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El premio Príncipe de Asturias, a Simone Veil

Por Mariana Ramírez-Corría

Ha sido presidenta del Parlamento Europeo, ministra y superviviente de Auschwitz. La francesa Simone Veil es el más reciente premio Príncipe de Asturias de Cooperación Internacional por su defensa de la libertad y del papel de la mujer en las sociedades del mundo.

Ha marcado a Francia y Europa. Siendo ministra, en 1975, hizo aprobar en la Asamblea Nacional, en medio de una odiosa campaña de difamación, la ley que regularizaba la interrupción voluntaria del embarazo. Como diputada europea, como ministra de Francia, como magistrada, no ha cesado de luchar, siempre con las armas de la ley y la democracia en la mano, para mejorar la vida cotidiana; para que la mujer sea más libre y para alejar del horizonte la amenaza de la guerra.

Simone Veil tiene los ojos muy claros y las facciones regulares; su peinado, un moño que recoge y alisa su pelo, acentúa el efecto de perfecta simetría. Durante dos años esta mujer ha sido una de las políticas preferidas de los franceses. La persecución de que fue objeto su familia y su participación en el debate de leyes progresistas le han granjeado grandes simpatías, de acuerdo con el Servicio de Noticias de la Mujer.

Cuando pudo regresar a Francia, después de la guerra, eligió la carrera de Derecho sin que hubiese tradición de hombres de leyes en la familia. «Yo tenía una idea romántica de la abogada: quería defender a las viudas y a los huerfanitos», aseguró a El País, diario español. «Luego, cuando me casé, como mi marido era abogado, yo me dediqué a la magistratura».

«La ley en favor del aborto que lleva mi nombre no es más importante que la ley Neuwirth, desde el punto de vista cultural. Lucien Neuwirth hizo aprobar en 1967 la ley que permitía la venta de la píldora anticonceptiva», agrega Veil.

Desde el punto de vista simbólico, la legalización del aborto tal vez haya tenido mucho más impacto pero, desde una perspectiva histórica y filosófica, el poder disponer libremente de anticonceptivos fue importantísimo para la mujer, explica la ministra.»¡Y para el hombre!», agrega.

«A partir de aquel día, es la mujer la que decide si quiere o no tener hijos. Los integristas de todas las religiones y los machistas recalcitrantes no se equivocaban al combatir la liberalización de la píldora, pues para ellos significa perder el poder y el control sobre la familia al dejar de ser los propietarios del cuerpo de la mujer», continúa Simone.

«En su momento, durante la discusión de la ley sobre la interrupción voluntaria del embarazo, recibí muchos insultos; me trataron de asesina, me dijeron cosas terribles y totalmente fuera de lugar. Sólo respeté las objeciones de las personas sinceramente creyentes para las que la vida humana empieza en el momento mismo de la concepción», comentó.

«Este es un punto de vista que puede defenderse y he hablado sobre esta cuestión con ginecólogos; he asistido a congresos de especialistas y he reflexionado mucho sobre ello. Pero el político ha de escoger entre el drama humano de muchas mujeres y los problemas de conciencia individuales», precisó.

«En mi ley, las instituciones, médicos y enfermeras que por razones de conciencia no quieran realizar un aborto quedan liberados de toda obligación. En cualquier caso, el mundo cambia deprisa y hoy el quedar embarazada sin estar casada no es ningún drama, y tener un hijo y criarlo sola no es nada extraordinario. Hay mucha hipocresía entre la gente que criticaba el aborto; no lo querían en Francia, pero cuando lo necesitaban iban a Gran Bretaña», aseveró.

Veil aseguró que aún se sorprende cuando mujeres y hombres la detienen por la calle para darle las gracias por lo que ha hecho. Le satisface que el 30 aniversario de su ley haya tenido mayor eco que el vigésimo. Probablemente hacía falta que pasara el tiempo para que cicatrizaran las heridas, para poder recordar el debate y la evolución de la legislación relativa a la mujer a lo largo del siglo XX.

«Lo cierto es que la vida va muy deprisa, el mundo cambia. Tengo 12 nietos, la pequeña acaba de cumplir 10 años y el otro día me llamó para decirme que en su clase hablaron de la ley del aborto. ¡Imagínense, eso ocurre ahora a una edad en la que yo no sabía de dónde venían los niños!»

Los padres de Simone Veil y una de sus hermanas murieron durante la II Guerra Mundial; sus progenitores, en campos de exterminio. Su madre, Yvonne, en Bergen-Belsen, pocos días antes de que el campo fuese liberado por las tropas británicas, en presencia de Simone.

Simona Veil, nacida en Niza en 1927, ha recibido distintos premios durante su vida: el Carlomagno, el de la Fundación Klein, el Atlántida, las medallas de oro de la Asociación Stresemann y la Organización Mundial de la Salud, el Premio Obiettivo Europa y, ahora, el Príncipe de Asturias.


05/MR/YT

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