Tengo el corazón triste. Triste y descobijado. Mi querida amiga Tere murió y me dejó el corazón descobijado.
María Teresa Gamboa Gamboa fue una mujer excepcional. Lo fue para un tiempo en el que las mujeres ya podían hablar, pero en voz baja; ya podían expresar sus opiniones, pero no en el micrófono; ya podían vestir sin corsé, pero no faldas arriba de la rodilla; ya podían ejercer ciertas libertades, pero siempre podían ser tachadas de libertinas.
Y ella habló en voz alta, reía a carcajadas, expresaba sus opiniones en voz muy alta, vestía como mejor le viniera en gana y fue libre.
Dejó un legado extraordinario en el estado de la República que le abrió las puertas en momentos difíciles de su vida. Creó el Archivo General del Estado de la nada. Peor aún, lo creó a partir de un montón de papeles empacados en cajas de huevo, que medio mundo consideraba inservibles, rescató documentos de los basureros y le dio forma a lo que hoy es la memoria histórica de Quintana Roo con más tesón, empeño y empecinamiento que apoyos y recursos.
Por eso era considerada la guardiana de la memoria histórica de Quintana Roo. ¡Y vaya guardiana!
Por su labor recibió distinciones nacionales y estatales. Fue una funcionaria pública intachable. Era respetada y querida. No obstante, hoy simplemente quiero honrar a la amiga, al ser humano que me abrió su corazón y me distinguió con el privilegio de su amistad.
Tere fue una de las personas que me regaló el interés por la historia de Quintana Roo; el entusiasmo ante un papel que, como ella decía, en tiempo pasado nos hablaba en presente; la magia de una fotografía en la que se podía leer toda una historia. A Tere le brillaban sus bellos ojos cada vez que miraba un documento con olor a viejo.
También me regaló Bacalar. No sólo su historia llena de sacrificios y heroísmos, sino su laguna. El mejor lugar del mundo, decía, si de reconciliarse con la vida se trataba, el mejor sitio para estar en paz y recargar pilas. Nunca más podré volver a mirar esa hermosa laguna sin pensar en Tere.
En momentos difíciles para mí, siempre vino con una enorme sonrisa, oídos atentos y una botella de vino. Fuimos amigas, aliadas y cómplices en más de una batalla por un mundo mejor para otras mujeres.
Tenía la sabiduría que brindan los años y una vida que, a menudo, le puso obstáculos y retos que enfrentar. Y también tenía un corazón alegre con el que reía a carcajadas.
Fue precisamente su corazón el que le jugó una mala broma. De manera inesperada le comenzó un dolor que distintos médicos en la clínica Carranza de Chetumal no supieron diagnosticar como un infarto en proceso. Es estrés, dijeron; no tiene nada, opinaron.
Y así nos dejó de prisa, sin espacio para despedidas y con un estupor que se asemeja a un palmo de narices o a un baño de agua helada en pleno verano.
Yo no estaba preparada para despedirla. Ni yo ni sus amigas más queridas ni su familia. Y creo que ella tampoco estaba preparada para irse. Vivía una etapa feliz, con su pequeño nieto y su recién nacida nieta de quienes hablaba con profundo amor; hablaba de su hijo Enrique y su hija Ana con enorme orgullo.
Disfrutaba su casa, su cocina recién remodelada y la televisión que sus hijos le regalaron en diciembre; hacía planes para su retiro laboral y para lo que haría con su tiempo en los siguientes diez años, tiempo que, suponía, le quedaría de vida en pleno uso de sus facultades.
Hace escasos 15 días festejamos juntas, con las amigas más cercanas, nuestros respectivos cumpleaños: el número 69 ella, el número 50 yo. E hicimos planes para festejar en grande su cumpleaños número 70. Ya no será.
A mi edad una comienza a prepararse para despedir a un padre o a una madre, nunca a una amiga. Pero mi estupor apenas alcanza para llorarla a mares y abrazarme con las otras amigas que, como yo, sienten el corazón descobijado sin la risa de Tere.
La vimos un día antes de morir. Nos quedamos a deber una copa de vino para que nos contara los pormenores del último acto público al que asistió y en el que ella fue la oradora principal.
Sólo espero que en donde esté, tomé nota de todo para que, cuando podamos reencontrarnos, nos cuente con lujo de detalles todos sus descubrimientos.
Hasta entonces la extrañaremos. Mientras, seguiremos con el corazón descobijado.
*Periodista y feminista en Quintana Roo, México; integrante de la Red Internacional de periodistas con visión de género.
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