La lucha de las mujeres para conseguir su derecho al voto se remontan a 1789, cuando la francesa Olympe Gouges exigió públicamente la eliminación de esta forma de discriminación.
A la par, desde las tribunas de los oradores, en los titulares de los periódicos y desde las tribunas, se les exigía que hicieran honor a su verdadera naturaleza: la maternidad, argumentando que ellas no tenían la lógica y la fuerza suficientes para asumir la gran responsabilidad del sufragio.
Resulta paradójico pero estas palabras estaban dirigidas a mujeres que soportaban 12 horas diarias de trabajo en condiciones precarias y, además, llevaban a cabo una doble jornada en el hogar.
En América, el movimiento en favor del voto femenino comienza en 1848 durante la Convención de los Derechos de la Mujer, efectuado en Séneca Falls, New York. Disgustados por haber excluido del voto a las mujeres en la décima quinta Enmienda Constitucional de 1870 (en la que se amplía el voto a los negros varones), varios organismos e instituciones continuaron presionando en diversos estados para que se les otorgara este derecho a las mujeres.
No fue sino hasta 1953 cuando se consagró en México el voto femenino; es decir, 25 años después de que las mujeres inglesas mayores de 21 años habían obtenido el derecho al voto y a ser votadas.
De esta forma, el 17 de octubre de 1953, a iniciativa del entonces presidente de México, Adolfo Ruiz Cortines, se reforman los artículos 34 y 35 de la Constitución a fin de otorgarles a las mexicanas derechos civiles y políticos: votar, ser votadas en todos los puestos de elección popular y asociarse políticamente.
El sufragio femenino, desde entonces, es un derecho que pueden y deben ejercer las mujeres mexicanas ya que está plenamente reconocido por nuestra Carta Magna.
Casi cincuenta años después hoy se hacen realidad muchas demandas femeninas: las mujeres tenemos el derecho al voto desde los 18 años de edad y también gozamos de una mayor igualdad en los ámbitos profesional, educativo, social y sexual.
No obstante, la participación política de la mujer en los puestos públicos y de dirección es todavía una realidad débil, por lo que podemos decir que aún tenemos motivos para continuar luchando por una sociedad donde no tengan cabida las discriminaciones determinadas por la naturaleza sexual.
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