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Castaños: lo único que esperan las mujeres es justicia

Justicia es la palabra más recurrente en la vida de las 14 mujeres que el 11 de julio de 2006 fueron agredidas sexualmente por militares. «Hemos batallado mucho, que ya detengan esto, que ya no salgan, que paguen por lo que nos hicieron», dicen.

El trabajo no se detiene en la zona de Castaños. Con sus rostros maquillados para seguir con el espectáculo bajo la luz tenue, la mayoría de las víctimas de violación sexual de un pelotón militar intenta sobrevivir, ocultar sus temores, su rabia, el coraje. Una pesadilla que sigue presente y apenas las deja dormir. El recuerdo las sigue a todas partes, sigue ahí, sobre sus cuerpos, su dignidad y sus derechos.

Han pasado casi 11 meses desde aquella madrugada del 11 de julio de 2006, 14 mujeres fueron agredidas sexualmente por militares, el juicio está en su etapa final, la sentencia a ocho de los 12 militares que participaron la dará por primera vez un juez del fuero común. Todas presumen que no hay lugar para la impunidad.

Dijimos la verdad, que se ponga en nuestros zapatos, dice una de las primeras mujeres que denunció el caso ante la autoridades, unas horas después de terminada la pesadilla que duró las cinco primeras horas de aquel amanecer de julio, sin que nadie pudiera hacer nada, porque las corporaciones policiacas «tenían miedo, podrían ser los zetas».

Durante cinco horas, las 14 mujeres fueron humilladas, «tratadas como animales». «Sí, somos bailarinas exóticas o sexoservidoras, pero somos mujeres, teníamos derechos, no tenían por qué hacer esto», comentan otras dos de las agraviadas.

El parte del médico legista, José Salvador García Álvarez, señala a detalle que 12 de las 14 mujeres fueron agredidas con penetración vía vaginal ?tres de ellas con objetos diferentes a un pene-, siete por vía anal y tres de ellas fueron todavía obligadas a realizar sexo oral.

Se comprueba que hubo abuso de autoridad, pues los soldados utilizaron uniformes, armas y vehículos oficiales. Por lo cual se habla de violación calificada.

Durante estos casi 11 meses, las víctimas han sido sometidas a exámenes químicos para detectar la presencia de semen, a tres peritajes psicológicos. La representación legal ha iniciado un juicio de amparo contra un cuarto, esta vez solicitado por la defensa de los ex militares, con un especialista contratado por ellos. Han tenido que acudir a careos desde noviembre pasado e incluso a una inspección del lugar en marzo.

«Nosotras no estamos mintiendo, hemos dicho toda la verdad», insiste otra de las víctimas, quien apunta que si hay justicia tendrán que ser castigados todos, incluso los de más alto rango.

EL TRÁMITE DE LA JUSTICIA

El trámite de la justicia inició cuando a solicitud de la Procuraduría General de Justicia del Estado, la Procuraduría Militar accedió a enviar, el 17 de julio del año pasado, el proceso militar con fotografías recientes del grupo, como señala el oficio 1326/2006, firmado por el teniente de justicia militar Lucio Arizmendi Flores. Incluye copias del procedimiento militar y la lista del personal militar perteneciente al 14 Regimiento de Caballería Motorizado ubicado en Melchor Múzquiz, Coahuila.

El 4 de agosto, las 14 mujeres víctimas de violencia sexual acudieron a las agencias del Ministerio Público de los municipios de Castaños y Monclova a identificar a sus posibles agresores.

Ello dio lugar a la consignación de la averiguación previa el 8 de agosto y tres días después a que el juez segundo penal librara una orden de aprehensión contra los 12 militares: el subteniente de caballería Norberto Carlos Francisco Vargas; el sargento segundo Juan José Gaytán Santiago; los cabos de caballería Ángel Antonio Hernández Niño, Norberto González Estrada y los soldados Omar Alejandro Rangel Fuentes y Fernando Adrián Madrid Guardiola, así como Casimiro Ortega Hernández y Rosendo García Jiménez.

Además hay cuatro prófugos: Ricardo Hernández, Bardomiano Hernández García, José Raúl Ramírez Martínez y Héctor Méndez de la Cruz, este último detenido y liberado luego de un juicio de ocho días, sin escuchar el testimonio de una de sus víctimas.

LA VIDA CAMBIÓ PARA SIEMPRE

En el Pérsico como en Las Playas la música dificulta toda conversación. Vamos al patio o una de las habitaciones que «el cuartero» abre diligente. Una por una, las mujeres cuentan de cómo las vida ha cambiado para siempre, donde el miedo es su mayor enemigo, pero al mismo tiempo las mantiene alertas y hasta desconfiadas.

Tienen menos de 30 años y sus vidas están llenas de dificultades, marcadas por episodios de violencia familiar, alcoholismo de sus padres que terminan por abandonarlas, pobreza, escasos estudios básicos y la llegada de amores prematuros que les dejan solas con niñas y niños que mantener.

Queremos justicia, repiten una y otra vez por separado. Ninguna permanece sin miedo desde entonces, ninguna. Todas relatan pesadillas que alteran sus pocas horas de sueño. Todas muestran cómo la rabia sigue contenida, ante la impotencia que sintieron en aquel ataque masivo de soldados que portando uniforme y armas las sometieron durante largas horas.

¿Usted cree que no vuelvan?, me pregunta una de ellas.

Por eso tenemos miedo cada noche, en este trabajo difícil, pueden volver. Si no ellos sus amigos. Han venido familiares, mandan gente, de alguna manera nos intimidan, relatan con la voz entrecortada.

La risa es su mejor alidada, la alegría debe estar presente en la fiesta a la que acuden cada noche los parroquianos.

Una de ellas deja en casa a dos pequeñas niñas. La más chica, nació en febrero pasado, es prematura e hija de uno de los soldados que la agredió sexualmente. «Es mi adoración, la niña no tiene la culpa de lo que ha pasado, aunque debo decirle que cuando me enteré que estaba embarazada me dio mucho coraje».

Como otras de sus compañeras, esta joven mujer sostiene que ojalá el juez dejé a los soldados ahí toda su vida, aunque ni con sus vidas van a pagar lo que nos hicieron. Pero, claro, el juez es el que tiene la última palabra, sostiene mientras seria intenta borrar de su memoria algo que ya pasó, pero que se queda ahí para siempre.

No, de verdad, insiste, la niña es mi adoración. Luego afirma que ha sentido más dolor cuando ha estado frente a su agresor: Fernando Adrián Madrid Guardiola.

Una mujer de 27 años se detiene en la puerta de El Pérsico, su cuerpo es de una niña a la que el tren de la vida le pasó muy rápido. Con dos hijos, dice que no tiene otra que trabajar aquí, «en ningún otro lado ganas el dinero que ganas aquí», apunta. Ellos, relata, ya saben más que yo, ya no les puedo ayudar con la tarea.

La voz y el cuerpo de niña tienen un grave reflejo de mujer. Yo llegué aquí cuando se me enfermó mi niño chiquito. En una noche gané más que en una semana. Claro que me gustaría irme, hacer otra cosa, ¿pero, sin saber hacer nada, dónde puedo ganar tanto dinero como aquí?

Los militares que la agredieron ?apunta- deben ser castigados. «Yo no sé de leyes, el juez debe saber cuánto tiempo les va a dar, pero tiene que haber justicia. De alguna forma los militares tienen que pagar lo que nos hicieron, lo que todavía nos duele, porque nos cambió la vida, seguimos con miedo».

Otra mujer de pequeña estatura responde a las preguntas. Sus ojos también dejan ver a una niña que alcanzó la madurez desde una infancia difícil. «Casi crecí en este ambiente», cuenta con un dejo de pena. ¡Claro! Me hubiera gustado estudiar, ser doctora.

No pudo ser porque tuvo problemas en su casa: no le gustaba lo que veía y optó por salirse, dejar la escuela. Hoy se mira en el espejo de su adolescencia y espera pronto dejar este trabajo, para que la historia con sus hijos no se repita. Tiene en puerta un nuevo proyecto «Dios quiera y nos vaya bien para salir adelante».

El silencio no llega a estos sitios, los clientes esperan, hay que trabajar. Una a una se retira al llamado de un hombre alto y gordo. Ellas se van, se llevan el miedo que tienen y el deseo permanente de justicia, para dormir bien, para estar en paz, para emprender nuevos sueños como el de salir de aquí, tener otra vida?

07/SJE/GG

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