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El privilegio

Por Cecilia Lavalle

Hay privilegios que no nacen del dinero, ni del prestigio, ni del poder; sino de las oportunidades que la vida nos brinda. Yo, por ejemplo, tuve el privilegio de estudiar en la UNAM.

No eran, por supuesto, los años en que para una mujer estudiar era una osadía, porque cursar estudios superiores era privilegio exclusivo de varones. Pero eran los tiempos en que se veía con cierta naturalidad que una mujer continuara sus estudios… mientras encontraba marido.

Yo no buscaba un marido, yo tenía una enorme sed de conocer, de aprender. Mis padres, que tampoco tenían prisa por ubicarme en el escaparate de las mujeres casaderas, apoyaron mis deseos por razones distintas a las mías. Mi madre por solidaridad y mi padre porque quería brindarme herramientas para que nunca tuviera necesidad de depender de un marido.

Tuve pues el privilegio de contar con un padre y una madre que fomentaron mis alas para volar. Así llegué en 1981 a la Universidad Nacional Autónoma de México. Y recuerdo con claridad que lo que más me impresionó fue el aire de libertad que se respiraba. Ahí se podía pensar en voz alta, hablar en voz alta, discutir en voz alta, disentir en voz alta, coincidir en voz alta, ser en voz alta. Nunca antes había sentido esa libertad. Miro hacia atrás porque el pasado miércoles 18 se conmemoró el 75 aniversario de la expedición de la Ley de Autonomía de nuestra máxima casa de estudios.

Durante el homenaje que el Congreso de la Unión rindió a la UNAM, el rector Juan Ramón de la Fuente pronunció un discurso en el que habló de las bondades de una universidad autónoma y también habló de algunos privilegios. Dijo que las universidades son el mejor contrapeso frente al pensamiento único y un instrumento para atajar los cada vez más frecuentes fundamentalismos, sean éstos económicos, étnicos o religiosos.

Dijo también que con la autonomía, el Estado no renuncia a la función rectora que la Constitución le asigna, pero reconoce, respeta y alienta el espíritu libre, creador y crítico de la universidad. Dijo, asimismo, que es una institución pública y laica que cultiva y promueve la ciencia y la cultura como ninguna otra en el país, porque tiene la mejor y la mayor oferta educativa, y porque ha sido el principal instrumento de movilidad social que los mexicanos han construido a lo largo de su historia. Dijo bien.

La UNAM es hoy por hoy la mejor universidad de Latinoamérica; se ubica entre las cien mejores universidades de América y entre las 200 más reconocidas del mundo. Privilegio del que no goza ninguna otra universidad mexicana de acuerdo con el estudio elaborado por el Instituto de Investigaciones sobre Educación Superior de la Universidad Jiao Tong de Shangai, China, elaborado a solicitud de la Unión Europea (Reforma, agosto 15 de 2004).

Actualmente, la UNAM es la única institución en nuestro país que ofrece 73 carreras en seis escuelas nacionales, 16 facultades y dos institutos. Además, posee la oferta de posgrado más amplia y diversa del país. Uno de cada cuatro estudiantes de maestría cursa el grado en la UNAM, y la mitad de todos los profesionistas que en México han obtenido el doctorado egresaron de la UNAM.

Cuenta, asimismo, con el Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG), una de las instancias más prestigiadas en la materia, que no sólo ha contribuido de manera fundamental a la búsqueda de equidad entre hombres y mujeres a través de investigaciones y publicaciones, sino que ha incidido en los contenidos dentro de la universidad y en la implementación de políticas públicas con perspectiva de género en algunas dependencias de gobierno. Sin autonomía difícilmente hubiera podido existir este programa, fundado y dirigido por la feminista Graciela Hierro durante 10 años; lo cual, sin duda, fue un privilegio para nuestro país.

En su discurso el rector Ramón de la Fuente habló de otros privilegios: «En la Universidad, en sus luchas y avatares, hemos aprendido que disentir es un privilegio de la inteligencia, no un pretexto para la violencia; y hemos aprendido, asimismo, que coincidir es un privilegio de la razón, una consecuencia de la libertad, no de la subordinación».

La UNAM a mí me dio herramientas para desempeñarme profesionalmente. Pero, por sobre todo, me enseñó el valor de la libertad y de su ejercicio responsable, me mostró horizontes varios y cielos abiertos para ser explorados, me permitió apreciar que no hay mundos únicos ni verdades absolutas, me invitó a reflexionar, cuestionar, analizar y a defender con argumentos mis ideas.

Si mis padres me dieron alas, la UNAM me enseñó a usarlas. Por eso creo que estudiar en la UNAM fue un privilegio. Apreciaría sus comentarios: [email protected]

*Articulista y periodista de Quintana Roo

2004/CL/LR

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