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Días de encuentro y desolación en Argentina

Por la Redacción

Hubo mucho de todo. La imagen de una mujer china llorando en la vereda mientras observa impotente cómo decenas de personas invaden su negocio y se llevan la mercadería.

Seguro, entre ellas, hay varios de sus vecinos. No hay palabras que puedan describir lo ocurrido. La desesperación no tiene límites. Se llevaron hasta los ventiladores de techo. Los comercios de coreanos y chinos fueron los blancos predilectos. En especial en Ciudadela, uno de los barrios más pobres y marginales del Gran Buenos Aires. Poblado de migrantes como lo es la misma mujer. Porque esos vecinos, transformados en circunstanciales enemigos de un momento a otro, vienen, la mayoría, de lejos también, de las provincias, de países fronterizos.

Al mismo tiempo, en una esquina de otro barrio, de clase media, un grupo de vecinos se junta y hacen una batucada de cacerolas. Recién habló en cadena nacional el presidente y anunció el estado de sitio. Nadie debería estar en la calle. Está prohibido, es media noche y además al otro día algunos tendrán que ir a trabajar. Pero eso no importa. Como si en verdad no hubiera mañana.

Unas horas después, en la Plaza de Mayo, un joven con la camiseta albiceleste de la selección nacional detiene su veloz y precipitada huida para hablar con un periodista. Dice algo sobre el pueblo, está desencajado, trata de contar lo que está pasando, pero no puede. Todavía tiene el gas lacrimógeno en sus pulmones, se ahoga. La cara se le deforma en un llanto casi infantil.

De fondo, se escucha un concierto de disparos. Detrás de una columna de humo negro emerge una banda de policías. Armas en mano avanzan. Como dicen los organismos de derechos humanos, la represión policial sobre niños, mujeres, ancianos y jóvenes, sobre las Madres de Plaza de Mayo, nos haría acordar a los peores momentos de la dictadura militar. Responsabilizan a De la Rúa (presidente saliente) y a Ruckauf (candidato a ser presidente entrante).

La televisión está encendida en un Hipermercado. Un centenar de personas observa ansiosa desde afuera como se negocia el pedido de comida. La mayoría son familias enteras, están con sus hijos. Dicen no dar más, los corre el hambre y la desesperación y, en un rato más, seguro también la policía o la gendarmería. Pero, por ahora, simplemente esperan. Algunos, frente a la indiferencia y desprecio de las autoridades, se animan a bloquear la calle.

Por fin, los argentinos observamos la imagen más esperada. Lo que tarde o temprano iba a ocurrir. El locutor nos cuenta que en el helicóptero que sale de la Casa Rosada va el presidente. Se Fue, dice el título al pie. No hay dudas ya. Después de los saqueos, los cacerolazos, le violenta represión y sus cinco muertos en la Plaza de Mayo y más de 20 en todo el país. Ayer se fue Cavallo, hoy De la Rúa. Ni tiempo para un último mensaje hubo.

Algunos festejan en la plaza. Otros, que en verdad quisieran llorar de la angustia, les preguntan por qué están contentos. Todos tienen miedo. ¿Y ahora qué? ¿Quién será el nuevo presidente? ¿Es esto un golpe de Estado? ¿Cambiará la política económica neoliberal? ¿No estaremos peor todavía? Mientras tanto, la policía, en un costado de la plaza, se prepara para entrar otra vez.

Ahora nos preguntamos, ¿cuál de todas éstas es la imagen más perfecta de la crisis? ¿Cuál imagen es el verdadero país? Las imágenes tan diversas nos muestran una variedad de historias de vida y situaciones que colapsaron al mismo tiempo. Tal vez sea lo único en común, además de la marginación en la que viven. Porque parece evidente que no hay un solo país, sino tantos como situaciones sociales distintas existen. Cada estallido fue expresión de un país diferente.

Tal vez, en estos días, muchos argentinos hayan conocido la existencia de esos otros argentinos con los que conviven todos los días, se cruzan en las calles y en las plazas. Tal vez, y eso sí sería algo bueno, hayan sido días de encuentro entre los propios habitantes de los diferentes «países» de la exclusión.

De todos modos al final nos quedamos con la última de las imágenes. La de «ellos»: los dirigentes negociando en sus despachos. Un perfecto desconocido, político millonario de una de las provincias más pobres, ahora es el nuevo mandatario. ¿Por cuánto tiempo? ¿Dos días, dos meses? Y ahí están los mismos nombres de siempre decidiendo qué hacer. ¿Devaluación, dolarización, bancarización, default, emisión de bonos, más ajuste, nuevas elecciones?

¿Es este el mismo país que los anteriores? ¿Nos venderán otra vez la idea de que las cosas se hacen para el bien común? ¿Nos creeremos de nuevo que el interés de unos pocos es el de todos? ¿Cuántos estallidos más habrán de venir antes de que tomemos conciencia de todos los «países» que en verdad somos, antes de que nos encontremos de verdad? Una última pregunta sobrevuela el horizonte de todos los «países» marginados: ¿habrá servido de algo todo esto?

       
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