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Cuestión de elegir

Por Cecilia Lavalle

Aquí yo. Allá, ¿quién? Oiga, ¡qué gusto me da saber que empezamos este año acompañándonos! Mire que para como pintan las cosas vamos a necesitar abrazos solidarios, cariñosos apretones de manos, apapachos virtuales, más de un hombro para llorar y toda la energía disponible para no caer en el desánimo y la desesperanza.

En momentos como este me acuerdo de una viñeta del fabuloso caricaturista Quino: Está Mafalda en el primer día del año y dice, más o menos: «cada nuevo año es como una página en blanco en la que podemos escribir lo que deseamos; lástima que haya tantos codos amenazando con derramar el tintero». Haga de cuenta.

Este 2006 nos esperan elecciones presidenciales. Y ya sólo eso es como para desanimar a cualquiera. Durante medio año vamos a ver todos los días y a todas horas a los nuevos autonombrados redentores del país. Todos nos prometerán llevar a México al primer mundo, acabar con la pobreza, la delincuencia y los siete pecados capitales. Todos nos asegurarán que son la mismísima encarnación del cambio. Y todos nos jurarán que con ellos llegaremos a las mismísimas puertas del paraíso terrenal.

Sólo de imaginar lo que nos espera, dan ganas de pedirle al Instituto Federal Electoral que prolongue la tregua hasta una semana antes de las elecciones. Digo, cuánto más pueden necesitar para dar a conocer sus planes. De todas maneras, sabemos bien que harán lo que quieran y, en el mejor de los casos, lo que puedan. Ante este panorama, ¿qué nos queda?

Leí hace poco que en la vida hay muchos eventos que están fuera de nuestro control. Entonces, lo realmente importante es cómo elegimos enfrentarlos. De toda esa frase acaso la palabra más fuerte sea «elección». De acuerdo con esta idea que cada persona puede elegir cómo enfrentar una situación dada. Resulta, entonces, que la manera de asumir una realidad y enfrentarla es algo de lo que tenemos absoluto control.

Saber eso, creer eso, nos permitirá sobrevivir, con más o menos éxito, al tiradero de tinta con el que prevemos que buena parte de nuestra clase política manchará las blancas hojas de nuestro calendario 2006. El problema es cómo haremos para elegir no perder el ánimo, el optimismo, la esperanza.

Acaso no exista sólo una respuesta. Pero le ofrezco una. Me la entregó mi querida y valiente amiga Lydia Cacho, periodista, defensora de los derechos de las mujeres, cuya vida hace unos días corrió grave peligro cuando fue detenida para responder a una demanda por difamación a propósito de su trabajo por no permitir que quede impune un sonado caso de pederastia en México que involucra a hombres poderosos. Lydia me regala esta respuesta a propósito de mi artículo de la semana pasada, donde yo preguntaba si alguien sabía dónde estaba la esperanza por un mejor país. Lydia me escribió:

«Encontré la esperanza cuatro horas después de ir contando los segundos, de mirar por la carretera para recordar en qué kilómetro me decían que los detenidos se tratan de escapar y se pueden morir…cuatro horas después, la hallé, cuando el comandante recibió una llamada a su celular y su jefe le dijo que me trataran bien, que ya se había «armado un escándalo en los medios por mi detención.

«Supe entonces que el amor se tejía desde mis compañeras en Quintana Roo hasta mis colegas periodistas de la capital y quién sabe de qué tantos lugares. Miraba el paisaje de la carretera sin dormir durante veinte horas sabiendo que tenía esperanza de salir viva, de seguir contando verdades en mi patria. Cuando me bajaron del auto y recibí los brazos cálidos de mi hermana Myriam, de Jorge. Y luego, cuando horas después salí de prisión y miré a los ojos de mis amigas y de las y los reporteros que me daban el derecho a la réplica, ése que las autoridades me arrebataron, encontré la esperanza de seguir adelante.

«Aquí está la esperanza, amiga querida; somos millones que creemos todavía en la justicia, en la paz, en el derecho a la vida libre de violencia. Comencemos el año con la esperanza, porque nos pueden encerrar, pero nunca arrebatar la libertad de elegir, de amar y de creer que hay otra forma de ser humanas…sin violencia».

Es posible que mi admirada Lydia tenga razón. Para elegir no perder la esperanza, podemos unir voluntades y corazones hombres y mujeres que, desde distintas trincheras, estén dispuestos a no dejarse abatir, así sean muchos los codos rodeando el tintero.

Menudo reto, ¿no? Por lo pronto, le propongo que, al menos, elijamos hacer el intento. Abracémonos, pues, querido lector, querida lectora, y unamos esfuerzos para que este nuevo año la esperanza anide en nuestros corazones.

Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Periodista mexicana

06/CL/YT

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