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Activista africana logra que las mujeres se apoderen de la tierra

Por Gloria López
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Para Aua Keita –originaria de Guinea Bissau (oeste de África)–, la labor fundamental está en lograr un cambio de mentalidades: de las mujeres, de los hombres, de las autoridades.
 
Para ello, la pedagogía del ejemplo y el conocimiento son irremplazables. Y es que trabajar el género y la igualdad es un proceso.
 
La mujer de 42 años estuvo en España hace unos días para hablar de lo que significa ser feminista en África, en unos encuentros organizados por el grupo civil Alianza por la Solidaridad.
 
Para ilustrar su enfoque explica que en Guinea Bissau sí existe una ley que prohíbe la mutilación genital femenina, pero, según asegura, muchas mujeres la siguen practicando a sus hijas a escondidas.
 
Para cambiar la situación se necesita llegar al “sustrato” mediante una comunicación permanente con las mujeres y a través de la dotación de “educación, salud, medios y empoderamiento”.
 
“Las mujeres no tienen derecho a la propiedad, no pueden ser herederas y, por lo tanto, no pueden ser independientes”, explica Keita.
 
Ella, con un padre y una madre que participaron en la lucha de liberación nacional de Guinea en 1963, ganó una beca del gobierno de Cuba para hijas e hijos de excombatientes. Residió durante cinco años en la isla y se tituló en Ingeniería Agrícola.
 
“Regresé con todos mis conocimientos a Guinea para ayudar a las mujeres que cultivan el arroz, que son muchas más que los hombres y trabajan todo el día”, comparte.
 
Como responsable de género en la asociación Aprodel, Keita ha logrado que algunos grupos de mujeres de la región de Bafata se conviertan en las propietarias de las tierras, a modo de cooperativa. Su próximo objetivo es conseguir que las mujeres sean propietarias en solitario.
 
“El enfoque de género es transversal en todo el proyecto que desarrollamos, que está dividido en tres componentes: ordenamiento del territorio, seguridad alimentaria y energías y medio ambiente.
 
“La perspectiva de género está ahí para vigilar la participación de las mujeres, para que estén presentes en todas las estructuras. Sobre todo para una justa legalización de los terrenos, ya que las mujeres son las que más trabajan pero no tienen derecho a la propiedad”.
 
EMPODERAMIENTO Y PARTICIPACIÓN
 
La feminista destaca la importancia de “pequeños gestos y recursos” que contribuyen a cambiar una situación en la que las mujeres siguen cargando con todo el trabajo y no tienen derecho a la educación, por ejemplo.
 
Dotar de herramientas agrícolas como el moledor automático o de cocinas de gas en las casas –que evita que haya que caminar horas para cargar leña– da tiempo a las mujeres para ir a la escuela, o para descansar o para conversar. Esto es fundamental. De este modo “se sienten empoderadas” y acceden a la información, al conocimiento de sus derechos y a la participación.
 
“Las mujeres muchas veces, al no estar informadas no participan. Pero con información, con conocimiento de sus derechos, hablan, exponen sus problemas, se implican en la elaboración de soluciones”. Y algo muy importante: aprenden que no necesitan a un hombre para sobrevivir.
 
En muchas ocasiones, comprender la carga de significado que tiene ser feminista en África, y especialmente en zonas rurales, se hace difícil desde una mirada occidental.
 
El riesgo de rebelarse contra tradiciones culturales y trazar el camino de la igualdad es enorme. Aua Keita explica que estas tradiciones siguen “mandando” y que existen muchas leyes, muchas políticas, pero falta la aplicación.
 
Por ello, la organización que lidera trabaja también con hombres que muestran sensibilidad con los temas del género, para que sean ellos quienes hablen y sean ejemplo para otros hombres más conservadores.
 
Invitan a los médicos para que expliquen a las propias mujeres las consecuencias de la mutilación genital femenina. Y difunden todo lo que pueda ser un ejemplo en la lucha: por ejemplo, que el gobierno cerró una clínica en la que se practicaba la ablación. Son modos de afrontar ese “cambio de mentalidades”.
 
“Hay migrantes que llaman y piden que se deje a las mujeres participar en la vida comunitaria, porque saben que eso es bueno. Saben que las mujeres llevan los beneficios de la tierra a la casa, mientras que los hombres se quedan con el dinero de la venta del grano, para ellos y para ir a buscar otras mujeres”, explica Aua Keita.
 
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