Inicio Aunque se trate de nuevo edificio, de todos modos es «cárcel»

Aunque se trate de nuevo edificio, de todos modos es «cárcel»

Por Soledad Jarquín Edgar

Una empresaria, una chava banda y varias mujeres indígenas tienen en común un solo deseo: obtener su libertad. En el sombrío anexo de mujeres del penal de Santa María Ixcotel, ya se conoce la noticia, el centro de readaptación social femenil ha sido inaugurado por el gobernador José Murat.

Ubicado en terrenos de Tanivet, Tlacolula, a 30 minutos de esta capital, el reclusorio de 74.81 millones de pesos, que se concluyó el año pasado y que por falta de presupuesto no estaba funcionando, no alberga en realidad ninguna esperanza para las mujeres reclusas que dejarán en breve el anexo del Penal de Ixcotel, un sitio improvisado que operó como tal durante los últimos 36 años.

La soledad de un reclusorio se pierde entre el ruidoso mundo en el que viven, pero nadie deja de estar solo. Ahí, junto a la cocina de Ixcotel, las mujeres se han enterado que finalmente el reclusorio femenil ha sido inaugurado y que en breve podrían ser trasladadas.

Pero la noticia ni alienta ni entusiasma: «pues la jaula aunque fuera de oro, no deja de ser jaula», afirma Susana, de 30 años, quien espera una sentencia por un supuesto fraude que asegura, no cometió.

Celular en mano, falda hasta la media pierna, pelo pintado y corte moderno la hacen diferente al resto de las mujeres que habitan el penal de Santa María Ixcotel, pero como el resto de las internas su mirada denota angustia. En la cárcel cada segundo, cada minuto que pasa son importantes. Estar aquí es un sube y baja en tu vida. Te asfixias. Te deprimes, lloras, te impacientas…

Como madre soltera de una niña de ocho años, desde muy joven se vio obligada a ver la forma de encontrar una solución a sus problemas financieros, creó su propia empresa, que la llevó a trabajar a veces de manera excesiva y a dejar en el camino el sueño de ser psicóloga.

Alguna vez era tanto mi cansancio que pensaba «cuando, cuando voy a tener un espacio para mi, un tiempo para mi…» – se ríe sarcástica de si misma-. Pedía un espacio para mi pero no aquí, pero curiosamente en la cárcel encontré ese espacio, entonces aprendí que debemos tener mucho cuidado con lo que pedimos.

Sus ojos denotan desesperación, Susana (un nombre irreal a solicitud de la entrevistada) ve en esta «mala experiencia» un reto personal, una prueba que alguien le impuso. El nuevo reclusorio no tiene ningún sentido, «aquí o allá, estamos presas».

Leslie tiene 20 años. Es originaria de la ciudad de México. Ella está detenida porque se habría robado las bocinas de un vehículo. En este espacio carcelario, sola, libra otra de sus más difíciles batallas, hace poco tiempo dejó las drogas y ahora necesita fumar para no volver a repetir su triste historia.

A los 15 años, dice, dejó el hogar por violencia intrafamiliar. Por alguna razón de la vida llegó desde entonces a Oaxaca, se juntó con Toño, el mismo con el que vivía hasta hace poco y con el que tiene una niña de cuatro años. «A ella no la he visto, no quiero que la traigan, las revisiones son muy feas y la pueden hasta manosear.

Los ojos de Leslie reflejan tristeza y a ratos desesperación. Sus dedos están totalmente llenos de pinchazos porque como el resto de las reclusas también se interesó por el bordado y como apenas está aprendiendo tiene más de 10 heridas, todas hechas en el transcurso de la mañana.

Prende un cigarro, aspira y exhala a prisa. Sus 20 años son una loza pesada cuando rápidamente mira hacia atrás. La vida en familia no era agradable. Hace un mes llamó a su padre, dijo que la ayudaría, que vendría pronto. De su madre no sabe nada, ni siquiera tiene idea de dónde está, a pesar de todo piensa «ya no hay mayor abandono en su vida…»

Si me cambian de reclusorio, tal vez estaríamos mejor que aquí, eso dicen, -afirma con desdén, para luego agregar- «eso de nada sirve». «Dicen que está más lejos, a lo mejor Toño ya ni me visita. Las señoras –agrega refiriéndose a otras compañeras de reclusión- piensan que allá será más difícil que nos visiten. Lo que yo quisiera en realidad es salir de aquí».

Angelina, Anacleta y Francisca, están detenidas por haber cometido delitos contra la salud, en su modalidad de tráfico. Las tres eran analfabetas hasta hace poco tiempo, las tres eran monolingües, en Ixcotel aprendieron el castellano. Las tres se encuentran solas, muy solas. Y las tres, como muchas otras mujeres como ellas, saben que su sentencia es por 10 años.

¿Del nuevo penal? Nos han dicho que nos van a llevar a otro penal. Bueno dijeron que en mayo, ya estamos en octubre, tal vez ahora sí. ¿Pero quien quiere un nuevo penal? ¿Pa´qué nos sirve? Lo que queremos es nuestra libertad… explican las tres pequeñas mujeres de piel morena, pocas palabras y mucho trabajo en sus hábiles manos de artesanas.

Una teje una bolsa, la otra borda un huipil, la otra hace flores en lo que será la manga de una blusa, se detienen sólo un instante para mirar la realidad, una realidad en la que siguen coincidiendo.

Primero viene el marido, luego ya no viene. Ni un año ha pasado y ya no viene. Luego, te deja poco a poco la familia, pero ellos no es porque no quieran saber de uno, es por falta de dinero. Allá, en el nuevo penal, quien nos va a visitar, si está más lejos.

LAS CHICHIS DE LAS HORMIGAS

Fue el gobernador José Murat Casab el encargado de inaugurar la que calificó como una «magnifica obra» y con la que se da cumplimento a un señalamiento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que solicitó la existencia de un penal para mujeres en Oaxaca.

Luego afirmó: «pensaba que iba a ser de una gran alegría para todas las mujeres venir (al reclusorio) a las que tienen este problema, pero ahora sucede que hay como unas 25 que no quieren, porque tienen sus compañeros en los otros reclusorios. Quiero aclararlo porque luego alguna gente de los medios, que andan buscándole nada más cómo encontrarle chiches a las hormigas, aprovecha para darlo a conocer».

Posteriormente, el titular de la Dirección de Prevención y Readaptación Social (Dipreso), Juventino Sánchez Gaytán, informó que en la penitenciaría de Santa María Ixcotel las mujeres contaban con un espacio vital de unos 10 metros cuadrados, en Tlacolula tendrán hasta 100 metros cuadrados para cada una, además de áreas especiales para atender a sus hijos, biblioteca, cuneros, juegos infantiles, patio y áreas de esparcimiento.

Tiene espacio para 273 internas y una capacidad de crecer hasta en 597 espacios; está dividido en área de sentenciadas, procesadas y servicios generales. Las dos primeras cuentan con sus respectivos dormitorios –15 de ellos para madres con hijos–, sanitarios, comedor, cocina, 18 espacios de visita conyugal, cuatro aulas y talleres, entre otros.

En las demás se ubican los servicios médicos, tortillería, panadería, dormitorio de custodios, centro de observación y oficinas administrativas, entre otros.

2004/SJ/LR/SM

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