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A mí no me regañen

Por Cecilia Lavalle*

Hace unos días me llegó un mensaje anónimo por Internet que regaña a padres y madres de familia porque abdicamos, dice el texto, de nuestra labor y ahora culpamos al gobierno de los males sociales que enfrentan nuestras hijas e hijos.

Señala, cito de memoria, que los dejamos ir a fiestas o antros hasta la madrugada y nos dormimos tranquilamente sin saber bien a bien a qué horas llegaron y en qué condiciones. Nos acusa de no saber quién va a buscar a nuestras hijas a casa ni averiguar quién las regresará. Apunta que las normas de conducta en general se han relajado y que, en fin, lo que ha faltado es mano dura porque educar es la tarea que nos toca hacer como padres y madres.

No coincido.

Ciertamente padres y madres tenemos la tarea de educar a nuestras hijas e hijos. Pero no somos las únicas personas o instancias que lo hacemos. Interviene la escuela, la calle, las amistades, las religiones, los medios de comunicación, el gobierno. Y todos esos actores educan con sus acciones u omisiones.

En el escenario social que dejan esas acciones u omisiones se mueven nuestros hijos e hijas cuando empiezan a conquistar independencia, cuando salen al mundo sin estar de la mano de su mamá o de su papá. Y ahí las certezas y la buena educación que muchos padres y madres inculcamos en casa se pueden ir por el caño.

Porque lo que la juventud encuentra en la calle es la ley del más fuerte; encuentra que los límites son fácilmente sobrepasados, que quien infringe las reglas no paga las consecuencias, que la ley de la selva está por encima de cualquier otra, que la corrupción y la impunidad son la norma, que, en resumen, lo que se le inculcó en casa poco o nada tiene que ver con las reglas del mundo que se vive afuera.

En muchas ciudades, por ejemplo, se permite la entrada a menores de edad a las discos o antros. Se les vende licor y cigarros sin ninguna restricción. Se vende droga. Los horarios de cierre sobrepasan lo permitido por la ley.

Basta preguntarnos, ¿por qué nuestros destinos turísticos se han convertido en el paraíso de la juventud norteamericana en las vacaciones de primavera? Porque aquí pueden hacer lo que en su país está prohibido ¡Y a menudo también está prohibido aquí! La diferencia es que aquí todo se puede.

Y a eso hay que sumarle la inseguridad pública y un combate al crimen organizado cuya «estrategia» no evita las balaceras frente a una escuela, dentro de una universidad o en medio de la calle.

Así que me niego a que me imputen toda la responsabilidad por la seguridad de mi hija o de mi hijo.

Muchísimos padres y madres de familia hacemos bien nuestro trabajo. Pero el gobierno no. Y eso ha complicado enormemente nuestra labor.

Porque no basta enseñarles a respetar las reglas, si lo primero que aprenden al salir de casa es que el gobierno no las respeta.

No basta enseñarles que si incumplen la norma tendrán que asumir las consecuencias, si en nuestra sociedad rara vez se pagan las consecuencias de una ilegalidad.

No basta fijar límites claros, si en la vida social los límites son tan maleables como un alambre de ortodoncia.

No basta que de un lado se haga la tarea si del otro lado, del que le corresponde a las autoridades, no sólo no se hace la tarea, sino que a menudo juegan en nuestra contra.

Así que no me vengan con regaños. Muchos padres y muchas madres hemos hecho nuestra parte y todos los días esperamos que el desastre social que han dejado años de mal gobierno no eche a perder nuestra labor.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Periodista y feminista en Quintana Roo, México, integrante de la Red Internacional de periodistas con visión de género.

10/CL/LR/LGL

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