Inicio “El problema de las mujeres musulmanas es con el patriarcado, no con el islam”

“El problema de las mujeres musulmanas es con el patriarcado, no con el islam”

Por Patricia Simón*
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La periodista Mónica G. Prieto, con más de 20 años de experiencia como corresponsal de guerra, acaba de publicar con Maruja Torres “Contarlo para no olvidar”, una conversación entre ambas sobre sus vidas reporteando.

Mónica G. Prieto es la corresponsal de guerra española en activo con mayor trayectoria y reconocimiento. Ha cubierto una decena de conflictos en los últimos 20 años: desde Chechenia y los Balcanes hasta los más conocidos de Oriente Próximo –ocupación palestina, Irak y Siria–. Conocida por la precisión y exquisitez de la escritura de sus crónicas, acaba de publicar con Maruja Torres “Contarlo para no olvidar”, una conversación entre ambas sobre sus vidas reporteando. Recientemente, también ha publicado junto al reportero Javier Espinosa “La semilla del odio”. De la invasión de Irak al surgimiento del ISIS, precuela del también imprescindible “Siria, el país de las almas rotas”. Conversamos con Prieto sobre periodismo, Oriente Próximo, las guerras siria e irakí, entre otras cuestiones.

“La Historia no es, como quisieran hacer creer los manuales escolares, una serie discontinua de fechas, tratados y batallas espectaculares y deslumbrantes […] si soportar la Historia (no resignarse ante ella: soportarla) es hacerla, entonces la desteñida existencia de una anciana es la Historia misma, la materia de la que está hecha la Historia…”.

Este extracto de la novela “La hierba”, de Claude Simon, define a la perfección el trabajo de Mónica G. Prieto, una periodista que siempre ha tenido claro que su oficio es el de documentar la historia en el momento justo de su desarrollo, pero desde las personas que sostienen y reproducen la vida, mientras sus mandatarios ordenan a las personas pobres a matarse en nombre de sus intereses. Así, no es extraño que nos encontremos un párrafo con semejante parecido en “La semilla del odio”:

La historia de Irak la estaban escribiendo personas como Nabija Abderrasul, una anciana de 84 años que, incapaz de caminar, obligó a su hijo Jalil Shaker a transportarla en brazos hasta el colegio electoral (…) “He votado en nombre de mis hijos… Los sacrifiqué por Irak. Quiero que el sol nos alumbre porque llevamos cuarenta años sumidos en la penumbra”.

Son pocas las oportunidades que tenemos de escuchar a esta periodista en seminarios y congresos porque lleva más de doce años viviendo fuera de España, la primera década en Oriente Próximo –con base en Jerusalén y después en Líbano– y desde hace dos en Asia, radicada ahora en China. Hablamos con ella coincidiendo con su participación en el XXI Encuentro Internacional de Foto y Periodismo ‘Ciudad de Gijón’.

– Patricia Simón (PS): Recientemente se ha publicado una investigación académica que evidencia que gran parte de la información que se publica en España sobre Oriente Próximo está filtrada por una visión islamófoba: la inmensa mayoría se elabora desde el prisma del conflicto, del machismo, de la sumisión de las mujeres, de la violencia… Sin conceder apenas espacio a informaciones positivas o de otras facetas de la realidad. ¿Cuál es su opinión?

– Mónica G. Prieto (MGP): En primer lugar, desde las direcciones se exige el enfoque islamófobo, seguramente por ignorancia y por el miedo que explicamos en la cita con la que iniciamos el libro. [“Es un ciclo tan antiguo como el tribalismo. Todo comienza con la ignorancia. La ignorancia genera miedo. El miedo genera odio, y el odio genera violencia. La violencia provoca más violencia hasta que la única ley viene dictada por la voluntad del más fuerte”. David Mitchell, El atlas de las nubes].

A menudo, el periodista tampoco tiene tiempo ni voluntad de reconsiderar lo que está escribiendo: asume que los musulmanes son terroristas y todos esos tópicos que están contribuyendo a establecer ese ‘nosotros contra ellos’. Es una cuestión de poca cultura y formación sobre las circunstancias de lo que está pasando y del islam, que es una religión tan compleja como la cristiana y sobre la que no se puede generalizar.

Se tiende a simplificar y banalizar, exactamente lo que hizo Bashar Al Assad (presidente de Siria) al principio de la revolución siria. Toda la población que se levantaba contra el régimen era tachada de salafista, de apoyar a Al Qaeda. Este tipo de generalizaciones termina minando el imaginario colectivo hasta el punto de que una gran parte de la izquierda europea lo cree. Es la misma trampa que nos vendió Vladimir Putin (presidente de Rusia) sobre los chechenos tras los atentados del 11S, que eran los mismos terroristas que atacaron a Estados Unidos. No, son una minoría musulmana a la que tienen reprimida desde los años 40 con Stalin.

Terminamos comiéndonos este tipo de trampas cuando el periodista está para cuestionar estos cepos dialécticos. Si utilizamos la misma terminología que los líderes que intentan enfrentarnos, somos corresponsables de la crisis de valores que estamos viviendo. Y cuidado con el papel de los medios de comunicación en estos enfrentamientos, porque ya vimos lo que pasó en Ruanda y en tantos otros sitios. Podemos terminar matándonos en un momento dado.

“Mónica G. Prieto fue la primera periodista española que consiguió, en 2011, burlar la prohibición del régimen sirio a la entrada de periodistas extranjeros para informar de la incipiente revolución. Desde el cerco de Baba Amr, el barrio de la ciudad de Homs en el que se alzó la revuelta, envió crónicas a “Periodismo Humano” y “Cuarto Poder” que documentaban los crímenes de guerra cometidos por el Gobierno”.

– PS: Recuerdo que en el reportaje “Nur, el alma de la revolución siria” contaba cómo era esta joven la que lideraba las protestas y que de los diez integrantes del comité de la revolución seis eran mujeres. Datos e historias que no son habituales en la prensa española, en la que las mujeres musulmanas suelen ser definidas desde la sumisión. ¿Cómo ha evolucionado su situación en Oriente Próximo desde la invasión de Irak?

– MGP: Hay una corriente de retroceso que afecta a toda la sociedad. No sólo a la musulmana, también a la nuestra, en valores y en todo. Es cierto que las mujeres musulmanas eran mucho más libres en los años 50 y 60, pero no ha habido una regresión o pérdida de derechos en la última década. De hecho, en los países más duros, como Arabia Saudí o Irán, han avanzando en derechos, aunque sea mínimamente. El problema es que los medios vendemos ese tópico de la represión de la mujer, de la imposición del burka; el hiyab es voluntario y es tan respetable como que aquí alguien se ponga el traje de faralaes. No hay que estigmatizar a un colectivo por su ropa.

Lo que sí hay es una generación de mujeres formadas, valientes y despojadas de los límites mentales que había antes gracias a internet y a las redes sociales. Incluso en las peores dictaduras todo el mundo maneja proxies para saltarse los controles. Son mujeres políglotas, que han visto lo que hay más allá de sus territorios, que hablan con mujeres de otros lugares del mundo, que saben que tienen la capacidad de rebelarse y que luchan por ello. Sólo hay que ver que cuando llegas a la estratosfera de los comités de las revoluciones árabes, lo que te encuentras son mujeres, porque tienen más iniciativa y son más valientes.

Y ése es uno de los misterios de los medios de comunicación: ¿por qué no dan más pábulo a este tipo de historias, de las que además podemos aprender tanto? Por ejemplo, en nuestra Europa de confort levantarse requiere poco esfuerzo. Pero ellas saben que si se manifiestan no sólo les van a disparar, sino que, si las llevan a prisión, las van a violar antes de hacerlas desaparecer… Recuerdo una manifestación en Homs en la que las mujeres estaban en la cabecera. Cuando les pregunté el por qué me contestaron que a ellas tardaban más en dispararles. Sabían que les iban a disparar. ¿Ésas son las mujeres oprimidas del islam? No, son mujeres con dos ovarios que tienen asuntos pendientes con el islam que abordarán cuando ellas quieran. Pero su problema ahora es con el patriarcado y con las dictaduras patriarcales.

Acuérdese de la Revuelta verde de Irán de 2009 –que no siendo un país árabe, está en la región que ha cubierto–, donde se dieron manifestaciones masivas con amplia participación de mujeres jóvenes.

Precisamente en Irán, en 2005, entrevisté a responsables de las campañas electorales de los candidatos Rajsanyani y Ahmadineyad, y ambas eran mujeres. O la abogada y premio Nobel de la Paz, Shirin Ebadi, una de mis referentes como pensadoras. Pero es que voy a Bangladesh y me encuentro con un país más pobre y radical en lo religioso de lo que me esperaba, pero donde su primera ministra es mujer y la jefa de la oposición también. Es decir, hay que recuperar la gama de los grises frente al blanco y negro.

“Identificar y exorcizar los propios prejuicios es otra de las señas de identidad del trabajo de Prieto. Lo comprobamos también en uno de los primeros reportajes que componen “La semilla del odio”, en el que recoge su encuentro con un miliciano del partido chií libanés Hizbulá, amputado por los bombardeos cuando se disponía a luchar contra los ocupantes: “’No somos chiíes ni suníes, somos musulmanes contra los ocupantes’”, me dijo orgulloso cuando le pregunté, presa de mis prejuicios, por qué combatía en nombre de un régimen suní”.

– PS: En “La semilla del odio” menciona la actitud paternalista que, en ocasiones, ha percibido por parte de ciertos compañeros. ¿Cómo ha sido esa relación y cómo ha evolucionado?

– MGP: Ese machismo me lo encontraba, sobre todo, cuando volvía a la redacción. Nuestro gremio es una representación de la sociedad, por lo que según han ido llegando compañeros más jóvenes, me voy encontrando con menos actitudes machistas. Lo que hay son cada vez más colegas femeninas. En mi última cobertura, en Corea del Norte, me encontré con que en el desfile de Kim Jong-Un, más del 65 por ciento éramos mujeres. Somos mayoría en las facultades y en las redacciones, el problema es que –salvo excepciones– quienes dirigen los medios son hombres. Y que en el terreno hay pocas al frente de los equipos: muchas mujeres videocámaras y fotoperiodistas, pero pocas Christiane Amanpour dirigiéndolos.

“Cuando regresaba de coberturas, enseguida me ponían a editar breves para que se me bajasen los humos, si es que los había. Es un reflejo de la sociedad patriarcal en la que vivimos”, confiesa Prieto en “Contarlo para no olvidar”, una apasionante, locuaz, divertida y enjundiosa conversación con la decana periodista y escritora Maruja Torres. En el libro, editado por 5W, las reporteras –que además de oficio comparten una profunda amistad– recorren sin pelos en la lengua sus respectivos inicios profesionales, sus conflictos con los jefes, su concepción del periodismo, su experiencia en Oriente Próximo, así como los obstáculos y ventajas que les ha supuesto ser mujeres en contextos muy masculinizados.

– PS: Maruja Torres y usted pertenecen a distintas generaciones, pero comparten la convicción de que para hacer un verdadero periodismo “hay que leer mucho para conocer los precedentes históricos, las declaraciones de unos y otros, por dónde va el cotarro, y llegar allí y mirar como si no supieras nada. Tener una mirada fresca y empezar a comprender” para poder narrar lo que hay más allá de lo evidente con un estilo propio, como explica en el libro. Pero, en la actualidad, lo que abunda en los medios masivos es opinión disfrazada de análisis, mucho más barata que el reporterismo, que en lugar de reafirmarnos en nuestros prejuicios y certezas –como hace la primera–, nos enfrenta a nuestros fantasmas. ¿Qué tipo de sociedades genera el consumo masivo de lo que Torres denomina “columnas onanistas”?

– MGP: Rosa María Calaf, otro referente del periodismo responsable y trabajo bien hecho, suele decir que “un organismo que se alimenta de comida basura termina enfermando, y una sociedad que se alimenta de información basura termina enfermando”. Creo que los Trump, los populismos, los ismos en general son en parte producto de una mala praxis generalizada en los medios de comunicación, una irresponsabilidad que se ha traducido en el hundimiento del prestigio de lo que fue un oficio necesario para la sociedad, y que ahora genera desconfianza hacia medios y periodistas. Entiendo que ya no resultemos creíbles como colectivo, aunque no se puede dejar en manos de internet la información porque se ha demostrado que cualquiera puede intoxicar y desinformar desde la red, donde no hay filtros para publicar. La figura omnipresente del todólogo -muy española, pero extrapolable a otros países-, la promoción de las columnas y de los periodistas onanistas y el ruido que generan las redes adormecen a la sociedad, la anestesian ante los retos.

Cuando nada merece ser creído, todo es puesto en duda: desde nuestra obligación como seres humanos a dar auxilio a las personas refugiadas hasta los crímenes que cometen los Estados. Si nada nos sorprende porque ya no nos creemos nada, terminaremos viviendo en la ignorancia, lo que nos expondrá a todos los abusos imaginables. La mala praxis periodística está debilitando, en definitiva, a la sociedad.

– PS: ¿Qué aspectos de la imagen estereotipada del reportero y reportera de guerra le gustaría que se desterraran de una vez?

– MGP: Es un trabajo sucio, duro, en el que duermes poco, mal y cuando puedes; en el que orinas y defecas cuando tienes oportunidad. Hay que desterrar la imagen idealizada: es un trabajo apasionante porque ves historia en el momento en el que se desarrolla, pero a un precio muy duro. Te enfrentas con la muerte, lo que duele mucho y te va dejando marcas que vas superando como puedes. También puede ser un trabajo tedioso, de esperas interminables en una trinchera, de pasar tres semanas de cobertura en las que no pasa nada. Y de perder dinero como una loca porque necesitas un fixer, un chofer, a los que debes pagar bien.

En la guerra todo es muy caro porque todo escasea: el combustible, la comida. Y la precarización del periodismo no ha afectado sólo a que no cuentes con respaldo económico porque se esté pagando la crónica a 35 o 50 euros (de 733 pesos a 1050 pesos mexicanos) sino que ya ni siquiera cuentas con un interlocutor, una persona a la que le puedas contar lo que has visto y que te haga preguntas que mejoren el resultado de tu trabajo. Todo esto se ha perdido porque o no hay jefe al que le interese, o eres freelance y, por tanto, no no lo tienes.

“Uno de los grandes valores del reporterismo y de la vida es la humildad. No creerte tú la noticia”, sostiene Prieto en Contarlo para no olvidar. De hecho, en sus crónicas y libros apenas aparece la primera persona del singular, un rasgo identitario de su escritura. Precisamente por eso, es destacable las dos veces que rompe con esta convicción en las páginas de los dos libros sobre las guerra siria e iraquí que ha escrito con Espinosa.

En “La semilla del odio”, cuando Prieto relata el ataque al hotel Palestina y las consecuentes muertes de los cámaras de televisión José Couso y Taras Protsyuk. Aquella noche los periodistas organizaron una vigilia con cirios en el jardín del alojamiento.

“Varios iraquíes se aproximaron para recriminarnos que no hubiéramos encendido velas por los incontables muertos que se había cobrado la invasión. Me enjuagué las lágrimas y agaché la cabeza avergonzada por aquel hecho incontestable. Fue una de las lecciones más duras que aprendí en esa guerra. El fantasma de la doble moral me acompaña desde entonces, ensombreciendo cada cobertura de zona de conflicto donde el percance profesional de un periodista extranjero copa páginas y portadas mientras la muerte de civiles no encuentra espacio entre los breves”, leemos. La segunda ocasión es en el epílogo de Siria, el país de las almas rotas, en un brutal ejercicio de sinceridad con el que los reporteros cerraban su etapa en Oriente Próximo: “El secuestro nos había convertido en una parte más del conflicto, despojándonos de la distancia del observador. Ya no éramos neutrales ni nuestros amigos sirios o iraquíes nos percibían como tales”.

– PS: Escribir en el terreno, con la premura de enviar las crónicas antes de la hora de cierre y sorteando todos los obstáculos propios de un conflicto, tiene que dejar muchas historias, matices y narrativas en el tintero. ¿Cómo ha sido la experiencia de releerse para escribir estos dos libros?

– MGP: Extraño. Pedimos a “El Mundo” todo el material publicado en esos 12 años de coberturas en Irak, releímos las libretas -en mi caso, 40; en el de Javier, 60–, y revisamos todas las fotografías que habíamos tomado. Tengo una memoria muy visual y al ver las escenas recordaba todo lo que me rodeaba. Lo más bonito fue acordarme de cosas que había olvidado. Tengo mala memoria, o quizás tal acumulación de vivencias que la memoria debe desechar algunas para hacer hueco. Un día, por ejemplo, me encontré en una de las libretas con una entrevista que no recordaba haber hecho. Llamé a Yaroub, nuestro fixer, y me dijo “claro, ¿no te acuerdas?”.

Era al guardaespaldas de Sadam Hussein y en ella reconstruía los últimos días del dictador. Aquella entrevista –que no había publicado en su momento– cobraba sentido años después. Los libros me han permitido unir hilos y tener una visión mucho más completa de Oriente Próximo.

Yo hacía muchas entrevistas para comprender, no para publicarlas.

Si un día no tenía nada que hacer, me iba a entrevistar a un historiador para que me contase la historia reciente de Irak. O casualidades maravillosas de la vida que van surgiendo. Uno de mis traductores durante la invasión, Abdel, un tipo íntegro y sólido, me llevó un día a comer a su casa para que conociese a su mujer.

Estando en el salón vi que donde antes estaba el retrato obligatorio en cada hogar de Sadam, cuya marca había quedado en la pared, había otro más pequeño de alguien que me resultaba muy familiar. Era su tío, Abdul Karim Qassem, que había sido primer ministro de Irak y ejecutado por el Baaz, el partido único del régimen. También mataron a toda su familia salvo a Abdel, porque en aquel momento tenía dos años. Pero el régimen le había machacado toda la vida por su apellido. Abdel había guardado el retrato de su tío todo ese tiempo y el mismo día que cayó Bagdad, lo colocó. Doy gracias a la vida por haberme puesto a tantas personas en el camino que me han permitido entender.

– PS: Estamos hablando de una época, la de la invasión de Irak y la posterior guerra civil, en la que Espinosa y usted se relevaban por estancias de hasta tres meses en el país.

– MGP: Sí, hemos pasado de coberturas de tres meses a de uno o dos días, de contar con dos semanas para hacer una buena entrevista, a tener que hacerla en una hora en texto, vídeo y fotos. Y así no tienes tiempo para hablar con la gente, empatizar, encontrar las historias. Se nos pide que estemos alimentando Twitter, Facebook, y al final decimos banalidades, simplificamos el mensaje. El tiempo que deberíamos destinar a entender, lo dedicamos a llenar espacios con palabras vacías.

Por eso sostengo que el periodismo internacional se va a convertir en un hobby caro de personas que tendrán otro trabajo y harán dos buenas historias por su cuenta al año. Una idea que desarrollé hace un tiempo y por la que me gané un enfado considerable de algunos colegas. Lo que estoy proponiendo es una salida laboral porque esto no va a mejorar. La única solución es sacarnos esta presión de encima de que tenemos que ser brillantes y seguir perdiendo dinero, porque no hay manera de vivir de esto.

– PS: En sus últimos reportajes, elaborados en un viaje a Corea del Norte con Javier Espinosa, hizo vídeo y fotografía. ¿Qué ha descubierto con esta experiencia?

– MGP: Constaté que no sé hacer vídeo y que es incompatible con cualquier otro formato. No puedo estar pensando en registro visual y periodista a la vez. Como siempre he tomado fotografías, terminé decidiendo que compartimentaría mi tiempo: las dos primeras horas para fotos y las otras para el texto, o al revés, pero no intercalo porque si no no estoy volcada en ninguno de los dos registros al cien por cien. Y el vídeo excluye todo lo demás. Con Corea me di cuenta de que había vuelto sabiendo una décima parte de lo que suelo aprender en un viaje. Es como pedir a un fontanero que alicate un techo. Pues no.

– PS: Al inicio de su carrera trabajó para grandes medios como freelance, después como redactora de El Mundo y, sin embargo, no dudó en sumarse desde sus inicios a proyectos como Periodismo Humano y Cuarto Poder. ¿Por qué?

– MGP: Porque es el futuro, porque los medios convencionales están abocados al fracaso. Y porque me siento corresponsable de lo que publica mi medio, de que se pueda estar instando al fascismo, al totalitarismo desde sus páginas y cómo eso pueda terminar afectando a cómo se juzga mi trabajo bajo esa cabecera. Soy muy cauta en mis textos, tengo un enorme sentido de la responsabilidad sobre lo que aportamos como periodistas a la sociedad. Y considero que el futuro está en Internet. Prefiero comprometerme con un medio que se adecue a mi visión del mundo y en el que se respete mi trabajo y por eso no he dudado en meterme en proyectos que son la vía natural de mis textos, porque se trata de difundirlos, de cumplir con nuestra función social. Hace ya muchos años que esto ya no es una vía para ganar dinero.

– PS: ¿Hay algo que no le haya preguntado pero de lo que le gustaría dejar constancia?

– MGP: Hay una historia a la que últimamente le doy muchas vueltas, la pregunta que sale en cualquier conferencia: “¿Cómo es ser mujer y trabajar en Oriente Próximo? ¿Cómo es ser mujer y…?”. Es una cuestión que me revuelve porque nunca me he identificado con una mujer, sino con una periodista, una especie de tercer género. Y así es como se me trata en el terreno, como a un persona que ha ido adonde caen bombas desde su zona de confort por ellos. Y te lo agradecen todos, árabes radicales, salafistas, wahabistas como Abu Leila, uno de los protagonistas de Siria, el país de las almas rotas, que arriesgó su vida por sacar de Homs a la periodista francesa Edith Bouvier, herida por un bombardeo.

Me resulta complicado explicar que la situación de las mujeres en el periodismo es extrapolable a la de toda la sociedad, que el problema no es el islam o el evangelismo, sino el patriarcado que nos machaca a las mujeres en cualquier escenario. Así que me enfrento a lo que cualquier otra mujer: ser minusvalorada y vilipendiada por todo aquello que en los tíos son virtudes. Esos hombres que creen que tienen que ser mejores que cualquier tía y que ven en ti reflejada su mediocridad. Yo no he sido reprimida en el mundo árabe por el islam, sino por unos cuantos individuos, como los que me reprimen aquí en España. Me irrita la pregunta porque la considero tópica y que transmite la imagen de que el machismo es propio de Oriente Próximo cuando aquí también lo hay.

*Este artículo fue retomado del portal de Pikara Magazine.

17/PS/LGL

 

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