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El PUEG: 20 años como puente entre la academia y el cambio social

Por Lourdes Godínez Leal
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El Programa Universitario de Estudios de Género (PUEG) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) surgió en 1992 como una respuesta del movimiento feminista a los grandes cambios sociales surgidos desde la década de los 70 y hasta los años 90, pero también como una propuesta de feministas académicas cuya intención era transformar en conocimiento esa efervescencia de la sociedad.
 
En entrevista con Cimacnoticias a propósito de su 20 aniversario, Marisa Belausteguigoitia Rius, directora del PUEG, hace un balance de estos 20 años de uno de los primeros programas académicos de género en México.
 
“El balance del PUEG debe iniciar con el resumen de las luchas y del activismo feminista y también del académico, pero también de la producción teórica, narrativa, histórica y antropológica alrededor de estos estudios”.
 
Para la doctora en Estudios Culturales por la Universidad de California, 1975 marcó un acontecimiento importante para el arranque de los estudios de género en nuestro país, pues cuando se realiza la Primera Conferencia Mundial sobre la Mujer se encontraba en auge el feminismo de la segunda ola, en la que había toda una pugna por la entrada de las mujeres al ámbito público, la igualdad de salarios, la despenalización del aborto, la apropiación del cuerpo, entre otros temas.
 
“En la tercera ola, otras luchas como las del mundo indígena se fueron incorporando, eran unas luchas muy urbanas, de mujeres de clase media y trabajadora”, recuerda Belausteguigoitia.
 
La académica afirma que la Conferencia Mundial sobre la Mujer, el terremoto que azotó a la Ciudad de México en 1985 y provocó la muerte de cientos de costureras que laboraban en talleres clandestinos en San Antonio Abad, y dejó al descubierto las infames condiciones en las que trabajaban, así como la irrupción en 1994 del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, trajeron consigo una serie de reclamos, de agitación social, pero también de propuesta de nuevas formas de vinculación con el trabajo, y de concertación entre el trabajo y la familia.
 
En ese entonces, relata la feminista, académicas como Marta Acevedo, Teresita de Barbieri y las fundadoras del PUEG, Graciela Hierro y Gloria Careaga, intentan dar forma teórica y conceptual a todas estas expresiones y solicitudes de Derechos Humanos, demandas de ciudadanía y de transformaciones completas de las relaciones entre mujeres y hombres.
 
“¿Cómo traduces eso al ambiente académico? ¿Qué quiere decir pasar todas esas tensiones sociales, todas esas preguntas, reclamos, frustraciones transformadas en revoluciones y solicitudes de mucha intensidad, a un cambio de tratamiento de cómo se ve la mujer, de cómo se trata, de cómo se le concibe, de para qué piensan que es buena o útil?
 
¿Cómo le haces para enseñar en un salón de clase todo esto? ¿Cómo le haces para que esto funde un pensamiento crítico, académico, disciplinario e interdisciplinario, en investigaciones, proyectos editoriales, posturas pedagógicas? ¡Eso es un camino largo!”, destaca Belausteguigoitia.
 
Si bien con la fundación del PUEG –continúa– no se inician propiamente las investigaciones y la docencia de género, pues ya estaban presentes de alguna forma en la UNAM, sí lo estaban pero de forma dispersa: se estudiaban a algunas feministas, sin una estructura, ni planeación.
 
Entonces, en la década de los 90 viene la tercera ola del feminismo, explica la directora del PUEG, cuando entran las cuestiones de raza, de sexualidad, que enriquecen el panorama productivo para la academia y se convierte en un caldo de cultivo para su estudio.
 
“Se vuelve un mundo fascinante y también de muchas heridas, de marginación, pero factible de ser estudiado, de crear campos, líneas, teorías. Entonces en 1992 y desde abajo, con un grupo muy fuerte de académicas es que surge el PUEG, que además es el primero en su tipo”, rememora.
 
El PUEG se convierte así –en palabras de la experta– en un “hervidero” de conocimiento para tratar de entender dentro de la academia estas luchas y movimientos, y así formar estudiantes, líneas de investigación, y crear proyectos editoriales.
 
ANTES Y DESPUÉS
 
En su fundación, el PUEG estuvo dirigido por la feminista y filósofa mexicana Graciela Hierro, quien estuvo al frente de los estudios de Género en la Máxima Casa de Estudios desde abril de 1992 (bajo la rectoría de José Sarukhán) hasta 2003, cuando falleció a los 75 años de edad víctima de cáncer.
 
En esta etapa el PUEG se dedicó a hacer vínculos al exterior y comprometer al Estado para que creara espacios y diera recursos para formar los institutos de las Mujeres, trabajo que realizó hasta el año 2000.
 
A partir de 2004, con la llegada de Belausteguigoitia, el PUEG empieza a ejecutar lo logrado por Hierro durante su gestión, pero también a dirigir su mirada hacia tres ejes principales: el educativo, el penal y el militar. “Tu ves cómo está el sistema militar involucrado en nuestra vida; el penal en el acceso a la justicia, la reproducción de cárceles”, observa.
 
El Programa comienza a ofrecer posgrados, análisis críticos de los movimientos, y a sensibilizar con visión de género el sistema educativo militar, y en el penal a trabajar con las reclusas.
 
Se le pregunta a Belausteguigoitia por qué es importante que existan programas de género en las universidades, a lo que responde que las instancias de educación superior son los espacios que traducen lo que pasa afuera, además de que el movimiento social más importante del siglo XX fue el feminista.
 
“Nosotras desde el feminismo tenemos las herramientas teórico-metodológicas para pensar de una forma muy filosa todo lo que pasó en 2011, y tenemos formas de pensar teóricas, pedagógicas, conceptuales, de muchas de las cosas que pasan en la sociedad, que pasan todos los días, todos los problemas, inclusive regionales, rurales, urbanos, las cuestiones de justicia e impunidad.
 
“Nosotras tenemos puntales de saber, y el saber de los Estudios de Género sirve ahora muchísimo para todos los problemas de inseguridad, violencia, impunidad e injusticia”, enfatiza la feminista.
 
“La universidad no se queda igual cuando entran los Estudios de Género, tiene que empezar a moverse para modificar adentro estos saberes. ¡La UNAM es una cosa tan compleja y tan maravillosa! Es un espacio de intervención social y de cambio a la realidad.
 
“Programas como el nuestro, que intensifican la relación de la universidad con el activismo y con la intervención social, acrecientan su carácter interdisciplinario y de producción colectiva”.
 
Para Belausteguigoitia no sólo es necesario, es fundamental que estas prácticas y estos saberes sean más reconocidos, más visibles porque “desde la academia les estamos diciendo cómo, les estamos haciendo el dibujito de cómo salir de este ambiente de violencia y de impunidad. Volteen a ver las luchas de las mujeres y las luchas de las mujeres con grupos raciales, de migración, sexuales, fíjense en el numerito de la democratización, de la ciudadanización, ya el que no ve ¡de veras se está quedando en un hueco!”, advierte.
 
“Estos estudios son necesarios, no sólo son una concesión que estemos aquí, somos una necesidad. ¿Quieren entender el numerito de salir de esta pocilga de la violencia? Volteen a ver lo que ha pasado con el feminismo y con los estudios de género”, insiste.
 
¿UN INSTITUTO DE GÉNERO EN LA UNAM?
 
Para Marisa Belausteguigoitia el PUEG es ágil, una especie de pinza, un puente que hace visibles las cosas y por lo tanto no se puede dejar.
 
Cuestionada sobre por qué a 20 años el programa no ha podido transformarse en un instituto, la feminista destaca que no es por falta de voluntad de los rectores, sino de recursos económicos.
 
“Nos han apoyado las autoridades, el rector y la Secretaría de Desarrollo Institucional de la UNAM, y pues esperamos que podamos convencerlos de que esto se amplíe y se convierta en un instituto; hay voluntad política, pero faltan plazas y presupuesto”.
 
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