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Dolores del alma

Por Teresa Mollá*

A veces duelen más que una paliza, pero lo que es peor, se quedan para siempre. Son dolores sordos, inesperados y, en demasiadas ocasiones, incompatibles con la esperanza.

Afortunadamente ella, la esperanza, siempre vuelve, con su voz modulada y cálida, con su sonrisa llena de paz y sus susurros llenos de vitalidad para recordarnos que algunos cabrones han de salir de nuestras vidas rápidamente.

Esta semana que ha pasado se ha cobrado la vida de dos mujeres. Mientras no seamos capaces de condenar cualquier tipo de violencia, sus muertes caerán sobe nuestras conciencias.

Por qué sabemos que puede ocurrir en cualquier momento. Por qué desde nuestra posición progresista seguimos permitiendo actitudes violentas hacia nuestras propias vidas. Por qué en demasiadas ocasiones y en nombre de un amor mal entendido, no sabemos decir BASTA y cuando lo hacemos es a costa de nuestra propia piel.

Por qué confundimos ser progresistas con el hecho de denunciar el dolor y el maltrato de otras pero nunca analizamos el nuestro. Por qué… por qué… por qué…

Las muertes de estas mujeres nos traen a primera línea de reflexión nuestra capacidad de resistencia a pequeñas agresiones cotidianas con nuestras parejas, amigos, compañeros, etcétera… o lo que es lo mismo, nuestra capacidad emocional de reconocer los llamados MICROMACHISMOS.

Y nuestra capacidad es, en demasiadas ocasiones, ilimitada, sobretodo cuando hay lazos afectivos y emocionales de por medio.

Pero aparte de los emocionales, estos fenómenos aparecen por todos lados. Parecen setas en plena temporada. Así, nos encontramos con primeros ministros que pueden ser inductores de corrupción de menores, locutores en cadenas de televisión que tienen discursos claramente misóginos y, por tanto, dañinos para el conjunto de las mujeres.

Amigos que son insensibles al dolor que provocan cada vez que se refieren a relaciones anteriores con desdén o con claras intenciones de machacar su recuerdo e, incluso reivindicando su parte «femenina» para empatizar sobre un determinado tema, olvidándose al segundo siguiente que cada vez que intentan machacar a otra mujer lo están haciendo contigo también.

Ellas, cada una de las mujeres muertas, deja sobre nuestras propias conciencias la necesidad imperiosa de desenmascarar a los maltratadores cualquiera que sea su ámbito. Pueden ser nuestros amigos o nuestros compañeros de oficina. También pueden ser nuestros vecinos o nuestros amantes, pero en cualquier caso hemos de pararles los pies.

Porque somos las herederas de sus heridas en el alma. Porque somos (o al menos hemos de ser) las precursoras de un mundo sin violencia contra las mujeres. Porque nuestras hijas, sobrinas, amigas o hijas de nuestras amigas o, cualquier mujer del mundo merecen vivir en libertad y sin ese dolor en el alma que se produce caca vez que nos enteramos que otra mujer ha sido asesinada, o que una amiga ha sido maltratada psicológicamente por quien consideraba su amigo o su ex pareja, sencillamente porque intenta rehacer su vida como puede.

Estoy dolida y muy enfadada porque no consigo encontrar la lógica de tanto dolor innecesario. Hay indicios de que incluso la esperanza en demasiadas ocasiones es maltratada por ideas preconcebidas y estúpidas de quienes intentan amordazarla y dejarla sin su cálida voz susurrante.

Estoy enfadada con tanta hipocresía social que mientras demanda modificaciones en la actual legislación contra la violencia de género, es capaz de ejercerla en su propia vida sin despeinarse.

La violencia de género no sólo consiste en dar bofetadas o matar. También se ejerce cuando se merma la autoestima, se limitan directa o indirectamente derechos, o reproducen amenazas directas o indirectas sobre la posible descendencia que hayan podido tener.

Creo que todas las mujeres tenemos el derecho a seguir escuchando la cálida, suave y modulada voz de la esperanza para salir de estos infiernos particulares de los cuales no siempre somos conscientes.

Si alguien intenta callar su voz, tendrá que vérselas conmigo. Y quien avisa, no traiciona.

Teresa Mollá Castells
[email protected]

* Corresponsal, España. Periodista de Ontinyent

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