Inicio El ombligo de Saramago de Susana Viau, y otras cosas…

El ombligo de Saramago de Susana Viau, y otras cosas…

Por Margaret Randall*

La situación actual en Cuba nos debe preocupar a todos y a todas las que queremos a la revolución cubana y quienes la hemos visto como faro de luz en un mundo que se va apagando.

En primer lugar, nos preocupa la doctrina Bush, tan amenazante para todos los pueblos (incluido el estadounidense), y sobre todo para un pueblo pequeño que se encuentra geográficamente tan cerca y tan vulnerable a sus criminales intentos.

Espero no tener que demostrar que estoy en contra del bloqueo a Cuba, ni todo lo que apoyo a la revolución y la autodeterminación del pueblo cubano. Una vida entera de trabajos escritos y hablados lo proclama.

He leído todas, o prácticamente todas, las declaraciones emitidas por intelectuales y artistas (y por otros/as que fueron motivados/as a responder a los últimos hechos en la Isla). Me identifico con algunas (la de Eduardo Galeano, la de Mario Benedetti) mientras otras me entristecen. Hoy leí la de Susana Viau, y esta lectura es la que me motiva a escribir estas líneas.

Viau responde a la declaración del premio Nobel portugués José Saramago, quien dijo «Desde ahora en adelante, Cuba seguirá su camino, yo me quedo».

A Viau, tal declaración le parece en exceso pomposa, y se extiende en tono irónico con su afán de criticarle al escritor el haberse atrevido a pronunciarse en contra de la revolución cubana. No entraré en un análisis de este sarcasmo beligerante.

Las palabras de Saramago a mi también me parecieron un tanto centradas en sí mismo. Pero quisiera decir que desde mi punto de vista es, precisamente, esta negación del derecho a la opinión –ya sea de un intelectual reconocido o de cualquier ser humano interesado en los hechos– lo que ofrece el mayor peligro.

El gobierno cubano tiene derecho a defenderse de la criminalidad de Bush y de cualquier otra amenaza. También de promulgar sus propias leyes. Si la pena capital existe en el país, la va a usar.

Lo ha hecho en el pasado, lo hace ahora y es probable que lo siga haciendo en un futuro, hasta el momento en que los mismos cubanos quizá lleguen a la conclusión –como muchos en el mundo– de que esa condena es siempre contraproducente, y a la larga, un error que jamás puede rectificarse.

Cuba tiene el derecho de juzgar a personas a quienes considere que trabajan en contra de su integridad y seguridad. Igualmente, los que somos testigos de estos hechos, tenemos el derecho a nuestras opiniones, a pesarlas y a expresarlas.

Desde mi punto de vista, éste es el quid del problema. Quienes hemos seguido los procesos revolucionarios del siglo pasado hemos aprendido –a veces con profunda tristeza– que el cómo se lucha por el cambio social encierra, inevitablemente, el carácter de ese cambio cuando se llega al poder. Los valores de la lucha tienden a ser los de la nueva sociedad.

Para que esa nueva sociedad realmente llegue a ser abierta, democrática, y con libertad para todos los grupos sociales, la modalidad de la lucha tiene que encerrar esos mismos valores.

Es cierto que el «implacable en el combate, generoso en la victoria» de los sandinistas nicaragüenses se derrumbó en el fracaso por todos conocido.

Pero no es menos cierto que los procesos que no permiten una verdadera oposición de opiniones, que no promueven las discrepancias y que evitan y castigan las muestras de rebeldía, se cosifican y –en gran medida– pierden la libertad que con tanto sacrificio buscaron. El poder absoluto, inmutable, no es revolucionario.

Yo vivo en un país físicamente poderoso y espiritualmente moribundo. Vivo en un país que se declara democrático y asume el derecho de invadir a cuantos países quiere, bajo el pretexto de «instaurar la democracia».

En estos momentos somos testigos de lo que sucede en Irak como resultado de esta política criminal. Testigos, pero no testigos mudos. Y es, precisamente, nuestra posibilidad de discrepar, hablar, gritar, lo que encierra nuestra humanidad. Y nuestra esperanza.

Acá en Estados Unidos, el derecho de hablar nos está siendo minado día a día. La cúpula del poder en nuestro país, a pesar de sus frecuentes referencias a la democracia, querría quitárnoslo por completo. El Ministro de Justicia John Ashcroft declaró recientemente que nuestro Bill of Rights (Carta Magna de Derechos) ¡se refiere no a derechos sino a privilegios!

Nosotros/as seguimos protestando, hablando, gritando. Preservamos, con toda nuestra fuerza, esta libertad de opinión: sobre nuestro propio país y sobre Cuba, sobre cualquier mal que veamos en cualquier lugar del mundo.

Ya sea la invasión a Irak por la maquinaria militar estadounidense, ya sea la pena capital acá o en cualquier otro país, ya sean los juicios prefabricados donde quiera que ocurran, ya sean las sentencias exageradas a unos disidentes cuyos crímenes han sido los de dejarse seducir por una política enferma de conquista.

La respuesta que el gobierno cubano ha dado a una serie de recientes atentados me entristece casi tanto como los atentados en sí. En cierto modo quizás más, porque siempre espero el mayor ejemplo de una revolución auténtica.

Sigo apoyando a la revolución cubana y su ejemplo de esperanza en el mundo. Sigo abogando por la libertad de expresión, donde sea. Sigo estando segura de que es el pueblo cubano, y sólo el pueblo cubano, el que creará el futuro resplandeciente de un país que quiero como mío. Y sigo convencida de que la crítica fraterna nace del amor.

Margaret Randall: [email protected]

       
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