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Caso Elvira Arellano, políticamente explotable

Por Redaccion

El 19 de agosto, al salir de una iglesia en el centro de Los Ángeles, una mujer de 32 años y su hijo de ocho fueron interceptados por varios vehículos no identificados como oficiales.

De los automóviles descendieron una quincena de agentes migratorios armados, que detuvieron y esposaron a la mujer como si fuera una criminal mientras el niño entraba en pánico, relata Carlos Fazio, en el Especial de Prensa Latina Mujeres del Tercer Milenio.

Pocas horas después, Elvira Arellano, una mexicana nacida en Maravatío, Michoacán, fue deportada a México por la garita de San Ysidro-Tijuana, con la prohibición de regresar a Estados Unidos en los próximos 20 años. Su hijo Saúl, nacido en Oregon, California, es ciudadano estadounidense y quedó al cuidado de tutores.

Según Jim Haynes, director del Servicio de Inmigración y Aduanas de Estados Unidos (ICE, por sus siglas en inglés), Arellano era una delincuente fugitiva que violó una orden de salir del país por el grave delito de trabajar sin papeles en el aeropuerto internacional O’Hare, de Chicago. Una fugitiva de alto perfil, precisó el ICE.

Al momento de su detención, era una activista del movimiento Familias Latinas Unidas, y desde una iglesia-santuario estaba promoviendo una moratoria contra las redadas y deportaciones de indocumentados.

Elvira Arellano había ingresado de manera irregular a Estados Unidos en 1997, cuando tenía 22 años, pero fue arrestada y expulsada. Días después volvió, logró pasar sin ser detectada y se estableció en Oregon.

En 2000 se instaló en Chicago, donde trabajó como empleada de limpieza en el aeropuerto O’Hare. En 2002 fue detenida en el marco de las redadas antiterroristas que siguieron a los atentados del 11 de septiembre del año anterior, y fue condenada a tres años de libertad condicional por usar un número falso de seguro social para obtener el puesto.

Logró esquivar la deportación gracias a la intervención del senador Dick Durban, de Illinois, quien accedió a interceder por ella porque su hijo Saúl necesitaba atención médica especial. Fue entonces que se convirtió en activista y lideró el movimiento de Familias Latinas Unidas de Chicago.

En agosto de 2006 recibió una orden de presentación, antesala de la deportación.

Madre soltera, no quería separarse de su hijo. Por ello, se negó a presentarse ante una corte federal y buscó refugio en la iglesia metodista unida de Adalberto, ubicada en el barrio de Humboldt Park, en espera de que Durban u otro legislador la ayudase a regularizar su situación. Pero eso no ocurrió.

La iglesia adoptó el estatuto de santuario y la albergó junto con su hijo. Pero para las autoridades migratorias, Elvira Arellano se convirtió en una criminal prófuga.

ACTIVISTA

Durante su reclusión, se dedicó de lleno a sus tareas de activista por medio del teléfono, una computadora y el Internet. Saúl, que entonces tenía siete años, llevó una carta a la Casa Blanca para pedir que dejaran a su madre quedarse en Estados Unidos. Incluso, encabezó una marcha a Washington de niños en su situación.

Según el Centro Hispánico Pew, cerca de tres millones de niñas y niños nacidos en territorio estadounidense tienen uno o los dos padres en situación irregular. Saúl también viajó a México a pedir ayuda.

A finales de julio pasado, después de que el Congreso abandonó la discusión sobre la reforma migratoria, y cuando se acercaba el primer aniversario de su encierro, Elvira decidió salir y emprendió un recorrido de iglesias que se ofrecen como santuarios para los indocumentados amenazados de expulsión. En el movimiento participan iglesias protestantes y católicas, y también sinagogas.

Elvira Arellano intervino públicamente a favor de la reforma de las leyes migratorias y por la regularización de los 12 millones de inmigrantes clandestinos que viven en Estados Unidos. El desafío de la michoacana sin papeles al sistema migratorio no es común.

Por eso, en el marco de las agresivas acciones antimigrantes ordenadas por el presidente George W. Bush el 10 de agosto, Elvira fue detenida en un operativo por 15 agentes del ICE. Porque, como declaró en México una vez deportada, se había convertido en una amenaza para Estados Unidos.

A Elvira Arellano ya la comparan con Rosa Parks, la joven costurera negra que en diciembre de 1977 se negó a cederle su lugar a un blanco en un autobús, en Montgomery, Alabama, lo que desencadenó el movimiento por los derechos civiles.

Ahora, su deportación convirtió a la joven michoacana en un símbolo viviente de las organizaciones que luchan por los derechos de los inmigrantes en Estados Unidos. Todos somos Elvira Arellano fue la consigna de una marcha que se realizó en Los Ángeles pocos días después.

En México, Arellano fue recibida en la residencia oficial de Los Pinos por Felipe Calderón. El hecho fue interpretado como una acción oportunista de Calderón, el presidente del empleo, quien ha guardado un silencio cómplice ante las atrocidades que sufren miles de mexicanos en manos de la migra estadounidense. Sin duda, Elvira es una migrante políticamente explotable, dice Fazio.

De acuerdo con estadísticas del Instituto Nacional de Migración, en el primer semestre de 2007 se registraron 1.2 deportaciones de mexicanos por minuto en la frontera entre ambos países, hasta llegar a poco más de 317 mil de enero a junio.

La expulsión de la activista mexicana exhibe la moralidad de la amoralidad en torno a la población indocumentada. El caso de Elvira Arellano ejemplifica los deslices del lenguaje y es una muestra palpable de la doble moral de los gobiernos de México y Estados Unidos, concluye Fazio, en el Especial de Prensa Latina Mujeres del Tercer Milenio.

07/GG/CV

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