la amabilidad y la enorme sonrisa con la que recibían a diáconos, promotores de derechos humanos, periodistas y curiosas.

Ahí las mujeres, siguen cuchicheando, van a la asamblea, son las que supieron de la tortura mañanera de aquel 7 de enero sobre la cancha de futbol, lo que hizo de esa cancha también pista de bailes, que se iluminó algunas noches para festejar la autonomía, la organización y esa posibilidad humana, que anima, da sentido y proyecta vitalidad. Esa posibilidad humana que se llama libertad.

* Periodista y feminista mexicana, directora fundadora de Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), con más de 30 años de experiencia como reportera en los periódicos El Día, unomásuno y La Jornada, nominada en 2005 en Mil mujeres por el Nobel de la Paz.

07/SL/CV

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